Santiago Tarín: «Comparadas con los ochenta, las prisiones de hoy son guarderías»
En 'Los crímenes de los pasos perdidos', el periodista agavilla algunos de los casos que conoció en la sección de sucesos
Luisgé Martín, autor del libro sobre José Bretón: «Si yo fuera Ruth Ortiz, no leería este libro»
Barcelona
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Iniciar sesiónSantiago Tarín contaba veinticuatro primaveras cuando entró por primera vez en la Modelo como periodista de Radio Barcelona. El 13 de abril de 1984 un centenar de presos había secuestrado a varios funcionarios: los liberarían a cambio de heroína y la difusión de un manifiesto. ... Tarín, que accedió con Rafael Manzano a cambiarse por dos de los secuestrados, entró en la quinta galería con el abogado de Juan José Moreno Cuenca, el Vaquilla, José Sáinz Vila: «Jamás he olvidado lo primero que vi, a un funcionario de pie, en medio del pasillo, sujetado por un preso encapuchado que tenía un enorme pincho apoyado en la garganta del rehén, cómo me quedó grabado en la mente el ruido metálico de la puerta al cerrarse y ser consciente de que no podía irme cuando me diera la gana». El Vaquilla le pareció una persona devorada por el personaje de los medios de comunicación: «Sus hermanastros eran mucho peores (murieron todos); el currículo criminal del Vaquilla no se correspondía con su fama».
Es uno de los dieciséis capítulos de 'Los crímenes de los pasos perdidos' (Alrevés), episodios vividos en el periodismo de Sucesos, «la sección donde vas a parar cuando acabas de llegar a la radio o el diario». El «rodaje» del reportero Tarín acaeció en los ochenta, década de droga, terrorismo, gansterismo internacional y atracos a mansalva. Episodios vividos, menos dos que provienen de la experiencia de su padre, Manuel Tarín: una foto de Enrique Sánchez Roldán, el Mula, delincuente de posguerra que pasó de robar conejos al asesinato, esposado y camino del garrote vil. El otro caso es un clásico de la crónica criminal: Manuel Delgado Villegas, el Arropiero que mataba, una y otra vez: medio centenar de asesinatos en siete años, de 1964 a 1971.
Al mal se accede por muchos caminos. La miseria, como el Mula, la desgracia como Dieguito el Malo, los cromosomas como el Arropiero, el arrebato de un jubilado aparentemente inofensivo o la voluntad decidida de quitar de en medio a quien se interponga en su ruta criminal: Rafael Bueno Latorre, huido desde 1984 y en paradero desconocido. Otras veces el delincuente es un simpático caradura: Juan Carlos Firpo, tan capaz de escribir poesías como de falsificar cheques bancarios; o la banda que vació el Hispano Americano, ladrones de película. «Si la industria española fuera Hollywood no pararíamos de rodar», advierte Tarín.
De sus relaciones con los convictos, el periodista recuerda que se carteó con Dieguito el Malo -«un desgraciado que daba pena»- y Raymond Vaccarizzi, el gánster que acabó con un tiro en el entrecejo cuando hablaba con su mujer desde la ventana de su celda de la Modelo. «Comparadas con los 80, las prisiones de hoy son guarderías. Nunca conseguí que un expreso me contara lo que vivió en la prisión», comenta Tarín.
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Y puestos a contar, preguntamos al autor de 'Los crímenes de los pasos perdidos' que opina de 'El odio' de Luisgé Martín sobre el parricida José Bretón. «Es un caso de censura previa. Entiendo el dolor de la esposa y madre, pero ¿dónde ponemos el 'dolorómetro'? A este paso no vamos a poder escribir de nada». ¿Y cómo se escribe el periodismo de sucesos actual? «Sin tiempo para pensar y con la obsesión de colgar la pieza cuanto antes en la web. Sin un poco de reflexión, la escritura se resiente. Y la escritura debe ser la prioridad del periodista, no estar esclavizado en enviar un avance en cinco minutos», lamenta. Admirador de Josep Martí Gómez y de la economía descriptiva de Ferdinand von Schirach, Tarín concluye que «todo aquel tiempo en el salón de los pasos perdidos no ha sido un tiempo perdido». La lectura de su libro lo confirma.
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