noción personal
Medio siglo de una infamia
El corazón literalmente roto, como en el himno legionario, la juventud y el hambre de reporterismo me llevaron años atrás a Mauritania
Carlos Martínez, peligros y tropiezos
Auge del provincialismo
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Iniciar sesiónDesde niño siempre me llamó poderosamente la atención el desierto, un mundo fascinante lleno de aventuras y contrastes con la vida que un españolito de cultura norteña podía desarrollar. Quizás fueron grandes personajes como Laurence de Arabia, el coronel Gordon en Kartum, Benasir Buto en ... Pakistan y tantos otros ilustres e históricos donde la lucha por el honor, la dignidad humana o los sueños imposibles entremezclan la verdad con la imaginación que se dispara imaginando tierras remotas y paraísos perdidos como Baudelaire.
El corazón literalmente roto, como en el himno legionario, la juventud y el hambre de reporterismo me llevaron años atrás a Mauritania, a la pequeña franja del Sáhara liberado, a Argelia en tiempos convulsos de la FIS victoriosa y reprimida y cómo no, a la meseta de Tinduf donde malviven casi un cuarto de millón de descendientes de los saharauis que un día fueron españoles de la provincia del Sáhara, como el de Ibrahim, que me recibe en una ceremonia ancestral tuareg con toda su familia y el ritual de los «hombres azules». De profesión ganadero, nacionalidad español. «Yo español», repite enseñando sus papeles ajados por el tiempo mientras sus hijas me agasajan con colonia, limpian y preparan el té porque es el preludio de una larga conversación en la haima que luego se prolongará un día entero.
Y uno entre este pueblo cree, como Conrad, remontar el corazón de las tinieblas propias, buscar el porqué de muchas cosas y el sentido de una vida que se hace cada día más sencilla y clara allí, frente a la polución y ruido del día a día cotidiano aquí. Pasar una noche entera recitando poemas tirado literalmente en una vieja manta del ejército español, seguro que de lana maragata o zamorana, contemplando como techo las estrellas que parecen estar a la altura de las manos, abre no sólo los ojos, sino la mente y el espíritu tan sumamente embrutecidos a golpe de ordenador, monetizando una vida que pasa perdiendo poco a poco el verdadero sentido del calificativo de humana.
Hoy desde aquí, un nostálgico recuerdo a lo que un día fue España y a un pueblo, el saharaui, apátridas por voluntad de hombres lejanos que dirigen feudalmente el destino de otros.
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