noción personal
Cuando el poder deforma
Porque los grandes tiranos siempre empiezan siendo pequeños
El secuestro de la minoría
Sobre la corrupción
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónHay un fenómeno tan antiguo como la política misma pero que, pese a su reiteración, seguimos detectando tarde: el del cargo público que, tras alcanzar una cuota de poder, se convierte en un pequeño tirano. Su metamorfosis no siempre es brusca; a menudo avanza de ... forma sigilosa, casi imperceptible, hasta que un día quienes trabajan a su alrededor descubren que ya no están ante la misma persona que celebraba la victoria electoral con gestos humildes y palabras de servicio público.
El primer signo suele ser el narcisismo, disfrazado de seguridad y determinación. Comienza a mostrarse una necesidad constante de reconocimiento, un hambre insaciable de aplauso que no distingue auditorios: lo mismo sirve un pleno que una rueda de prensa anodina. Todo es escenario. Todo vale para satisfacer el espejismo de grandeza. La foto, más que la acción, se convierte en el fin último de cada movimiento político.
A puertas afuera, el personaje cultiva una imagen de cercanía; a puertas adentro emerge un tono autoritario que sorprende incluso a sus antiguos compañeros de filas. Surge entonces el desprecio hacia la discrepancia, convertida de inmediato en deslealtad. El colaborador que ayer era valioso, hoy, si osa cuestionar, se vuelve prescindible. La agenda del poder empieza a escribirse no para resolver problemas, sino para proteger el ego.
Otro síntoma evidente es la incapacidad de soportar el anonimato. El pequeño tirano necesita ocupar la escena: inaugurar, supervisar, presidir, aparecer. El silencio administrativo, ese que tanto desespera a los ciudadanos, convive con una hiperexposición del líder en redes y actos protocolarios. La política se transforma en una campaña permanente destinada a mantener viva la llama del adulo. Pero quizá el rasgo más preocupante es la confianza exagerada en su infalibilidad. Cree no equivocarse nunca. Cree que, por haber llegado al cargo, su criterio es incuestionable. Y así, poco a poco, se encapsula en un entorno de subordinados que solo confirman sus decisiones, creando una burbuja que le separa no solo de la crítica, sino de la realidad misma. No escucha.
Detectar estos signos a tiempo no solo es una obligación moral; es una defensa de la democracia. Porque los grandes tiranos siempre empiezan siendo pequeños. Y todos, sin excepción, debutan creyéndose imprescindibles.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete