Caso Asunta: cuando el suceso se transforma en circo mediático

Los grandes crímenes y sus noticias forman parte de la sociedad desde los romanos, pero en ocasiones a los periodistas se nos va la mano cruzando todos los límites

Nadie lleva flores a la tumba de Asunta, la niña enterrada con su madre... y asesina

La realidad salta a la ficción: una miniserie recrea el crimen

Cámaras, micrófonos y periodistas rodean al abogado de la acusación particular, Ricardo Pérez-Lama, durante el juicio de Asunta, en septiembre de 2015 EFE

La lista es amplia: Alcàsser, Marta del Castillo, Arny, Diana Quer, Rocío Wanninkhof, Bretón, la niña Mari Luz, Gabriel Cruz, Anabel Segura... El tenebroso relatorio llega hasta nuestros días con el caso de Daniel Sancho. Hay un denominador común a todos estos sucesos, y es ... su componente mediática, esto es, el papel protagonista de los medios de comunicación para responder al interés desmedido que los casos generan en la opinión pública. Radios, periódicos y –sobre todo– televisiones aparcan su función de mera intermediación entre los hechos y el ciudadano para explorar un terreno en el que el rigor se ve acechado por la sombra del amarillismo y el sensacionalismo. El crimen de Asunta fue un ejemplo más.

No nos rasguemos todavía las vestiduras como sociedad. El interés por los sucesos entra dentro de lo normal. «Nuestra propia naturaleza humana tiene esa necesidad de conocer lo que pasa», explica David Álvarez, profesor de Ética y Deontología Periodística de la Complutense, «nos interesa la vida de los otros, desde que la humanidad nace, y eso es consustancial» al individuo. Que un crimen provoque una reacción social y una demanda de información tampoco es anómalo. «¿Qué pensaríamos de una sociedad en la que el crimen de Asunta pasara desapercibido o fuera una nota abajo a la derecha en la quinta página de un periódico?», se pregunta el catedrático de Psicología de la USC Jorge Sobral, «pues estaríamos en una sociedad que ya habría generado un trastorno psicopático para no reaccionar con escándalo, curiosidad o shock ante noticias de esta naturaleza. Me alegra que las sociedades todavía tengan la piel fina para sucesos así».

Sobral tampoco ve excesivo que otra «gran masa social» mantenga el interés en un suceso «durante mucho más tiempo», llegando a seguir incluso el desarrollo del juicio o detalles en principio menores que rodean al hecho. En el caso de Asunta, los periódicos locales en Compostela incrementaron sus ventas en dos dígitos en las semanas posteriores al crimen, un auténtico milagro en plena crisis de la prensa de papel.

Cuestión distinta sería un tercer grupo social «que muestra un interés que va más allá de lo esperable», hasta el punto de alcanzar «una identificación tremenda con las partes, ya sean las víctimas o los autores», dependiendo del caso. «Este grupo residual obviamente necesita ya ser analizado no con criterios psico-sociológicos sino psico-patológicos», remata Sobral. Son los consumidores del morbo.

«La televisión, sobre todo las privadas, no cambia ni cambiará nunca porque vive del espectáculo»

Rosa Rodríguez Carcela

Doctora en Periodismo (Univ. Sevilla)

Tampoco es nuevo el género, como detalla Rosa Rodríguez Carcela, autora de una obra de referencia como es su 'Manual de periodismo de sucesos' (Ladecom, 2015). «Desde la época de los romanos ya se informaba de hechos luctuosos y delictivos», mucho antes de la invención de la imprenta y del periódico de papel. Con este los sucesos tomaron vuelo en todo el mundo, y en los albores del s. XX dos editores americanos sobradamente conocidos –Joseph Pulitzer y William R. Hearst, el magnate satirizado por Orson Welles en 'Ciudadano Kane'– instauran dos corrientes que perviven hasta nuestros días, el sensacionalismo y el amarillismo. O sea, que Pepe Navarro no inventó nada.

«El amarillismo ha acompañado a la crónica de sucesos desde sus inicios», añade Charo Sádaba, Defensora del Lector de ABC y decana de Periodismo en la Universidad de Navarra. «Ahora, las redes sociales, con sus juicios rápidos y la apelación a emociones y sentimientos, vienen a ser una vuelta de tuerca perfecta». «El amarillismo inventa la noticia y el sensacionalismo las exagera intencionadamente», diferencia Rodríguez Carcela.

Tocar fondo en Alcassèr

En España hay un punto de inflexión en la cobertura informativa de los sucesos: el crimen de las niñas de Alcàsser en 1993. Fue el primero en el que las televisiones privadas, nacidas un par de años antes, pudieron exhibir músculo. La batalla por las audiencias no conocía líneas rojas. El dolor se convirtió en un reclamo Las impúdicas maneras en que se informó aquellos días quedaron reflejadas en uno de los capítulos de la serie que Leon Siminani dirigió para Netflix en 2019. «Creo que la profesión sí interiorizó enseñanzas» de aquel caso, opina Rodríguez Carcela, «sirvió para reflexionar y hacer una autocrítica sobre el tratamiento televisivo del suceso».

Sin embargo, «la televisión, sobre todo las privadas, no cambia ni cambiará nunca porque vive del espectáculo, y hay crímenes que, desgraciadamente, se convierten en un lucrativo espectáculo para la gente», lamenta con pesimismo la también doctora en Periodismo por la Universidad de Sevilla. «Las televisiones tienen que llenar muchas más horas y de forma inmediata», ilustra David Álvarez, «lo hemos visto este verano con Daniel Sancho, minutos y minutos sin dar un dato relevante». A Sádaba este caso le transporta a alguno de los vicios exhibidos en Alcàsser, con la noticia comentándose en programas de enfoque más social que informativo.

El abogado de Rosario Porto, José Luis Gutiérrez Aranguren, atendiendo a la prensa a la salida de una de las sesiones del juicio EFE

En el 'caso Asunta' la sobredimensión de la cobertura fue inmediata. El abogado de Rosario Porto, José Luis Gutiérrez Aranguren, recuerda cómo desde la primera vez que visitó a su clienta en prisión le rodeó una nube espesa de cámaras y micrófonos. Hacían guardia casi las 24 horas del día a la puerta de su despacho, escrutaban sus pasos por La Coruña, hasta el punto de convertir en noticia que se detuviera con la defensora de Alfonso Basterra, Belén Hospido, en una calle de Santiago para cruzar dos palabras. «Tuvimos tres platós de televisión durante un año en la explanada de los juzgados», rememora el juez instructor, José Antonio Vázquez Taín. Se sublimaba la anécdota, se sacralizaba la especulación. Cualquier opinión era buena, aunque fuera tangencial al objeto concreto del crimen. El caso Diana Quer, ocurrido unos años más tarde, llevó esto al paroxismo.

El juicio por la muerte de Asunta también retransmitido en directo por las principales cadenas de televisión. Las defensas solicitaron –sin éxito– al presidente del tribunal que no se difundiera la señal de vídeo, y que la cobertura informativa de la vista oral se limitara a los periodistas que quisieran acceder a la sala. El magistrado se negó, consciente de la presión externa que había para ver el desarrollo de las sesiones y después comentarlas en las mesas de sucesos. Taín todavía se revuelve al recordar «cómo se nos cuestionaban todas y cada una de las decisiones de la instrucción». «¿Cómo era posible que alguien que nunca ha hecho una autopsia o una prueba de ADN juzgue y valore cómo se hacen?».

El circo mediático

«Cuando determinados medios utilizan los componentes psicológicos y sociológicos del morbo para incrementar las audiencias y las cuentas de resultados, muere el periodismo y nace el espectáculo mediático», expone con dureza Rosa Rodríguez Carcela, «y la utilización del morbo se convierte, desde el punto de vista empresarial, en un elemento altamente rentable». Es un círculo vicioso: está ese subgrupo social identificado por Sobral dispuesto a zambullirse en el lodazal del morbo y a su lado las empresas mediáticas dispuestas a que no falte barro.

¿Cómo se produce ese desvío de una cobertura rigurosa hacia otra éticamente reprochable? Cuando se abandonan los principios básicos de este oficio, claro está. Habla el profesor de Ética: «Se trata de informar con rigor, contrastando con fuentes de primer nivel, como policías o instructores, y sobre todo tratar de empatizar con las personas. Informar de los hechos no implica indagar en las vidas privadas de personas relacionadas, o dar datos escabrosos» de la intimidad.

Se sublimaba la anécdota, se sacralizaba la especulación. Cualquier opinión era buena, aunque fuera tangencial al caso

«Debemos tener cuidado con lo que contamos, porque esas informaciones hablan de personas que tienen familiares y amigos, y se pueden ver señalados o reflejados», advierte. Sugiere, además, que los medios eviten tomas de posición editorial con los sucesos, al contrario de lo que ocurre con temas políticos o sociales. Recuerda el 'caso Wanninkohf'. «El periodismo tomó parte sin dejar ningún resquicio alternativo». La otra víctima fue Dolores Vázquez, ajusticiada públicamente y posteriormente absuelta por los tribunales. La dignidad es como la pasta de dientes: una vez fuera del tubo, no se recupera. Que le pregunten a Vázquez.

Consumo al minuto

La aparición de la prensa digital como complemento al resto de soportes informativos ha incorporado un elemento novedoso: la medición en tiempo real de qué contenidos interesan a los usuarios. Antes, los periódicos de papel y las televisiones debían esperar al día siguiente para consultar sus cifras de difusión o audiencia, pero hoy cualquier cabecera puede saber qué noticias concretas son las más leídas, cuáles captan más suscriptores de pago y cuánto tiempo dedica su lector a consumirlas.

Charo Sádaba llama a la reflexión sobre las consecuencias de esta medición. «Creo que en cierta manera está también en la promoción» de un determinado tipo de noticias. «El número atrae al número, y las audiencias y las mediciones reclaman enfoques, titulares y contenidos que sean fácilmente viralizables, y eso tristemente, apunta más a lo morboso». La Defensora del Lector de ABC considera que hay que adoptar «decisiones que, a corto plazo, puedan parecer perjudiciales» y desencadenar consecuencias «como que la audiencia se vaya a otro soporte a leer una nueva versión de un hecho que ya no da más de sí».

Los medios debemos decir 'basta' mientras la sociedad no alcance su propio umbral de hartazgo o rechazo de un tema en concreto. ¿Y dónde se sitúa ese punto? «Ese umbral lo pone la propia sociedad, pero es difícil porque el ser humano se siente atraído por el morbo», sostiene Rosa Rodríguez Carcela. El profesor Álvarez considera que esto «depende mucho de la moral social de cada momento», por lo que «los umbrales van cambiando». «Creíamos que lo habíamos visto todo, y sin embargo hay aspectos que van siendo sobrepasados».

Hasta que llega el empacho de los telespectadores y lectores de periódicos, la pelota está en el tejado de los periodistas. ¿Autolimitación o autocensura? «Responsabilidad profesional», replica Rodríguez Carcela, «más que autocensura se trata de una cuestión de prudencia, de cautela informativa y de buen hacer periodístico». «No hay autocensura cuando lo que se busca es respetar el dolor de una familia o de una persona –plantea Sádaba– el deber de informar requerirá en ocasiones contar algo que va a causar dolor, pero hacerlo sin sentido o de manera repetitiva es un mal ejercicio de la profesión». David Álvarez sintetiza en una pregunta el «límite fundamenal» a imponerse: «¿Es relevante para el caso lo que voy a contar?». A su juicio «sí deben existir límites en el periodista», fijados «en el libro de estilo de cada medio» así como «en la propia profesión, que para eso están las asociaciones y los colegios profesionales; mejor autorregularnos a que venga un gobierno a limitar la libertad de expresión»,

No todo es un páramo desolador. Muy al contrario, Rodríguez Carcela pone el acento en «reivindicar el buen periodismo de sucesos que se hace en España». «La prensa local es la que mejor los trata, hay buenos profesionales especializados»; «es el periodismo en estado puro, es reporterismo de calle», apostilla David Álvarez.

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