LA ROTONDA
EL GAFE DE BARCELONA
El Ayuntamiento no comprendió hasta hace poco que parte de la solución a los males barceloneses pasaba por poner más vigilancia en la calle y reforzar la limpieza
AUNQUE el verano no puede darse oficialmente por cerrado hasta la Diada, y en Barcelona capital prácticamente hasta la Mercè, en el Ayuntamiento de Barcelona existe cierta sensación de alivio por cómo han transcurrido estos meses. Si se descuenta el accidente del parque del Tibidabo, ... y luego el penoso episodio de los intentos de homenaje a ETA en las fiestas de Gràcia y Sants, Barcelona no hado de qué hablar, y eso ya es mucho. Acostumbrados a otros años, cuando con la llegada de los calores la ciudad era castigada por una calamidad tras otra, como si se tratase de una sucesión de plagas bíblicas, 2010 ha supuesto un respiro para Jordi Hereu y su equipo, para quienes, en realidad, lo complicado viene a partir de ahora.
La extraña relación entre Barcelona y los meses de calor comenzó en ese prodigioso verano de 2004: quizás lo recordarán —quien esto escribe, con cierta delectación morbosa, aún se pone nostálgico al recordarlo—, cuando aquello del Fórum. Como si se tratase de una maldición, el pecado de soberbia que fue ese invento que debía «mover el mundo», y que puso al Consistorio y a toda la ciudad al borde del desquicie, se prolongó durante años como una penitencia.
De manera sucesiva, Barcelona afrontó al año siguiente la llamada crisis del civismo, para ir encadenando, como se dice, un pollo tras otro… que si la sequía, que si el apagón eléctrico, que si los turistas borrachos, que si la invasión de los «pies negros», que si el vandalismo en las fiestas de Gràcia, que si las prostitutas de la Boquería… En fin, que cuando Joan Clos, y luego Jordi Hereu, se iban de vacaciones, al concejal que por turno le tocaba ser alcalde accidental le tenían que arrastrar de la oreja ante lo que se le venía encima… La cosa llegó a tal punto que hasta en la prensa se hacía broma sobre ese extraño gafe barcelonés, y un diario llegó a titular a toda página: «Y ahora, tiburones!», cuando en la costa de Tarragona y de Barcelona de divisaron unas aletas de escualo.
Como nuestro Ayuntamiento es algo lento de reflejos no se dio cuenta hasta hace muy poco de que parte de la solución a los males barceloneses pasaba por poner más vigilancia en la calle y reforzar más la limpieza. Esto es, más guardias y más manguera. Se ha podido ver en La Rambla este verano, donde a pesar de ciertos fenómenos enquistados como el de los trileros y el de las estatuas humanas —vale que no son lo mismo, pero dan una imagen igualmente cutrilla del paseo— la cosa ha transcurrido más o menos bien para tranquilidad de la concejal de Seguridad y de Ciutat Vella, Assumpta Escarp. La muy curtida teniente de alcalde, cual teniente O'Neill, y hasta este mediodía como alcaldesa en funciones, ha intentado, y logrado en parte, que la ciudad no se desmadrara.
Barcelona empieza a superar su gafe veraniego. Lo del invierno ya es otra cosa.
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