Un asistente al Medusa Festival: «Todavía existe gente buena»

Entre los miles de asistentes a este multitudinario festival, que este año regresaba con fuerza a la playa de Cullera tras un parón de tres años por la pandemia, estaba Alejandro Martínez con sus amigos. Los jóvenes talaveranos disfrutaban del concierto de la artista Lilly Palmer en un escenario paralelo al principal donde se produjo la tragedia. «Eran las cuatro de la mañana, disfrutábamos con la música, cuando de repende nos giramos y vimos una gigantesca tormenta de arena. Vimos gente salir corriendo de allí. La actuación de Lilly se paró. Se la llevaron del escenario. Nosotros seguimos esperando allí por si se reanudaba. No sabíamos lo que estaba ocurriendo», relata este joven de 23 años.

«Acto seguido, viendo el caos que se estaba ocasionando, decidimos abandonar el lugar. Nos dirigimos al camping donde estábamos alojados, a cinco minutos a pie del festival. En el camino, nos encontramos con personal de seguridad que nos recomendó marcharnos del lugar«.

«La entrada del camping estaba taponada debido a la avalancha de gente que regresaba en ese momento del festival. Tuvimos que esperar un buen rato hasta que pudimos entrar. Nosotros nos encontrábamos bien y nuestras cosas, también, Tan solo se había volado el toldo de nuestra tienda de campaña», explica Alejandro.

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Al día siguiente, a primera hora de la mañana, los seis amigos recogieron sus pertenencias y abandonaron el lugar ante la advertencia del personal del lugar: «Si os marcháis, ya no podréis volver a entrar». Aún así, añade el talaverano, «decidimos irnos a pesar de tener el alojamiento pagado hasta el 15 de agosto (último día del festival).

«Solo queríamos volver a casa», afirma. Pero hasta el día siguiente no había ningún bus disponible que hiciera el trayecto de vuelta, por lo que su única salida fue quedarse en Cullera. «Nos quedamos esperando allí, al lado de una iglesia. Y justo apareció el párroco, quien, muy amable, nos trajo agua y nos invitó a pasar la noche en la ermita si no teníamos donde ir».

Por la tarde, los chicos recibieron un comunicado de la organización del festival ofreciéndoles el pabellón municipal para su realojo. «Estaba a seis kilómetros de dónde nos encontrábamos y, con el peso de las mochilas, decidimos quedarnos allí. Coger un taxi hubiese sido otra opción, pero se nos iba del presupuesto».

Minutos antes habían llamado a todos los hostales de la zona pero no encontraron ninguno libre, por lo que se preparaban para pasar la noche a la intemperie cuando la solidaridad volvió a aparecer. «Estábamos en un parque haciendo tiempo cuando se acercó a nosotros la Policía Local. Nos dijo que teníamos que abandonar el parque debido a las fuertes rachas de viento y mientras salíamos de allí, dos mujeres se acercaron a nosotros. Nos ofrecieron el garaje de su casa para pasar la noche, además de poder ducharnos y darnos de cenar».

Eran Soraya y Deli, dos vecinas de la zona que, tras escuchar a los jóvenes, no dudaron en ofrecerles todo lo que tenían. «Muy agradecidos aceptamos y, para no separarnos el grupo y no causar molestias, dormimos en el garaje en nuestro saco. Al día siguiente, nos recomendaron desayunar en un bar y también nos pagaron el desayuno. ¡Todavía existe gente buena. Para nosotros son las dos mejores personas de Cullera!», exclama Alejandro. Y por unas horas se convirtieron en sus ángeles de la guarda.