Coomonte de bolsillo
José Luis Alonso Coomonte, el escultor de lo mágico, el eterno profesor, el maravilloso ser humano inconformista, inteligente, polémico, divertido
Del Támesis al Duero
Urtasun, un puntito más allá
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Iniciar sesiónHace un año y pico me lo encontré en una tarde de café. Hablamos de lo divino y lo humano y me regaló uno de los artefactos que andaba haciendo: una cucharita doblada con un duro de Franco pegado (Franco está en la cara oculta, ... sólo se ve el valor de las cinco pesetas).
Me dijo que lo llevase siempre encima, que me daría suerte. También habló de cosas por hacer: una charla en el Etnográfico, mi padre y él mano a mano, y que yo los presentase, que les dejase hablar. Quizá así prestase oídos la ciudad desmemoriada que ha dejado morir a sus artistas sin dedicarles una triste sala; esa generación irrepetible humana y artísticamente de la que ya sólo quedan Higinio Vázquez, Tomás Crespo y mi padre, Antonio Pedrero.
Hace apenas unos meses, en uno de los muchos atisbos de lucidez que aún le sobrevenían, me recordó esa charla que no hicimos. No sé qué más le podía quedar por decir a quien nos ha hablado tanto con la lengua del bronce, la madera, la piedra, el vidrio y el hierro en grandes dimensiones. Y mi llavero con el duro de Franco en el bolsillo.
Cuando no estaba en su taller de San Marcial, espantaba moscas con el rabo, hacía piezas para regalar, se entretenía retorciendo cucharas y cucharitas.
No sabía –o sí– que mi suerte era esa: tenerlo cerca, poder presentárselo a mis amigos, hacer apacible vida de vecinos, disfrutarlo desde niña, como cuando compró un convento de monjas cerca de mi casa o sus locuras en los veranos de Sanabria. Aquel hombre de barba indómita con toda la modernidad encima. Atómico, arrollador, incansable.
José Luis Alonso Coomonte, el escultor de lo mágico, el eterno profesor, el maravilloso ser humano inconformista, inteligente, polémico, divertido. Ingenioso, perspicaz, sabio. El que inventaba cacharros pequeños y grandes, exploraba todos los materiales y tocaba todos los palos, desde lo abstracto a lo figurativo, desde lo sacro –su hermosísimo ostentorio, sus cruces pequeñas y grandes– hasta lo social; sus rejas con uvas en Toro, el precioso edificio del Banco de España.
Genial, insustituible, genio, figura. El que se ató a su inmensa Farola porque el Ayuntamiento la pintó de gris. El profesor de generaciones enteras de artistas. El infatigable conversador de memoria privilegiada. El maestro de la Sabiduría Popular en un viejo cuartel que los zamoranos tomamos por asalto para convertirlo en universidad.
El amor de Marianela, la mujer que hizo camino y vida con él hasta el último suspiro, su remanso. Qué suerte tuviste cuando te la cruzó la vida.
Ahora que José Luis se ha ido; ahora que ya es eterno y el mundo recuerda al gran artista, yo aprieto en mi mano mi Coomonte de bolsillo. Y sonrío. Se fue como vino, fue libre, nos dejó hermosura. Gracias, querido maestro, por tu prolífica vida.
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