Veinteañeros que reclaman el mando de la España rural

«Yo voy al pueblo y veo potencial, se pueden mejorar muchas cosas», asegura Estefanía Alonso, estudiante de Turismo, entrenadora de waterpolo y trabajadora de hostelería algunos fines de semana. Con la veintena justa, se presenta por el PSOE a una localidad vallisoletana de poco más de 120 habitantes. «Villalbarba es un pueblo de la España vacía y a mí me gustaría que no lo fuese», reivindica. De hecho, confiesa que cuando esté «más asentada» le encantaría vivir en él (reside en la capital por estudios). «Los jóvenes no tenemos medios para independizarnos, y aquí las rentas son más bajas: a 30 minutos de Valladolid, lo veo buen sitio para el teletrabajo y para los nómadas digitales, y también para la gente que se va de la ciudad en busca de tranquilidad», defiende.

También Samuel Sordo (PP) querría quedarse y combatir los problemas que atenazan a municipios como el suyo, Poza de la Vega, en Palencia, que no llega a doscientos residentes. Partido y seres queridos están «muy contentos» con el jovencísimo aspirante que, inspirado por Pablo Casado, se afilió en cuanto tuvo los 16. Ahora, con sólo 18 años, dice que no puede hablar por 'la juventud' en general, pero que, si llega a compaginar el grado sociodeportivo que estudia 'online' con la alcaldía, aportará «ganas, ilusión y, sobre todo, trabajo». «Hablo con muchos amigos y me da pena, porque me dicen que vivirían en sus pueblos, pero que tienen que marcharse a Palencia porque no hay salidas. Lo que quiero para Poza de la Vega es que esos jóvenes no tengan que irse a Saldaña a estudiar o a Palencia a vivir, eso genera una despoblación grandísima», lamenta. También tiene en mente a los extranjeros que llegan para trabajar, o a los agricultores y ganaderos, «que son los que más problemas tienen», y por eso quiere ponerse a su servicio para «darles una vida mejor y más fácil».

Algo más al sur vive Raúl San Román Domínguez. Autónomo de 22 años entregado a la hostelería, no le tembló el pulso a la hora de comprar casa en Nueva Villa de las Torres, un municipio de la provincia de Valladolid que agrupa a 280 habitantes cerca de Medina del Campo. «Me tira mucho el pueblo, vivo aquí solo desde los 16», explica. Hace año y medio conoció a José Luis Rojo, de Vox, y cuenta que enseguida simpatizaron. Fueron las conversaciones con él las que le impulsaron a afiliarse. Y luego llegó la candidatura: «Rojo me dijo '¿por qué no te animas?' y a mí, que ya tenía algo, se me acabó de meter la ilusión en el cuerpo», sonríe. «La gente de Nueva Villa es especial», asegura, y añade que los fines de semana la población se vuelve muy joven. Aunque no escapan a los contrastes: el actual regidor es de los más longevos del país, con cerca de 90 años. Raúl respeta sus galones, pero considera que «el pueblo pide cambios» y propone «mirar» desde otra perspectiva.

«La juventud aporta una visión distinta», incide Sara Sacristán, que persigue ganar el bastón de mando de Laguna de Duero (Valladolid) de la mano de Ciudadanos. Esta técnico de farmacia de 21 años que admite que «siempre» le gustó la política opina que aquellos que pasan muchos años en unas funciones pueden «perder el criterio», y que unos ojos nuevos pueden aportar frescura porque «siempre llegan para mover las cosas». Agradece el apoyo a su candidatura y valora que en ningún caso la han tratado «como a una niña», temor que no deja de estar sobre la mesa. «Ser joven no significa no tener seriedad, pero sí más ilusión», sostiene.

De hecho, el mayor de los cinco jóvenes con los que ha hablado este periódico va tras los pasos de otro veinteañero que deja ahora la alcaldía. En concreto, la de Fuentecantos, con menos de 70 habitantes y a diez minutos de Soria. «En este caso es una cuestión de continuar el buen trabajo del alcalde anterior, más que ideológica: si todo lo bueno que le ha pasado al pueblo recientemente pasa por esa gestión y por el partido que la respalda, pues Podemos somos», resuelve Ignacio Monforte Arcija (27 años). «La juventud tiene que dar un paso adelante, también porque generacionalmente aporta otra visión», indica. Opina que las hornadas de alcaldes más recientes llegan con las nuevas tecnologías interiorizadas y más sensibilidad hacia preocupaciones como la del cambio climático. Él, operario en una empresa de embutidos, vive a caballo entre la capital y la población, y espera consolidar un modelo que haga que el de su familia sea más que un «pueblo dormitorio».

A pesar de que Laguna de Duero supera los 20.000 habitantes, corre el mismo riesgo: ser un satélite para Valladolid y desangrarse de nuevas generaciones. «Laguna tiene un espacio joven, un centro de salud, institutos, colegios… creo que si se fomenta bien, no habría que plantear el irse, ¿por qué?», pone de relieve Sara, que habla como política y como vecina. «No se trata sólo de entretener a los jóvenes, lo que hay que hacer es ayudarles a plantear su vida», recuerda, por lo que proyecta un aumento de servicios y de accesibilidad. Ahí, los programas se adaptan a la 'potencia' municipal de cada uno: a lo posible, además de a lo deseable. Sara pone el acento en materias como la seguridad, con la propuesta de un plan de prevención de acciones delictivas con sistema de avisos.

Samuel menciona entre sus propuestas la de crear espacios de juego como un campo de futbito o unas canastas. «Veo que faltan sitios para que los niños puedan disfrutar, y parece una chorrada, pero no lo es», comenta. El ocio importa, y también se palpa entre las ideas del resto de jóvenes. «Aquí puede ser importante, más allá de grandes obras, mantener cosas como el yoga dos días a la semana», ejemplifica Ignacio. «Es decir, cuidar de actividades que permitan 'hacer pueblo'», reivindica. Aunque también quiere recuperar el acuífero, hacer que funcione el concejo abierto o consolidar el transporte a la demanda. «No es viable que los pueblos tengan de todo, pero sí que estén bien conectados para cubrir necesidades básicas, conduzcas o no conduzcas», apunta.

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Si gana, Raúl promete fomentar tradiciones populares que –subraya– son parte importante de la identidad del pueblo. Pero también apunta a la importancia del bar, epicentro de la vida social. «Sin él, el pueblo está muerto», asevera el de Nueva Villa, que tampoco pierde de vista conservar el consultorio o la farmacia, y sabe que contar con tienda, pabellón deportivo o piscina da vida al pueblo. En Villalbarba, el bar está en la lista de pendientes: «Aunque ya existe una oferta para posibles interesados, quiero intentar que abra, porque es el principal núcleo social», coincide Estefanía, que prevé revisar acuerdos con pueblos vecinos para organizar ferias y eventos.

En definitiva, un revuelo de ideas y un enfoque juvenil con los que pretenden ganarse el respaldo de sus vecinos. Llámenlos JASP o generación Z: ellos lo que piden es el voto.