La invasión eólica

Lo mismo podría aplicarse al sector lácteo o los astilleros. No tenemos por qué tener granjas de vacas que estropeen el paisaje para que después se beban la leche en Madrid y Bilbao, o si alguien neecesita barcos que se los construya él mismo en su territorio.

Cierto que durante el franquismo se pusieron hidroeléctricas por doquier sin atender a cuestiones medioambientales o sociales. Si había que inundar un pueblo se hacía en nombre del progreso y punto, pero en 2023 las autorizaciones para extraer energía se hacen conforme a un proceso reglado que permite alegaciones. Se exigen también declaraciones de impacto medioambiental , aunque por las palaras de Rego podría pensarse que la ministra o el conselleiro se pasean por la geografía gallega diciendo quiero un molino aquí y otro allí, y quítame ese nido de águila que molesta. Todo esto demuestra una vez más que hay una parte de la clase política que lleva décadas instalada en el activismo. No a la autopista, no al eucalipto y ahora no al eólico. Exigen la permanencia de Alcoa en Lugo y a la vez claman contra los molinos de viento que van a permitir que sea competitiva la factoría de aluminio. Allá cada uno con sus contradicciones.

En el mundo ideal del nacionalismo de izquierda a los gallegos nos queda el marisqueo, la recolección de setas y el funcionariado. También el sector cultural, siempre que sea para ensalzar la causa, porque de Valle Inclán o Cela ni hablar.

Resulta difícil de explicar que vivan empeñados en destruir los sectores que nos van a dar de comer en el futuro. Se salvan que no hay aquí un PNV o una CIU pre-procés, porque se los merendarían vivos.