Andrés Vázquez, el último místico
Con diez puertas grandes de Madrid y veinticuatro cornadas en sus carnes, el torero de Villalpando se enfrentó a los hierros más duros y sublimó la media verónica
Me está llamando mucha gente, este premio debe ser importante». Así, contento y casi sorprendido, desde su retiro místico en su Villalpando natal, recibía el maestro Andrés Vázquez la concesión del Premio Castilla y León de Tauromaquia . Un galardón que reconoce una trayectoria ... impecable, casi de leyenda, forjada desde las capeas con toros pregonaos hasta las tardes de gloria en el templo del toreo, el templo de ladrillo rojo, la Plaza de las Ventas.
Ochenta y nueve años jalonan la vida de un personaje singular y único, más allá de la tauromaquia, del propio toreo. La vida de quien todo lo ha tenido y todo lo ha perdido, pero porta aún en sus manos, en sus muñecas, en sus entrañas, todos los secretos: la hondura, el poso, la pureza del toreo eterno. Su mirada penetrante, su ayuda inteligencia innata, sus gestos a veces majestuosos, su descarnada sinceridad en el albero y en la vida, a veces tan peligrosa, tan hiriente como un cinqueño en puntas. Genio y figura siempre, que a sus 80 años estoqueó su último Victorino en una histórica tarde de 2012 .
Nadie diría al verlo pasear, enjuto y despreocupado, por las llanuras de la inmensa Tierra de Campos zamorana con sus galgos y su inseparable mozo de espadas, Jaime, que está ante un figurón del toreo que sostuvo en su capote y en su muleta poderosa las 25.000 almas que pueblan los tendidos de Las Ventas. Pero sólo hace falta acercarse, contemplar sus ademanes, ahondar en su filosofía y sabiduría de la vida.
Andrés Vázquez nació torero y morirá torero. Diez puertas grandes en Madrid y veinticuatro cornadas en sus carnes son sus credenciales: la gloria y la sangre, el cielo y el hule, el triunfo y la herida. Como la misma vida, el toreo en su máxima expresión, sin guardarse nada: la cara y la cruz, las luces y las sombras, la vida y la muerte.
El compromiso de quién acepta entregarlo todo por un sueño, por una vocación, por un oficio de héroes en un tiempo sin héroes, ahora tan incomprendidos, tan vilipendiados por una sociedad cada vez más lejos de lo auténtico, de los hombres libres incluso para morir.
Hijo de familia de labriegos, admirador de Belmonte y de Ordóñez, Andrés Vázquez es el ejemplo de hombre hecho a sí mismo, cincelado a golpes de corazón y de cojones, de fe en sí mismo. Aquel niño de Villalpando que en los duros inviernos iba en burro o a pie hasta la próxima Benavente a la ganadería de El Rejón para poder tentar una vaca y recorría los caminos como maletilla; aquel joven que dormía al raso y no pudo estrenar un traje de luces en condiciones hasta que el destino comenzó a sonreírle, que se la jugaba en las capeas con mozos embrutecidos por el vino y toracos resabiados y marrajos, y en los contratos con la picaresca y las malas artes de empresarios de poca monta. Nada que ver con los jóvenes que ahora acuden a las escuelas y no se han manchado las suelas de barro en su vida.
En los años de la Guerra y la dura Posguerra española, salir del campo sin apenas recursos y alcanzar la gloria en España era poco menos que un imposible, un sueño para un chaval sin apenas estudios pero con una cabeza privilegiada y una voluntad de hierro. Él lo logró, inscribiendo su nombre junto a los más grandes de la Tauromaquia, esos que los aficionados hoy leemos con reverencia, con ganas de persignarnos. Aún hoy, cuando el maestro entra en la primera plaza del mundo, Las Ventas se pone en pie y le dedica una ovación. Es la memoria viva del toreo eterno .
Anunciado con los hierros más duros, Andrés Vázquez entregaba su alma en cada lance y fue puliendo su toreo hasta sublimar la media verónica al infinito; esa media belmontina cargando la suerte y con el capote abrochado a la espalda, abrazando el mundo. Una media que, como hace poco decía su amigo el pintor Antonio Pedrero, sería digna de pintarse en la Capilla Sixtina. Arte efímero sobre el albero, eterno en la memoria de los aficionados.
Esculpiendo obras eternas con sus manos de labrador, hijo de ese Villalpando de espigas y palomares de adobe cuyo nombre ha paseado por todo el mundo. Hundiendo la espada con verdad para dar muerte con honores al toro, que siempre ha considerado su amigo, al que ha mirado a los ojos y hablado de tú a tú. Toro al que siempre le ha dado su sitio, al que siempre le ha agradecido todo, incluso las cornadas. «Su labor, su misión es embestir, es matar», dice sin rencor el maestro. Y así, frente a frente, de poder a poder, el torero zamorano jamás volvió la cara y fue artífice de la consolidación de la ganadería de Victorino Martín en la Plaza de Toros de Madrid. Con seis de ellos, cinqueños, protagonizaría uno de los grandes hitos en Las Ventas, como fue la primera encerrona con el mítico hierro de Albaserrada .
Compromiso y entrega
Más allá de esas plazas, el torero ha sido un amigo de sus amigos; desde los que compartieron con él sus primeras vivencias en Villalpando hasta los que le siguieron como los apóstoles seguían a Cristo por las diferentes plazas o los que se medían por la gloria en las plazas y quedaron por el camino.
Comprometido con los más desfavorecidos, en su Zamora del alma logró recaudar un millón cuatrocientas mil pesetas, todo un fortunón, para el Asilo de las Hermanitas y fue asimismo impulsor del monumento a Antonio Bienvenida en la explanada de Las Ventas, realizado por el gran escultor Sandino. Al igual que supo entregarse entero en la plaza, olvidándose incluso de sí mismo cuando se vaciaba frente al toro, supo entregarse a los demás cuando rozaba con sus dedos el cielo de la gloria. Por su solidaridad, el torero fue distinguido con la gran Cruz de Beneficencia , que aún luce orgulloso en la solapa de sus chaquetas.
Ahora ya es memoria todo lo vivido, casi una leyenda erigida en carne y hueso, un monumento al toreo, a una forma de entender vida que ya no existe, fiel a sí mismo, siempre libre.
El próximo 26 de abril, en el Teatro Ramos Carrión de Zamora, con los suyos y entre los suyos, el torero recibirá el Premio de Tauromaquia de Castilla y León en reconocimiento a toda una vida y trayectoria: la que paseó el nombre de Villalpando y de Zamora por todo el mundo . La del hombre hecho a sí mismo, torero de toreros, inspiración y ejemplo para los que aún sueñan con el toro.