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El viaje de Corredor-Matheos
El gran poeta y ensayista castellano-manchego dedica un libro a artistas y literatos de la región
Naturalmente, como crítico de arte prestigioso y estudioso de nuestros grandes artistas plásticos contemporáneos, hace muchos años que tengo referencias librescas de José Corredor. Sin embargo, no fue hasta la segunda mitad de los años ochenta cuando empecé a conocerlo y a tratarlo, sintiendo el ... impulso de su sereno y lúcido magisterio.
Lo traté sin conocerlo personalmente hasta mucho después, ya en plena década de los noventa. Me explico: eran los años preinternet, que ahora nos parecen tan remotos, cuando las gentes tenían esa rara costumbre de enviarse cartas entre sí. Ahora sólo los bancos, esas novias sin corazón y con pocos escrúpulos, se acuerdan de nosotros, junto con las notificaciones de las multas de tráfico y otras resoluciones administrativas, en general de carácter desfavorable (uno se teme que el oficio de cartero deberá en breve ser calificado de alto riesgo, cuando ya no sean sino portadores de embargos, desahucios y otras calamidades). Pero en los años ochenta del siglo pasado esto todavía no era así y la gente intercambiaba misivas de contenido amistoso y espiritual.
Por aquel entonces yo frecuentaba la casa toledana del poeta e investigador Amador Palacios, casi a la sombra de la iglesia de San Cristóbal en el Montichel que aboca a la Judería. Una casa que en algún texto he calificado como auténtico laboratorio poético. Allí transcurrieron inolvidables veladas al amor de la poesía. Allí tuve el privilegio de conocer y tratar a grandes maestros de nuestras letras pues Amador los conocía a casi todos. Recuerdo grandes nombres como Claudio Rodríguez o Antonio Martínez Sarrión (al que yo ya había tratado en mis años mozos en Madrid). Pero hubo dos de entre ellos que vinieron a ocupar para mí de alguna manera ese agujero negro que en la modernidad hubo dejado la «mort du Maitre». Esos dos maestros fueron Ángel Crespo y José Corredor-Matheos. Los dos manchegos, los dos a su vez colegas y compañeros generacionales (el realismo mágico o «pajarerismo» de los 50-60) de mi maestro fundamental y primigenio, el rab cristiano Carlos de la Rica.
El contacto con José Corredor no fue presencial sino, como anticipaba, epistolar, siendo —como ya he apuntado— decisivo Amador Palacios, quien me descubrió el fascinante universo poético de Pepe y me habló de sus inclinaciones taoístas y budistas, tan patentes en su poética, lo que para mí lo hacía mucho más fascinante en aquella época.
Comenzamos desde entonces una relación de carácter epistolar a la manera tradicional, en la que Corredor evidenció lo que es: un gran maestro. Generosidad hacia el neófito que yo era; y sabiduría a raudales expresada en recomendaciones aparentemente simples por su formulación aforística mas cargadas de sentido y de connotaciones.
Tan honda fue la impronta en mí de su poesía (esencialista, iluminadora, enigmática como el brote de una flor), que unos versos suyos me dieron el título para un libro, una recopilación de cuentos de finales de los noventa, «Los ruidos del jardín». Eran los versos en cuestión éstos: «Oigo cómo el jardín/ se pudre lentamente».
Pero llegó el día en que, finalmente, nos encontramos el maestro y éste su humildísimo discípulo. Nunca olvidaré ese día abrasador de Julio. Carlos de la Rica, en su condición de cura-párroco, presidía la procesión de la Santa Hijuela, evocación de un milagro medieval que congrega en Carboneras de Guadazaón a todas las Vírgenes (con mayúsculas) de la Serranía Baja. El desfile y su cortejo eran en sí espectáculo sobresaliente pero lo que nos congregaba a todos era despedir al gran amigo, el editor y poeta Carlos de la Rica, que escenificaba una especie de adiós coral pues estaba aquejado de una grave dolencia.
Como parte del público nos encontramos y reconocimos Pepe y yo, testigos de la despedida de un amigo común, partícipes de una especie de fiesta del dolor o de un duelo festivo y anticipado.
Luego hemos tenido ocasión de coincidir más veces, en recitales y actos culturales diversos. Y siempre te queda de él, nuestro flamante Premio Nacional de Poesía 2004, esa impresión de contención, de cordialidad honda, de elegante humanidad expresada a través de una voz pausada y ligeramente ronca.
Ahora, el catálogo de Publicaciones de la Junta de Comunidades se enriquece en su nueva colección Los Esenciales con una selección de artículos, bien inéditos o publicados en catálogos y revistas de complicada localización, dedicados a artistas y literatos de Castilla-La Mancha. Su título «Escritos sobre el arte y la poesía de Castilla-La Mancha».
La semblanza de Ángel Crespo o el lúcido estudio sobre la legendaria Escuela de Vallecas me han parecido hitos destacados de este libro, que merece lectura atenta en todos sus apartados. Estos textos de Corredor son un auténtico placer en el sentido barthesiano y la acreditación de que esta región ha jugado en todo momento un rol de primer nivel en la conformación de las vanguardias contemporáneas de la cultura española.
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