Belén, la educadora social asesinada en Badajoz: «Ha dado su vida por reconducir la de otros»
Conmoción en Castuera, el pueblo de la joven donde cada verano trabajaba como socorrista para costearse sus estudios
La madre de otra trabajadora del piso tutelado de Badajoz: «No son niños con problemas, son delincuentes»

Este martes, a las 17.00h, el municipio pacense de Castuera despedirá a María Belén Cortés Flor. Para sus vecinos, Belén, la educadora social asesinada en un piso tutelado en Badajoz y por cuya muerte han sido detenidos tres menores de edad.
Será el último adiós de su pueblo, en el que Belén creció y vivió, como cuentan quienes la conocen, muy «apegada a su familia». Una familia «humilde». Su padre, conductor de profesión, y su madre, actualmente desempleada, fueron siempre su gran apoyo. También su hermano.
Todos salvo ella, cuya profesión la acabó llevando a Badajoz capital, siguen viviendo en su Castuera natal, de poco más de 5.000 habitantes.
Allí, en el municipio, muchos la conocían por su trabajo, verano tras verano, en la piscina municipal. Así lo recuerda, con cariño, el alcalde Francisco Martos, que ha hablado con ABC: «Era una chica humilde hasta el extremo, cada verano trabajaba en la piscina para sacarse unos ahorros». Aunque su empeño, como relata el alcalde, no iba, precisamente, dirigido a caprichos.
Su obsesión era «costearse los estudios para que sus padres no tuviesen que pagarlo». Esa fue su vida, una vida discreta y muy familiar, hasta que se mudó a Badajoz, donde vivía actualmente con su pareja y donde, tristemente, ha acabado perdiendo la vida. En su pueblo natal, todavía no se lo creen: «Es incredulidad, lo que tenemos es incredulidad, también hay dolor, claro, pero la primera sensación es la de no creer que esto ha ocurrido», dice el alcalde.
Martos recalca y subraya que Belén «ha dado su vida» por intentar educar y reconducir la de otros: «No se entiende cómo puede haber tanta crueldad en una mente de 15 años, es increíble».
Castuera, dice su alcalde, lleva horas en silencio. En las calles, no se escucha nada, «nadie habla». Es un «dolor inmenso, un mazazo», concluye.
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