Castilla y León, tierra de acogida a 4.000 kilómetros de la guerra
Organizaciones, municipios y particulares de la Comunidad se vuelcan con distintas iniciativas para que las personas procedentes de Ucrania que huyen de las bombas
Karina y Milana, a las puertas del Ayuntamiento de Paredes de Nava (Palencia)
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Anastasia (27 años): «Me gustaría volver, pero ahora es mejor vivir en el exterior»
Dos semanas después y tras un viaje por tres países distintos, Anastasia, de 27 años, consiguió llegar a España el pasado 17 de marzo. Tres días más tarde de que estallara la guerra en Ucrania decidió salir de allí con un destino claro: Valladolid, donde una tía suya lleva residiendo dos décadas. La guerra le sorprendió en Kiev, donde llevaba siete años viviendo desde que llegó de Donetsk, su región natal. Un lugar al este del país que desde 2014 vivía ya en conflicto antes de la invasión rusa. «Trabajaba como programadora», explica, y cuando comenzó la contienda se desplazó hasta Rivne, una ciudad al oeste junto a otros amigos. A partir de ahí sus caminos se separaron y muchos de ellos se encuentran ahora en otros lugares (Ucrania, Polonia o Hungría). «Había voluntarios con autobuses gratis hasta la frontera. Una vez allí, monté en otro autobús para cruzar a Polonia y pasé en la frontera unas diez horas», detalla Anastasia, quien después emprendió sola el camino hacia España.
Dejó a sus padres, que permanecen en Donetsk, y también a su abuelo, que vive cerca de Mariúpol, uno de los lugares más atacados. «Ahora su ciudad está más tranquila, pero se sigue oyendo mucho ruido de lo que sucede en Mariúpol», explica. Con sus progenitores mantiene el contacto por teléfono frecuentemente y, aunque a ella le gustaría que saliesen del país y se pusieran a salvo, «al ser mayores les cuesta más salir y empezar todo de cero». «Es una situación común con las generaciones más mayores. Espero que algún día pueda convencerlos para abandonar el lugar», confía. También muchas amigas permanecen allí. «Hay quien no quiere dejar a sus maridos porque los hombres de entre 18 y 55 años no pueden salir. Quisieran hacerlo, pero no pueden», expresa.
Pero, mientras, toca pensar en el futuro. Anastasia acude a diario a clases de español como las que ofrecen diferentes organizaciones como Procomar y continúa aprendiendo un idioma con el que ya tuvo contacto el pasado mes de agosto en Ucrania y que ya va dominando para poder expresarse. «Quiero trabajar en España» y, de hecho, en dos semanas parte hacia Barcelona, donde una empresa le ha ofrecido unas prácticas para continuar formándose en su profesión. «Quiero estudiar otro lenguaje de programación y allí voy a poder hacerlo», indica.
Por ahora, desconoce cuándo podrá volver a casa. El fin del conflicto no puede predecirlo. «Quiero hacerlo, pero desafortunadamente entiendo que es mejor vivir en el algún lugar en el extranjero porque no puedo estar segura de que todo estará bien y no habrá guerra otra vez», lamenta.
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Dos de las personas acogidas en el Hotel de Villaralbo
La 'gran familia' que da vida a Villaralbo (Zamora)
Constituyen una gran familia matriarcal, aunque hace apenas un mes ni se conocían. En realidad no son una, sino catorce familias distintas, incluidas las tres mujeres y un hombre que han llegado solos, aunque desde que están en España conviven como si fueran un único grupo, con comidas y cenas comunes, turnos para las tareas del hogar y un coche compartido que usan cuando tienen que desplazarse a la capital a hacer gestiones. Su nuevo hogar lo han encontrad, por empeño de un grupo de mujeres de Villaralbo, en un antiguo hotel de ese pueblo del alfoz de Zamora.
Las circunstancias de su huida de la guerra les han hecho estrechar lazos a cuatro mil kilómetros de su país, en un municipio zamorano que les ha acogido con los brazos abiertos, ha hecho hueco en su escuela a los nueve niños ucranianos del grupo, se ha preocupado de ayudarles en la matriculación de dos adolescentes en un instituto de Zamora e incluso ha facilitado los trámites y ha posibilitado que cuatro de los integrantes hayan encontrado ya trabajo en una industria de ovino de un pueblo vecino. Todo ello gracias al ímpetu de seis vecinas de Villaralbo, que, al ver el calvario de los refugiados, se les ocurrió que el establecimiento hotelero, cerrado desde poco antes de la pandemia, podía servir de hogar de acogida digna a los ucranianos que huían de las bombas. Se pusieron manos a la obra y crearon «Villaralbo con Ucrania», una asociación que lidera Lina Santos, y que ahora hace números para pagar el gasóleo para la calefacción del hotel. Aún así, los contratiempos no les detienen y van haciendo frente a los gastos gracias a la solidaridad de sus vecinos, de pequeñas empresas de la localidad y otros municipios.
La llegada del grupo no sólo ha procurado una nueva vida a los refugiados, sino que ellos también se la han dado al pueblo, destaca Isabel Fradejas, otra de las integrantes de la asociación. Entre los ucranianos, todo son palabras de agradecimiento por la acogida que les han brindado desde que hace un mes llegaran los primeros integrantes. Entre lágrimas reconoce la inmensa generosidad la ucraniana Lutmila, que ha llegado junto a su nieto Kiryl, de 14 años, y ha dejado en su país a su hija con otro nieto aún bebé. También Natalya dejó en Jarkov a sus dos hijos y al igual que ellas el resto del grupo ha tenido que abandonar su país para formar un nuevo hogar integrado por dos abuelas, diez mujeres y dos hombres adultos, cuatro adolescentes y nueve niños.
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