'Hasta que la muerte nos separe', un tópico para un título teatral
La obra, escrita y dirigida por Emilio del Valle, «nos invita a reflexionar sobre las complejidades de las relaciones humanas y la fragilidad del amor en un contexto de separación y conflicto»
'El padre': Pou, un gran actor convertido en un hombre frágil
TOLEDO
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónTítulo: Hasta que la muerte nos separe. Autor: Emilio del Valle. Compañía: Producciones Inconstantes. Dirección: Emilio del Valle. Intérpretes: Lidia Palazuelos, Jorge Muñoz y el músico Nacho Vera. Escenografía: Florencia Nin. Vestuario: Ana Rodrigo. Iluminación: José Manuel ... Guerra. Escenario: Teatro de Rojas.
Hasta que la muerte nos separe es una obra de teatro que aborda un asunto conocido y cotidiano: el proceso que va desde el amor hasta la separación en una pareja. A través de escenas que reflejan los conflictos y las acusaciones mutuas entre sus miembros, los espectadores nos sumergimos en un viaje emocional. La obra, escrita y dirigida por Emilio del Valle, comienza con un tono de comedia, aunque enseguida adquiere tintes de drama cotidiano cargado de reproches recíprocos e infelicidad. En ella se reflexiona sobre las relaciones de pareja, las miserias de la vida cotidiana en común, explorando temas como la ruptura, el engaño, el desamor, la llegada de los hijos y la complejidad de las relaciones humanas cuando la fuerza del amor no las mantiene en la igualdad del respeto y la libertad individual. Es evidente que el tipo de pareja que la obra refleja es el de aquellas que terminan en una separación nada amistosa. También se presenta el asunto de la paternidad o la maternidad como esa ancla que puede mantener unida a los miembros hasta que la muerte los separe…, pero ese es un tópico más, que también en la obra se desvanece, pues cuando llega la hija se convierte en el tercer miembro y se utiliza como arma arrojadiza entre los otros dos. Evidentemente, comenzar definiendo la pareja como «un constructo socioeconómico al servicio del poder» y como una cárcel para el amor, donde éste no se desarrolla y tiene un efecto opresor para los individuos ya da una indicación precisa de cuál va a ser el desarrollo de la obra, que no será otro que el de las diferentes fases del amor con principio y fin: enamoramiento, apatía y ruptura. Y menos mal que en este caso no acaba en tragedia.
Tanto el texto como la dramaturgia que ofrece Emilio del Valle en su espectáculo, aunque no cae en lo convencional ni en lo frívolo, se queda bastante en la superficie sin profundizar lo suficiente en el mundo interior de los personajes. Quizá esto se manifieste en el tipo de lenguaje utilizado, en su vertiente formal y léxica, que adolece bastante del abuso de expresiones bajas, soeces y vulgares, referencias sexuales y cuestiones escatológicas, elementos que no aportan mucho a un asunto tan serio como la degradación de las relaciones de pareja. Es cierto que el modelo de matrimonio que se manifiesta en esta obra existe, pero no se puede generalizar como único y sin salidas razonables. En todo caso, Hasta que la muerte nos separe nos invita a reflexionar sobre las complejidades de las relaciones humanas y la fragilidad del amor en un contexto de separación y conflicto.
La dramaturgia propone un juego actoral en el inicio en complicidad con el público; es un juego metateatral en el que los actores van construyendo su personaje. Luego entran en materia y desarrollan la obra como un duelo dialógico entre la mujer, Lidia Palazuelos, y el hombre, Jorge Muñoz. En este enfrentamiento, se destacan más los contravalores de la relación en deterioro que el valor de la convivencia y la aceptación de una relación salvable con sus altibajos. El ritmo de la dicción en el diálogo a veces se asemeja al disparo rápido de una ametralladora, lo que añade tensión y urgencia al conflicto, pero también produce cierta dificultad al espectador para ir asimilando el contenido de lo que se dicen. A pesar de ello, el trabajo de los intérpretes es notable, especialmente en la expresión del equilibrio entre los planos más tranquilos y, en apariencia, alegres -cuando las cosas parecen ir bien-, y el plano más extenso en la obra del conflicto y las recriminaciones. Sin embargo, no se aprecia un cambio profundo en el registro de emociones que nos lleve al interior de los personajes, lo que podría haber enriquecido aún más la experiencia teatral y no haberla dejado en la epidermis de las diversas situaciones.
El contrapunto a la sordidez del mundo en el que viven los protagonistas lo pone Nacho Vera (Capitán Bazofia) con su música, su tono de voz y sus canciones de letras humorísticas, irreverentes y gamberras. Es lo más atractivo y ameno para el público en una representación en la que se vive algo que todos conocen de una forma o de otra. En cierto modo, o quizá sin el cierto, él salva la frialdad del espectáculo y hace sentirse cómodos a los espectadores, a los que calienta con sus chispeantes interpretaciones desde el fondo del escenario. Un acierto total en la concepción dramatúrgica de este espectáculo.
El montaje escenográfico se complementa con citas literarias proyectadas sobre el fondo del escenario con el problema de que eran amplias y escasamente visibles y costaba trabajo poder leerlas.
Los espectadores, que en esta ocasión no llenaron el Teatro de Rojas, reconocían a la salida el esfuerzo interpretativo de los actores y la gracia del músico y la frialdad que les había dejado una obra con un asunto socialmente manido, aunque planteado con valentía y cierta provocación.
Licenciado en Filosofía y Letras. Catedrático de Enseñanza Secundaria de Lengua Castellana y Literatura. Escritor y poeta
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete