Investigación
Montefurado: la fiebre del oro en Gallaecia
Mucho más que un túnel, su estudio pone en valor una de las grandes explotaciones mineras romanas del noroeste
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Iniciar sesiónEn opinión de Obélix, la cordura de los romanos era cuestionable. En minería, desde luego, sabían lo que hacían. Para muestra, el legado que han dejado en Quiroga (Lugo). Montefurado (un monte atravesado u horadado, en este caso para extraer las riquezas de la tierra) ... es el evocador nombre de lo que, en tiempos de invasión imperial, llegó a ser « uno de los elementos más destacables y señeros de toda la minería de oro en el noroeste ; junto a Las Médulas, el principal elemento» que la «personifica», explica Brais X. Currás.
Este investigador del CSIC (grupo EST-AP) ha codirigido el estudio del Montefurado desde una perspectiva histórica-arqueológica. En paralelo, el Instituto Geológico Minero de España y la empresa Terrae Geoconsulting S.L. se han encargado del apartado de estabilidad estructural. Un trabajo conjunto, por encargo de la Dirección Xeral de Patrimonio de la Consellería de Cultura, Educación e Universidade de la Xunta -que lo financió con más de 40.000 euros-, que tiene por objetivo su puesta en valor desde un punto de vista patrimonial .
Si para algo ha servido el año de trabajo con medios de teledetección -fotografía aérea histórica, vuelos con drones, tecnología LiDAR- es para constatar que el túnel, que «sirvió nada menos que para desviar el río Sil», no es una realidad aislada, sino que forma parte de un amplio conjunto. «Sería un paisaje totalmente diferente al que experimentamos hoy. Tendrías el túnel, un sistema de compuertas y de diques para desviar el río. Todo alrededor, todos los meandros. Durante kilómetros encuentras labores mineras a cielo abierto », narra Currás. El paso de los siglos ha castigado su morfología. «Las particularidades y la complejidad geológica del túnel llevan a que sea muy susceptible de derrumbes», como el no tan lejano de 1934. «No quiere decir que se vaya a caer mañana, puede caer mañana o dentro de 2.000 años; es muy difícil de saber», matiza el investigador en conversación con ABC.
El Montefurado de Quiroga -hay otros dos romanos en el noroeste, el de Pena Tallada, en Navia de Suarna, y el Couço do Monte Furado, en Vila Nova de Cerveira, Portugal-, que funcionaba con un sistema de apertura y cierre -se clausuraba en invierno y reabría en verano, para recoger el oro depositado por el arrastre del agua-, da una medida de la excelencia que alcanzaron los romanos antes de que concluyera el siglo I. «Si tuviésemos que buscar en época moderna lo más parecido, t endríamos que irnos a obras del siglo XIX que se hicieron en Australia, en la zona de Melbourne, y en Estados Unidos, durante la fiebre del oro », detalla Currás. Algo sencillo entonces, pero «una obra de cierto empaque» cuando se calzaban sandalias, y no botas claveteadas.
Viejo interés
Desde que Augusto culminó la conquista de Hispania, durante dos siglos se explotaron a conciencia los márgenes del tramo medio del Sil en procura de oro -el noroeste peninsular fue el principal abastecedor del Imperio Romano-, como ahora ha quedado documentado. El Montefurado despertó pronto el interés de los historiadores, con referencias que se remontan al siglo XVI -Bartolomé Sagrario de Molina- y una explosión de coberturas gráficas en las revistas del XIX, por medio de ilustraciones y grabados. Como evoca Currás, ayudó a su popularidad que se entrara a Galicia, por tren, por Valdeorras, con parada obligatoria ante el Montefurado, que se ofrecía a la vista de los cronistas de viajes. Hasta hubo un intento de retomar la extracción de oro a principios del XX. « Siempre fue muy conocido, y nosotros, desde el CSIC, queremos seguir trabajando para que lo siga siendo », incide el investigador.
Su labor, hoy, pasa por no cejar en realizar estudios «para valorar la estabilidad y asegurarnos de que pueda ser preservado por las futuras generaciones ». Su propuesta de actuación patrimonial incluye una ruta visitable señalizada, con paneles, y la edición de una guía arqueológica. «El patrimonio del paisaje es una realidad compleja, que solo es inteligible cuando se estudia con los medios precisos y se hace accesible a través de distintos recursos didácticos», sentencia Currás.
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