Ruido blanco
Mala amante la fama
Las redes sociales combustionan una fama viral todavía más efímera y autodestructiva
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Iniciar sesiónCuenta Miguel Bosé en la docuserie de su vida cómo fue su lanzamiento al estrellato. Su Cabo Cañaveral también estaba en Florida, pero en el Florida Park del Retiro. Desde la mítica sala de fiestas madrileña se emitió en directo su primera actuación en TVE ... que inmediatamente lo propulsó al firmamento de la música.
Ese fascinante poder tenía la televisión de antaño, cuando había solo un canal (y medio) y las audiencias millonarias fabricaban artistas y destruían personajes en apenas un puñado de minutos cuando al cine le costaba años iluminar estrellas. Aquel Bosé, público de nacimiento, conoció a partir de entonces la monstruosidad de la fama que desde aquel preciso día comenzó a devorarlo. A él y a todos los que consiguen saborearla.
La fama es la enfermedad del éxito, «mala amante y no va a quererte de verdad» canta Rosalía décadas después. Todos los que la alcanzaron confirman esa maldición que supone la popularidad desmedida que destroza talentos y a otros «estuvo a punto de», como es el caso del propio Bosé que confiesa que las fans llegaron a provocarle terror.
Un droga irresistible y salvaje, fulgurante y voraz capaz de aislarles en esa soledad azul e inhóspita que se genera en el centro de la muchedumbre. Sin embargo, en el camino de autodestrucción que gobierna nuestra sociedad, la fama sigue siendo una aspiración generalizada como logro vacío y careta de felicidad. Una fama absurda que perdió el éxito y cuya espuma son las influencers.
Las redes sociales tomaron el relevo de aquella televisión de masas y son el Cabo Cañaveral de nuestro tiempo. Combustionan una fama viral todavía más efímera y autodestructiva. Tan hueca que conduce casi siempre a la decepción. Tan peligrosa que el objetivo debería ser esquivarla en lo posible y solo utilizarla en la medida de lo imprescindible. En cambio es el anhelo para generaciones de jóvenes que la ambicionan con el mismo efecto que los ojos de Medusa. La fama les lanza al universo. A un cielo oscuro e infinito donde pueden brillar o perderse. Ninguno sabe si atraviesa la atmósfera en el papel de Neil Armstrong o de la perrita Laika.
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