20 de junio / Día del Refugiado
Un 'ejercito de paz' lejos de las bombas
Cientos de profesionales y voluntarios de Castilla y León se afanan día a día en el apoyo a los refugiados ucranianos para que «normalicen» su vida. La enseñanza del español y la tramitación de documentos, entre sus tareas
Yana, en la clase de español impartida en Valladolid a refugiados ucranianos
A Yana aún se le saltan las lágrimas cuando recuerda la solidaria y rápida respuesta de los vallisoletanos el pasado febrero, a los pocos días de la invasión de Ucrania: «Enseguida llenamos camiones de medicamentos, ropa y comida para niños con destino a mi país... ... Me dejó marcada. Tiene mucho valor y me dio ánimo pensar que todavía existe gente buena». Ahora, meses después, esta traductora de origen ucraniano asentada en la capital del Pisuerga compagina su labor de voluntariado con la de profesora de español. Junto a Bárbara, polaca, imparte clases a un grupo de ucranianos en el marco de UcraniaVA, la plataforma impulsada por los Jesuitas, Cáritas y el Arzobispado de Valladolid para canalizar ayuda y recursos para los refugiados instalados en esta provincia. Desde la puesta en marcha de esta iniciativa, son más de 400 los voluntarios adheridos, detallan desde la Red Incola . Integran esa especie de ‘ejército de paz’ formado a 4.000 kilómetros de distancia del horror de la guerra, al que se suman otros cientos de voluntarios y acciones impulsadas por todo Castilla y León desde diversas ONG, como los 500 disponibles desde Cruz Roja.
Muchas de estas iniciativas están vinculadas a la atención educativa dirigida a adultos con el fin de que puedan defenderse en el idioma del país que les ha abierto las puertas. Se han puesto en marcha en todas las capitales, pero también en pequeños municipios que han acogido refugiados como es el caso de Abéjar (Soria), donde comenzó a funcionar hace escasas semanas.
En Valladolid, de lunes a viernes, entre las 10.00 y las 11.30 horas, unos quince ucranianos -todas mujeres excepto un hombre- acuden a los locales de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús . Llevan prácticamente dos meses en clase y se nota. Al vocabulario básico van sumando estructuras más complejas para dar respuesta a preguntas como ‘¿de dónde vienes?’ o ‘¿cómo te llamas?: «Estoy muy contenta con el avance. Es un grupo excelente. Con muchas ganas de aprender», opina Yana.
Sus alumnos llegaron a Valladolid de muy diversas maneras; algunos, derivados de centros de recepción, acogida y derivación; otros, gracias a la solidaridad de castellano y leoneses que no dudaron en acudir a la frontera con Polonia en su busca cuando estalló el conflicto. También hay casos más singulares, como el Yaroslava, una otorrino y profesora de Universidad que junto a su pequeño de 8 años abandonó a finales de febrero la ciudad de Summy, al noreste de Ucrania, para reencontrase con su hija mayor, que al comenzar la invasión se encontraba en España participando en unas competiciones de orientación. Ahora reside con ellos en una de las casas de Accem y define su día a día como «duro y estresante». No puede evitarlo. Su pensamiento está con la familia que dejó en su país, así que las clases también le ayudan a «desconectar». Pone todo su empeño, pero «aprender español es difícil. No tiene nada que ver con el inglés». Lo dice mientras consulta su cuaderno de clase. No se despega de él. «Lo llevan incluso al médico. A veces recurren al traductor de Google, pero yo les recomiendo que no lo hagan», explica Yana.
Intentar «favorecer su integración desde la naturalidad» es también otro de los objetivos de estas iniciativas que, además de ONG, están impulsando desde las concejalías de Servicios Sociales de las principales ciudades. Es el caso de ‘VoluntaS’ que durante un par de semanas puso en marcha visitas culturales para dar a conocer Salamanca a los refugiados allí instalados «Se trataba de que pasaran un rato de ocio y a la vez les sirviera para conocer un poquito la ciudad», explica Miguel García, uno de los técnicos de la Agencia de Voluntariado salmantina.
Una actividad que también persigue que los refugiados se conozcan entre sí. En una actividad de similares características impulsada por UcraniaVA participaron como voluntarios Mónica Prieto, su madre y sus tres hijos . Dos de ellos van a segundo de Primaria y el mayor está en primero de la ESO. «Probablemente esta es la primera vez que son conscientes de lo que significa una guerra», considera esta médico que se enteró de la plataforma a través del Colegio San José al que acuden sus hijos.
Carlota Velázquez, Míriam Arribas y Daniel Ares, estudiantes del Cristo Rey que han ejercido de voluntarios
La cita se organizó un sábado y se dividió a mayores y pequeños con la idea de «se desvincularan un rato del cuidado de los pequeños». La comunicación «fue fluida, sobre todo en inglés». Con ellos fueron a visitar la Casa Cervantes y dieron un paseo por el casco antiguo: «Hablamos de similitudes y diferencias con su país, gastronomía, urbanismo...», explica Mónica, que reconoce lo difícil que es dibujarles una sonrisa en el rostro: «Cuando les preguntabas en qué podías ayudarles lo tenían claro. Su primera respuesta era que necesitaban volver a Kiev».
El balón, lenguaje universal
Mientras los adultos paseaban, ese mismo día a esa misma hora en el Campo Grande, Carlota Velázquez, Míriam Arribas y Daniel Ares se esforzaban junto a otros voluntarios por que los pequeños pasasen un rato divertido. Los tres son estudiantes de cuarto de la ESO y pertenecen a la Red Solidaria de Jóvenes del Colegio Cristo Rey. Romper el hielo fue difícil, pero todo cambió con el balón: «Gracias a él supimos comunicarnos . ¡Dar patadas es un lenguaje universal!», comenta Carlota (ríe). Admiten que sí que se ven «un poco» como un ‘ejército de paz’, «pero también porque percibimos que aún lejos del conflicto, parecen estar luchando consigo mismos, por esos sentimientos que les ha dejado tener que abandonar su país». «Así, les llevamos unos momentos de tranquilidad».
Judith Sobrino, abogada de Procomar
Precisamente la fotografía de unos niños africanos jugando una pachanga, de la que cuelga bien visible la bandera de Ucrania, preside las clases de español de Yana. El curso se prolongará más de lo previsto «con la idea de que obtengan el certificado A1 o A2». A éste sumarán, además, a lo largo de junio otro destinado a los niños: «Ahora lo estudian en el colegio pero creemos que estas clases les serán más efectivas». La Red Incola también tiene previsto seguir impulsando encuentros. El siguiente ya está fijado para este lunes, 20 de junio, Día Internacional del Refugiado .
Apoyo en el peregrinaje jurídico y legal
La labor de apoyo a los acogidos es muy diversa. En el peregrinaje jurídico y legal para conseguir la documentación necesario que les abra las puertas a una nueva vida, cuentan con la abogada de la asociación de ayuda al inmigrante Procomar Judith Sobrino. Desde que estallase la guerra, se centra en facilitarles el acceso «a la protección temporal», la fórmula de acogida internacional que se puso en marcha en esta crisis por parte de la Unión Europea y que más tarde países como España han ampliado. «Nunca he visto una reacción tan ágil y llevo muchos años trabajando en esto», relata sobre la herramienta desarrollada para que las comisarías puedan gestionar rápidamente las peticiones.
«Se ha hecho a velocidad relámpago», indica , no hay entrevistas tan densas para argumentar los motivos de la demanda de protección y en 24 horas se les dispensa también el permiso para trabajar. «Además se ha puesto en marcha una plataforma digital para acceder a las notificaciones sin necesidad de tener que acudir de nuevo a las comisarías», algo que «facilita mucho la tramitación». Hay casos en los que ella misma les acompañan -en otras ocasiones lo hacen voluntarios-, y también les gestiona la cita para poder acudir, pero su misión fundamental es explicarles su nuevo «estatus jurídico», qué derechos y obligaciones supone y «qué expectativas pueden tener en su residencia aquí». Después, comparten «preocupaciones» con otros grupos extranjeros, como «si pueden acceder a sanidad, si pueden homologar sus títulos, si pueden trabajar por cuenta propia...». Pero eso ocurre una vez superada la situación de «estrés importante» en la que llegan y tras el «derrumbamiento» al ser conscientes de la situación. Y es que lo más importante, de inicio, es el «apoyo psicosocial».
Voluntaria de Cruz Roja en la estación de Valladolid
«Todas las personas que han ido llegando son mujeres y niños», apunta -los hombres de 18 a 65 años no pueden dejar el país-, y lo que más necesitan ahora es «apoyo, que se les facilite normalizar su vida aquí y que no nos olvidemos de ellos» porque, una vez que finalice el conflicto, su situación «no tendrá una solución inmediata».
Mujeres y niños
Ese apoyo es lo que brinda Ana Isabel Tristán, voluntaria de Cruz Roja, a las personas que hacen transbordo en la estación de tren de Valladolid en su viaje hasta Madrid. «Muchos llegan confundidos, no saben donde se tienen que bajar», explica, y es ahí donde ella y sus compañeros hacen de guía, también ayudados por Renfe, que comunica el trayecto y las paradas y colabora en la atención. En una sala habilitada en la propia estación disponen de comida y bebida, productos para bebés y juguetes e, incluso, víveres para mascotas para ofrecer a los recién llegados y si es necesario realizar algún trámite con el billete, los voluntarios se encargan.
Por ahora, mujeres y niños y matrimonios mayores son fundamentalmente los grupos que ha atendido a Ana Isabel, que no olvidará a la primera persona que recibió. «Era una chica joven a la que la guerra había pillado en España y no podía volver a su país. Era ingeniera, creo. Solo tenía una maleta pequeña con ropa de invierno y se había quedado sin su trabajo», expresa. Nunca antes había desarrollado su labor altruista con refugiados. «Nosotros les damos un poco de nuestro tiempo y ellos muestran continuamente su agradecimiento, pero no podemos hacernos una idea de lo que están pasando ni de lo que hay en su cabeza», explica sobre la difícil situación que atraviesan.