Conmoción y silencio en el funeral de las niñas de Cuenca: «Nadie está preparado para esto»
El pueblo acompañó sin lágrimas al padre de las menores asesinadas en Quintanar del Rey por su madre guardia civil. De ella no se habla: «No era de aquí»
Quintanar del Rey (Cuenca)
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Iniciar sesiónAy Paola, si levantara la cabeza que se voló con esa bala que le confió la Guardia Civil para que nos defendiera de gente como usted, para que defendiera incluidos a los niños, a sus hijas a las que ha matado. Si levantara la ... cabeza y viera esa fosa común en la que ayer convirtió a todo un pueblo, más dolor cuanto más se escarba, sus convecinos sonámbulos de respeto y de turbación, que ni a llorar atinaban este sábado del entierro por no hacer ruido. De usted ni se habla.
«Ella no era de aquí», resuelve un hombre por la calle San Marcos, a metros de la casa en la que los abuelos criaban a Iris y Lara, y la misma frase calcada la repite la camarera del bar El 13: «No era de aquí, ¿conocerla?... ni por la calle». A pie de barra dos ancianos cabecean y se lamentan. «De aquí no. Está mejor allá, en el fondo del mar», condena uno de ellos echando las manos a la lejanía. Lo dice por Algeciras, su lugar natal, Paola, pero no lo nombra, igual que a usted, hacen como si no la recordaran. Y sin embargo, todos dejan muy claro que a las dos pequeñas no las van a poder olvidar.
Lo pone en una pancarta grande de cartulina que han pintado con lápices y estrellas doradas los amigos del cole, tan callados y tan formales, peinados de domingo, sin moverse. «Descansad en paz, siempre estaréis en nuestros corazones», han escrito.
Diez y media de la mañana de un sábado sin sol, sin frío y sin cámaras de televisión en Quintanar del Rey. Se han ido todas, aparecerá un solo equipo más tarde. Los fines de semana no emiten esos programas inacabables que se rellenan con historias para no dormir. El padre de las niñas, Santiago, camina del tanatorio a la iglesia flanqueado por los suyos, hay a quien no le sostienen las piernas, los ojos hinchados, avanza tras de ellos un respaldo de varios centenares de amigos, familias enteras, con un pesar grave propio de gentes recias de Mancha adentro. Abriendo el cortejo, los coches fúnebres. El primero, oscuro y cargando las coronas, «Comandancia de la Guardia Civil de Cuenca» –el jefe, Fernando Montes, ha venido, espera dentro, en los bancos–, «Los quintos de 2011 nunca os olvidarán», «Vuestros tíos y primos», «CEIP Valdemembra». Hay veinte, treinta coronas, las flores todas blancas, como los otros dos vehículos donde van los ataúdes. Blanco, dirá en la homilía después el sacerdote, «como un símbolo de que esto no puede ser el final», aunque el intento esperanzador no parece consolar a la gente que acompaña inerte la ceremonia. Su alusión a que ayer era el «Viernes Santo» del municipio y a la agonía de «experimentar la cruz», que es la que le ha caído a Santiago para toda la vida, hiela la sangre. A la hora de comulgar, ni una sola persona se acerca. Están petrificados. Como si no lo creyeran todavía.
No se ha escuchado en Quintanar en ningún momento un aplauso homenaje de esos espontáneos con los que se desfoga la emoción, se conjura la rabia o la angustia. Cero. Ni qué decir gritos por el crimen, ni el amago de una ira. Silencio y dolor. No se mueve ni el aire.
Unos pendientes y una camiseta
«Nadie está preparado para esto. Yo, cuando ves que ocurre algo así en otra parte, lo sientes, porque lo sientes… pero es como si nunca te pudiera pasar a ti. Y nos ha pasado», trata de explicar en la plaza central una señora agarrándose la ropa sobre el esternón y pegándosela a la garganta para mostrar su ahogo. No quiere figurar en los medios, su amiga tampoco, junto a la que comparte el relato de este jueves por la mañana del espanto, cuando se enteraron de esta tragedia suya aquí mismo, una por la radio, la otra porque se lo contaron.
«La abuela les había comprado los regalos de Papá Noel, unos pendientes para una y una camiseta para la otra, ya lo tenía listo», dicen que se dice por el pueblo. La abuela Mari, que no puede de las lágrimas, deshilachada en un 'stabat mater' desgarrador, suyo es el drama peor, «ay, mis niñas, ay mis niñas», se susurra sola a veces. Le ayudan a andar, ha tenido que traerla hasta aquí una furgoneta con el marido, el abuelo, aguantándola por el brazo. Las fechas. En el balcón del Ayuntamiento, banderas a media asta, un crespón negro tapa la palabra 'Feliz' del 'Feliz Navidad' del letrero luminoso oficial. Es un decir, porque en los días que van de luto nadie lo enciende, ni tampoco los demás arcos de bombillas que se colocaron para estas fiestas y que por las noches de olor a leña de este diciembre maldito permanecen apagados. Ni luna hay esta semana, una tristeza de tinieblas.
La bandera en lo alto del mástil
A las afueras de Quintanar, de camino a la CM-220 que ya se adentra en Albacete, en la casa cuartel donde Paola tenía vivienda y asesinó a sus hijas antes de suicidarse, la bandera sí luce en lo alto del mástil. Resulta escalofriante. «Son órdenes. Hemos preguntado esta mañana y son las órdenes que nos han dado. En edificios de la Administración civiles se baja a media asta, pero aquí es un acuartelamiento», despeja el guardia de servicio. En el bar que está más cerca del puesto, narra el vecino de la calle San Marcos que, sin que se supiera todavía nada, Santiago estuvo la mañana de autos «a eso de las ocho, tomando café... y las hijas enfrente muertas» –comenta– «les están medicando ahora, o te dan pastillas o dime tú cómo van a soportar esto».
En el 'shock', en la conmoción colectiva todavía, quizás esté la explicación a la contención de este sábado, a ese dominarse digno en Quintanar del Rey, uno de cuyos habitantes, muy amigo del padre, sí dejaba ver la víspera ya muy tarde que son muchos los que han optado por enmudecer para evitar –zanjaba sin rodeos– «que se nos caliente la boca. Aquí nos conocemos todos». A unos pasos, cuatro adolescentes daban cuenta también de cierta mala experiencia general en este episodio indeseable y amargo con la prensa, persecuciones metiendo la espuma de los micrófonos hasta en la boca de quien no quería. «Se han dicho muchas mentiras, no vamos a hablar nada», recelaban.
Si era tormento o no lo que buscaba Paola, aflicción, el pueblo ha respondido con una lección de decencia.
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