ruido blanco
Viaje a la soledad
Dicen que la felicidad es incluso olvidarse de desear lo ajeno
Mala amante la fama
La bicicleta del progre
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Iniciar sesiónUno empieza a darse cuenta de que pasan los años cuando cada vez más a menudo siente la urgencia de refugiarse del mundo. El refugio de Virginia Wolf eran sus libros, el mar y la soledad. Aquí en la vieja Castilla mesetaria el único mar ... es de campos pero igual de infinito, igual de profundo y del mismo modo mecido por el viento o azotado por las tempestades. Cada vez me descubro más noches arropado por aquellos libros que forjaron el carácter, que permitieron viajar en el tiempo y el espacio cuando la juventud empujaba a huir de manera irremediable. Páginas que fueron y son mantas toledanas contra la gélida intemperie. Y la soledad. Aquella sombra fúnebre que olía a la desesperación del vencido por el fracaso y antes detestaba ahora es una habitación pequeña, cómoda y caldeada.
Hacerse mayor es dejar de ansiar todo lo de fuera para caer en la cuenta de que lo que necesitas está en el hogar. Hasta los héroes terminan regresando a Ítaca. Dicen que la felicidad es incluso olvidarse de desear lo ajeno. Ambas son una epifanía preciosa. Una travesía hacia una soledad en compañía, comprendida y rebuscada entre las pocas grietas que deja el ajetreo de la rutina. La soledad como aleteo, respiración y silencio. El refugio es tu mujer, tu perro, tu familia y un puñado de amigos. Tan pocos que siguen siendo soledad frente a un mundo agresivo de avalanchas, bullicio y desorden. Tan pocos que siguen siendo clausura monacal frente a la multitud. «Cualquiera que aspira a conservar su sano juicio necesita un lugar en el mundo en el que pueda y desee perderse. Un anexo del alma que, cuando el mundo naufraga en su absurda comedia, uno siempre puede correr a encerrarse y extraviar la llave» escribió Carlos Ruiz Zafón en 'El laberinto de los espíritus'. Qué pena que a pesar de que este mundo que nos ha tocado vivir persista en el naufragio nunca llegue a extraviar del todo la llave. Quizá porque la soledad terapéutica jamás puede ser destino, tan solo un viaje. A ese refugio donde aun suenan los relojes, importan las palabras y anidaron los sentimientos. El único sitio donde ya consigo escucharme.
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