Buenos días, vietnam

Donde cabe la eternidad

Uno sale de la exposición convencido de que debe de existir Dios

Exposición en la sala Las Francesas, de Valladolid, 'Juni: imaginario' ICAL

Para los que dudan, para los que no creen, para los que no saben, para los que dicen que no, para los que necesitan pruebas, para los faltos de fe, para los que miran, para los que ven, para los que lo necesitan, para los ... que lo ignoran, para los que están empíricamente convencidos de que no puede ser, para todo el que esté por Valladolid estos días el cielo existe y debe de ser algo así: encargo de Dios y tallado en madera por Juan de Juni al llegar allí. Porque en la sala de exposiciones de Las Francesas ha abierto la muestra 'Juni imaginero' y aquello no es una exposición, es entrar de la Calle Santiago directo al cielo por las puertas de San Pedro y darse cuenta de que el cielo no está hecho de oro, sino de pan de oro y policromía.

Recorriendo la exposición uno cae en que el misterio debería ser que Dios sea uno y trino, pero resulta que todo el enigma de la cristiandad es que un hombre: con sus manos, una gubia y la fe pueda tallar la Biblia entera en madera recién salida de un pinar. Porque en Valladolid, los árboles, como Delibes, miran al cielo y acaban siendo carne de eternidad. Vírgenes, santos, mártires y cristos, todos ellos pinos cortados en buena luna. Y paseando por las piezas venidas de conventos, sacristías, museos y otros siglos a uno le dan ganas de rezar, que más que murmurar plegarias en voz baja y hacia dentro consiste en tocar a Dios. Es probable que de eso, como de casi todo, supieran más en el siglo XVI. Que a Dios se llega a través de la contemplación y por eso lo encontraban después de desbastar todo lo intrascendente de la vida y de la madera. Que Dios es lo que queda cuando se profundiza debajo de ésta y de la piel.

Hay un ángel en mitad de la exposición que nadie sabe si es un serafín, un arcángel o su ángel de la guarda. Hay un ángel sin nombre que se talló para un retablo y por eso tiene toda la espalda vacía. Y en ese hueco exacto, entre las alas y el pecho, es en el que Juan de Juni sabía que cabía la eternidad. Porque los grandes imagineros como Juni o Gregorio Fernández y los escultores como Venancio Blanco, eran conscientes de que es ahí, donde se deja hueco, donde hay ausencia de materia, donde van los ojos y no ven nada, ahí es donde reside todo lo que importa de verdad.

Por eso uno sale de la exposición convencido de que debe de existir Dios. Si ve la forma que toma la madera según Juan de Juni tiene la certeza de que nadie puede decir que no. Que aquí, en Valladolid, es donde «la redención se hace carne en la madera».

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