«La Parrala sí, la Parrala no...»
La suspensión cautelar de todas las agendas políticas fue la señal que activó el máximo grado de alerta. La decisión del Tribunal Constitucional sobre el Estatut era inminente. El presidente de la Generalitat había cancelado su viaje al Pirineo. Las entrevistas de sus asesores, anuladas. ... En las formaciones políticas también se cambiaban agendas y se reprogramaban actividades. Un espeso silencio, algo parecido a la expectación, se adueñaba del ambiente político.
A media mañana se daba por seguro que habría fallo. A las dos y media, el clamor cruzaba el Ebro a la velocidad de la luz. Sonaban tambores de guerra. Fumata blanca. Penalti en contra. ¡Sentencia, sentencia! La bomba, por fin. Después del 11-M y el 23-F, la sentencia más esperada de la historia de la Democracia y otras exageraciones por el estilo. Hasta que la realidad desactivó previsiones, expectativas y golpes de efecto. Los magistrados del Tribunal Constitucional habían vuelto a desinflar el globo y don Mariano se paseaba tranquilo por Girona con más parsimonia que recelo, a pesar de que la Cataluña política siempre está dispuesta a pasar cuentas contra el PP.
Tras la falsa alarma, el enésimo no, nada, el casi, casi, el fallux interruptus, este preclimax fallido, esta pifia de votación, este lanzamiento abortado, esta sentencia en forma de torpedo gaseoso extraviado en el laberinto intestinal (o institucional) se aleja de la órbita catalana y vuelve a colocar la política en el terreno de la gestión, donde embarranca el discurso esencialista del nacionalismo. Las víctimas de la conspiración, de haberla, serían en todo caso quienes han presentado los recursos contra un Estatut cuyos impulsores se jactan en aplicar en toda su extensión y con todas sus consecuencias.
En ese contexto, atribuir al sector conservador del TC un bloqueo sobre las aspiraciones de Cataluña es, como mínimo, una osadía y una licencia para rellenar huecos.
En materia de Estatut, por otra parte, a quien hay que hacer caso es a Zapatero, quien ha pronosticado dos cosas: que la sentencia no va a provocar ningún terremoto político de consecuencias demasiado aparatosas y que puede brotar perfectamente en otoño. Si se tiene en cuenta que a Zapatero Cataluña le parece una nacionalidad, del mismo modo que le da igual cuatro que cuarenta, resulta meridiano que el Constitucional es ahora mismo un ente que se debate entre la fidelidad a la Carta Magna o plegarse a los deseos del presidente del Gobierno, que quiere un fallo a su medida y a su tiempo, dimensiones que parecen francamente incompatibles con la actual composición del TC. O es a su medida, lo cual requiere la renovación del Tribunal, o es en tiempo, lo cual exige una amplia relectura del texto, lo que no es del agrado de Zapatero, y de casi nadie aquí.
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