AL PUNTO
Las trampas del Barça y Sánchez
«Menos mal que los separatistas no le han exigido a Sánchez que proclame la vigencia de los països catalans y el histórico Reino de Valencia pueda ser vampirizado, porque cedería«
¿Delitos de odio? Depende
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Iniciar sesiónExiste una teoría, de cuyo rigor y solvencia mucho me guardaré de darla por infalible, según la cual la marcha del equipo de fútbol más representativo de una región, autonomía o necionalidad (gracias, corrector, pero he escrito necionalidad y le ruego respete mi ... propósito) es paralela a su salud político-económico-financiera.
De ser cierta esa tesis, la agónica marcha del Valencia CF en las pasadas temporadas, sobre todo en el última, se correspondería con la del Gobierno del Botànic, volatilizado en las urnas por soberana decisión del pueblo valenciano. A no mucho tardar el nuevo Gobierno presidido por Carlos Mazón dará cuenta del estado de las cuentas que se han encontrado en cajones y balances y que, según indicios solventes, pueden ser más propias de un cuento de terror de Edgar Allan Poe.
El pasado domingo el equipo que encarna las esencias del catalanismo, según sus directivos se encargan de poner de manifestó de continuo, fue vapuleado por su histórico rival, el Real Madrid. Tremendo repaso sufrido que los periódicos deportivos catalanes tuvieron que reflejar calificando, muy a su pesar, la debacle blaugrana como bochorno y vergüenza.
Si bien se mira, la crisis emocional, política y convivencial que padece el pueblo catalán y no sólo en el fútbol, tiene su culpa en las ansias separatistas de unos dirigentes obnubilados y obcecados. Pero también de una sociedad que, con la barretina calada hasta convertirla en antifaz, comulga con las ruedas de molino que aquellos les endilgan con su loquinario procés.
Esa larga crisis existencial se corresponde con la que viene padeciendo el Barça. Con Messi, porque arruinó al club con sus estratosféricos sueldos y prebendas. Sin Messi, porque deambula por los campos de su odiada España con toda la pena y sin gloria alguna. Con Messi todavía en la plantilla, el Barça se valió de los servicios de José María Enríquez Negreira para que los árbitros fuesen presuntamente condescendientes, cuando no cómplices, y se esforzasen por hacer posible el los triunfos del FC Barcelona.
La investigación judicial avanza y la Guardia Civil indaga lo que tiene toda la apariencia de un grandísimo tinglado. Apunto un dato que es más que una anécdota. El tal Enríquez Negreira venía por Ontinyent con asiduidad para despachar con el empresario (prematuramente fallecido) Rafael Sanchis, para el que trabajaba como suministrador de productos para la estampación textil. En cierta ocasión Rafael le pidió que le echase una mano al Ontinyent, entonces en Segunda División, en el partido que iba a disputar frente al Mallorca en su campo de Son Moix. «Eso está hecho, jefe», respondió el amo del cortijo arbitral con su habitual desparpajo.
Se jugó el partido y el Mallorca no tuvo piedad del Ontinyent, que perdió 4-0. «Pues sí que fue buena tu ayuda», le recriminó el empresario. Y el capo de las trencillas se excusó con pasmosa naturalidad: «Pero, jefe, si el Ontinyent no pasó en todo el encuentro del medio campo». Lo de menos es el resultado. Lo de más que los favores arbitrales iban y venían y gracias a eso los socios del Barça podía cantar aquello de «triomfant».
La situación política de Cataluña es similar a la del Barça. Los dirigentes independentistas –sobre todo los de Junts—otearon tan pronto terminó el recuento de las elecciones del 23 de julio, que Pedro Sánchez les necesitaba sí o sí para conservar el Falcon, La Moncloa y el BOE. Y así, unos y otros haciendo de la necedad virtud, se aprestaron al cambalache, a un do ut des que está alterando la convivencia de los españoles y menoscabando sus derechos.
El resultado de las últimas elecciones generales –en cuya campaña previa no se advirtió en ningún momento de la posibilidad ni menos de la conveniencia de una amnistía para los que montaron el procés, lo que no deja de ser un fraude programático— convirtió la amarga derrota de Pedro Sánchez Pérez-Castejón en una investidura que nos hipotecó todavía más a los españoles.
El Gobierno de Sánchez y el FC Barcelona se han valido de las trampas saduceas para conseguir sus objetivos, ganar a toda costa. Sánchez está dispuesto a reencarnarse en Enríquez Negreira y darle a Puigdemont todo cuanto le exija con tal de él seguir durmiendo en La Moncloa y mangoneando el BOE. Si tiene que reformar la Constitución, lo hará. Y, al igual que ha engendrado una Ley de Amnistía, terminará autorizando el referéndum. Eso sí, nos venderá que no es tal sino una consulta. Y menos mal que a los separatistas no le han exigido al dadivoso Sánchez, al menos por ahora, que proclame la vigencia de los països catalans y el histórico Reino de Valencia pueda ser vampirizado, porque también cedería en ese sentido.
Si por una de aquellas la última exigencia puigdemoníaca fuese de imposible cumplimiento (porque Europa habría decidido poner coto a tanto desmán) veríamos a Pedro Sánchez, impasible el ademán, adelantar las elecciones y vendernos que lo hace por el bien supremo de España, su unidad, la convivencia, la igualdad de derechos de todos los españoles. Y que lo de la amnistía fue un invento de Feijóo que el PP no pudo llevar a cabo.
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