Bardalet, cuatro décadas mirando la muerte a la cara
Forense y pediatra, presenció su primera autopsia con 14 años, a petición propia. Dejó así de mirar cada noche bajo la cama y de temer a la parca. Embalsamó a Dalí, identificó a más de 5.000 muertos del tsunami de Tailandia y visitó a Tejero en prisión, pero los casos que más le han marcado son de componente humano. Durante algunos años, también trabajó para el CNI. Ya jubilado como funcionario, aún pasa consulta en un centro médico de Figueres. ¿Retirarse? «Ni pensarlo»
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Barcelona
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Iniciar sesiónSu vida ha transcurrido entre juzgados de guardia, prisiones y depósitos de cadáveres. «A la muerte hay que mirarla a la cara. Con frialdad. Es lo que hacen los toreros, mirar al toro a los ojos, pero sin dejar que te enganche». Lo dice ... Narcís Bardalet (Gerona, 1953), tras más de cuatro décadas como forense, en las que ha sido no solo testigo de excepción, sino también parte de acontecimientos históricos.
Tras el tsunami de Tailandia en 2004, participó en la identificación de más de 5.000 víctimas. Visitó a Dalí antes de morir y, en 1989, fue el encargado de embalsamarlo. Casi 30 años después, también presenció su exhumación. En algunas de sus guardias atendió al teniente coronel Antonio Tejero, cara visible del 23-F, en la prisión de Figueres. A petición de la Fiscalía, examinó a la farmacéutica de Olot Maria Àngels Feliu, tras pasar 492 días secuestrada y, durante algún tiempo, también trabajó para el CNI. «No llevaba gafas de sol, ni peluca ni gabardina», bromea; «lo que hice estaba estrictamente relacionado con mi profesión». Y hasta ahí puede leer.
Su profesión, «por decirlo de alguna manera», le ha hecho ver «los peligros de la vida y lo fácil que es morir». «Mira si es fácil que no tienes que hacer nada. Sólo esperar», reflexiona. Su concepto de la existencia lo ilustra parafraseando a Baltasar Gracián: «La muerte de alguien joven es un naufragio, la de alguien mayor es llegar a puerto». Lo de «mirarla a la cara» llegó tras una infancia marcada por un «miedo bestial, casi patológico e irracional» a la parca –también mirando, pero en este caso, cada noche bajo su cama–, hasta que, con 14 años, hizo una petición inusual a su abuelo, que era juez de paz en Sils: acudir a una autopsia. La de un hombre que se había electrocutado.
Comprobó así «lo bello que era el cuerpo humano». «Me lo explicó el forense, aunque entonces esa palabra aún no estaba en mi léxico, era sólo un médico» y «desmitificó» lo que tanto pavor le generaba. «Generalmente tenemos miedo a lo desconocido. Cuando abres una puerta y no sabes lo que hay detrás. Pero cuando lo ves, entonces desaparece».
Tras estudiar medicina en la Universidad Autónoma de Barcelona, Bardalet se especializó en Pediatría y, durante el segundo año, comenzó a preparar las oposiciones para entrar en el cuerpo nacional de forenses. «La vida y la muerte son dos extremos que se parecen mucho. Nacemos sin dientes y morimos tras haberlos perdido; no sabemos dónde naceremos. Tampoco dónde moriremos, excepto los suicidas, que escogen el día, el lugar y el método. Nacemos comiendo papillas y biberones y morimos comiendo sopas. Nacemos sin saber controlar los esfínteres, igual que perdemos su control cuando morimos», ilustra sobre la relación de sus dos especialidades. Su primer destino, en 1979, fue Estella (Navarra). Allí vivió los años de plomo –un juez lo conminó a sacarse la licencia de armas– y un caso que no olvida: su primera autopsia, ya como profesional. La de Cristina, una niña de año y medio que murió electrocutada tras orinarse mientras dormía, tapada con una manta eléctrica.
La momia de Prim
Entre los cadáveres que más le han impresionado, el del único catalán que ha presidido el Consejo de Ministros en España, el del general Prim, que murió días después de ser tiroteado a su salida del Congreso, en 1870. Su cuerpo se embalsamó y, en 2012, Bardalet participó en su exhumación, que buscaba esclarecer las circunstancias del fallecimiento, ante algunas teorías que apuntaban que podía haber sido estrangulado. Durante el trabajo –que confirmó que el mandatario había muerto a consecuencia de las heridas sufridas en el atentado–, lo que más incomodó al forense fueron los ojos de cristal de la momia, porque sentía que lo estaba observando.
«Si tienes vértigo y quieres ser piloto, vamos mal. Si quieres ser forense, ya sabes dónde te metes. Necesitas capacidad de observación, calma, serenidad, objetividad»
El secreto médico le hace callar más de lo que cuenta. «Es inviolable, yo no puedo visitar a un enfermo y luego traicionarlo», enfatiza. Lo mismo con los muertos. Por eso no puede revelar por qué él ya sabía, «desde el minuto cero», que Salvador Dalí no podía ser el padre de Pilar Abel, la mujer que presentó una demanda de paternidad, y por la que se exhumaron los restos del genio de Figueres, en 2017, para extraer ADN. Restos biológicos que, efectivamente, confirmaron lo avanzado por el Dr. Bardalet quien, además de haber visitado al pintor en tres ocasiones durante los 80, fue el encargado de embalsamarlo. Una obra que 'firmó', junto a otro forense, dejando un papel con sendos nombres en una minúscula botella de penicilina vacía, que introdujeron en el cuerpo de Dalí, al que tilda de «personaje irrepetible».
Víctimas del tsunami
Tras el tsunami de Tailandia, a petición del Departamento de Justicia, fue uno de los responsables de la identificación de cadáveres, los denominados 'no names'. En su caso, en quince días, realizó cerca de 5.000 autopsias. El terremoto en el Índico en diciembre de 2004 causó más de 230.000 muertos. «El Hiroshima de nuestro siglo, como dije entonces en una entrevista, por la magnitud de la catástrofe», comenta. Aunque impresionado por el caos y la cantidad de cuerpos, almacenados en camiones frigoríficos, se mantiene inflexible: «Si tienes vértigo y quieres ser piloto, vamos mal. Si quieres ser forense, ya sabes dónde te metes. Necesitas capacidad de observación, calma, serenidad, objetividad. Tienes que ser duro, lo que no quiere decir que no seas sensible».
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A lo largo de toda una vida como confidente de la muerte –como le apodan algunos–, Bardalet ha «visto de todo. Gente que ha muerto sola, a la que han matado, que se ha suicidado, que ha muerto por mala suerte. ¿O no es mala suerte que te alcance un rayo en una playa?». A sus espaldas, más de 500 homicidios y tantas otras autopsias, de las que ya ha perdido la cuenta. Experiencia que le permite afirmar que: «No hay nada más triste que estar enfermo, sentirte solo y ser pobre».
Sostiene que los cadáveres hablan, pero para eso hay que saber escucharlos. De los casos que más le han marcado, el de unos padres que mataron a su hijo, con autismo, en las navidades de 2010. Un matrimonio holandés, que luego se suicidó, tirándose el río Fluvià con sendas mochilas cargadas de piedras. Cuando los encontraron, estaban cogidos de la mano. Tras el crimen: un drama familiar. Los progenitores habían convivido con la agresividad del hijo durante muchos años. Al hacerse mayores, desesperados, e ignoradas sus peticiones de auxilio por parte de la Administración, decidieron escoger ese final.
Al día siguiente, los tres cuerpos, en la sala de autopsias de Bardalet. Quien tuvo que identificarlos fue el otro hijo de la pareja.
También recuerda el caso de un niño suizo que, en 1980, desapareció en la playa de Sant Pere Pescador. Se lo había 'tragado' la arena. El cuerpo lo localizaron tres años más tarde. Y el de un matrimonio que se ahogó frente a su pequeño, de 4 años. El doctor se puso en la piel de aquel niño. «Una frase de Josep Pla, con la que estoy absolutamente de acuerdo, es que 'la vida es una cosa complicada y difícil, imposible de describir, que consiste en ir tirando'. La muerte es el último capítulo». Ha reflexionado mucho sobre ese capítulo, se lo han permitido sus dos especialidades, pediatra y forense. «La muerte ideal es en casa, sin dolor y acompañado».
La forma de matar
A lo largo de su trayectoria ha sido testigo de avances tan «brutales» para la investigación criminal como el del uso del ADN para la identificación forense. «Hay un antes y un después, no sólo en delitos contra la vida, para determinar la autoría, o saber a quién pertenece una mancha de sangre o esperma, sino también en agresiones sexuales o para la identificación de la paternidad. Cuando empecé, con un pelo, poco podías hacer; ahora, con un solo cabello podemos saber muchas cosas». También ha vivido la evolución de los crímenes. «La forma de matar antes era más primitiva, más primaria; dos payeses peleándose a palos. Con el paso del tiempo he visto asesinatos más elaborados. Rencores y odios, con más preparación».
Bardalet se jubiló en 2015, aunque sólo «como funcionario», precisa. Dejó de estar al frente del Instituto de Medicina Legal en Gerona, pero sigue ejerciendo como forense y pediatra. Su consulta, en un centro médico de Figueres, está justo enfrente de la Casa Museo Dalí. También elabora informes a requerimiento de –no pocos– abogados, a los que asesora en diversas causas penales. «Ni pensarlo», contesta sobre abandonar su profesión. «Hay que tener el cerebro activo, es importante. No tengo pensado sentarme en La Rambla o en una plaza para criticar las obras del Ayuntamiento». Hay Bardalet para rato.
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