Hijos del Olvido
El ángel de Nueva España
Pedro López Gómez (Dueñas, 1521?-Ciudad de México, 1597)
El médico palentino fundó en Ciudad de México el hospital de los Desamparados, el de San Lázaro para leprosos y la primera casa cuna de América
F. Javier Suárez de Vega
Una vez más, sorprende hasta la incredulidad que una figura de la talla del personaje de hoy se halle tan olvidada en España. Con la honrosa excepción de los principales responsables de su rescate: algunos historiadores norteamericanos, los españoles Luis Martínez Ferrer, Miguel Ocaña, que ... le dedicó su tesis, y algunos eldanenses que acogieron con entusiasmo sus descubrimientos.
Nació en Dueñas, probablemente en 1521. Licenciado en Medicina por la Universidad de Valladolid, desposó a Juana de León -también descendiente de médicos- con la que tendría seis hijos. El destino, siempre caprichoso, le depararía un viaje al Nuevo Mundo adonde, al parecer, acudió en auxilio de su hermana que acababa de enviudar. En 1548 obtuvo su licencia de pasajero a Indias. Ignoraba entonces que ya nunca retornaría o que se convertiría en una de las personas más notables y respetadas de la ciudad de México, a la que llegó en 1553 después de residir en Puebla.
Entre otros hitos, de él podría decirse que, casi con total probabilidad, fue el primer doctor en Medicina de la historia de América, título otorgado el 3 de septiembre de 1553 por la Real y Pontificia Universidad de México. Pronto, su prestigio y dotes para los negocios le granjearon riquezas, influencia y cargos de responsabilidad. Miembro del claustro universitario, del cabildo, de numerosas cofradías, también fue designado protomédico, importante autoridad sanitaria. Dada su posición y contactos, bien podría haber amasado una inmensa fortuna, mas su ferviente fe católica hizo que dedicara sus desvelos y hacienda a los que menos tenían. A partir de ahí, el de Pedro López se convertirá en otro ejemplo paradigmático para desmontar la aberrante leyenda negra. Y si hay un color que marcaría la vida del galeno eldanense fue justamente ese, el negro.
Desde el inicio de la presencia española hallamos en tierras novohispanas un colectivo mucho más desfavorecido que los indígenas: los negros o morenos, como se los denominaba. A muchos sorprenderá su número. En 1570, sólo en el arzobispado de México, el total de africanos se aproximaba a los 12.000 frente a tan sólo 2.800 europeos. Como afirmaba su arzobispo, había allí muchos «mulatos y negros libres que cuando se enferman no tienen en donde se poder curar (…) de cuya causa muchos mueren por falta de cura y remedio necesario, y lo que peor es, sin confesar ni recibir los demás sacramentos…».
Conmovido por su situación, en ellos pondría sus ojos López, pionero en la atención a esta minoría marginada. Por ello fundó el hospital de los Desamparados, sostenido con sus propios bienes y con limosnas, que evitó muchas muertes y cuidó, no sólo de la salud física, sino también de la espiritual. A diferencia de lo que sucedería en las naciones que forjaron la leyenda negra, en los dominios hispanos siempre se tuvo muy claro que los negros eran seres humanos y, por ello, debían ser bautizados y evangelizados. Por esta razón, el doctor López incluso pidió permiso para crear una cofradía formada por ellos como remedio a «la falta de doctrina y cristiandad que tienen los negros en esta tierra…».
Su apabullante balance vital se completa con la creación de la primera casa cuna de América para auxiliar a los niños abandonados que «corrían el riesgo de ser comidos en las calles por los perros». Colaboró con fray Bernardino Álvarez, promotor del primer hospital psiquiátrico del Nuevo Mundo. Y, por si fuera poco, años antes había fundado el hospital de San Lázaro, único que atendía en todo el virreinato al grupo más repudiado de toda la sociedad: los leprosos.
Pedro López fallecía, en loor de santidad, en este hospital el 24 de agosto de 1597. Numerosos testimonios glosan sus heroicas virtudes y la vida santa que llevó. Hernando Ojea, su confesor, se refiere a él como «médico y varón santísimo (…) de cuyas grandes virtudes se pudieran escribir libros enteros». Añade que curaba gratis a los pobres y les «dejaba dineros debajo de las almohadas», para concluir que «era muy espiritual (…) y le hallé siempre como un ángel». Incluso se le atribuyen hechos milagrosos. Se cuenta que tuvo la revelación divina de que nunca se contagiaría al cuidar de un fraile leproso. Confiado en la misma, el palentino lo atendió durante largo tiempo, entrando en su celda «sin ningún reparo y sin miedo a contagiarse». Jamás enfermó.
Y para milagro, el hospital de los Desamparados que, a pesar de guerras y terremotos, luce hoy como flamante ejemplo de arquitectura colonial. Sede del Museo Franz Mayer, es uno de los rincones con más encanto de la capital azteca. Su auditorio lleva el nombre de Dr. Pedro López, al igual que el Hospital General de Itxapaluca. Citado en numerosas obras, en 2004 se celebró el simposio «Pedro López, médico y filántropo».
Sin embargo, este personaje que consagró su vida a construir una sociedad mejor en la Nueva España ha sido absolutamente ignorado en la vieja. Ni una calle, una placa o una sencilla estatua. Y resulta de la más elemental justicia que su patria honre ya la memoria de uno de sus hijos más preclaros, de una figura que tanto contribuyó a engrandecer el nombre de España y su magno legado en América.
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