teatro
«La vida es sueño»: el sueño de La Folía
«La Vida es sueño» de don Pedro Calderón de la Barca en las manos de Pablo Viar es como si «Las Meninas« de Velázquez se nos presentan pintadas por algún pintor de la escuela abstracta
Título: La vida es sueño. Autor: Pedro Calderón de la Barca. Versión y dirección: Pablo Viar. Intérpretes: Emilio Gavira, David Luque, Candela Serrat, Tue de Stordeur. Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda. Vestuario: Jesús Ruiz. Música y espacio sonoro: Bruno ... Tambaschio. Fotografía y vídeo: Irlanda Tambaschio. Iluminación: Carmen Martínez. Producción: Producciones La Folía. Escenario: Teatro de Rojas.
Partimos de la perogrullada de que el teatro clásico español es clásico y el teatro de Calderón es un clásico del Barroco. Luego lo que hagan los versionistas con sus dramaturgias creativas, innovadoras, imaginativas y asombrosas puede resultar un espectáculo más o menos interesante con sus características particulares al margen de los «clásicos». La Vida es sueño de don Pedro Calderón de la Barca en las manos de Pablo Viar es como si Las Meninas de Velázquez se nos presentan pintadas por algún pintor de la escuela abstracta.
La vida es sueño es la obra cumbre de Calderón. Si seguimos el texto, ya sea leído o bien representado, nos encontramos con que el drama de Segismundo, personaje central de la obra, es que el hombre (hoy diríamos la persona) no está en verdad unido al cosmos, sino que, al margen de la Naturaleza, se halla en manos de Dios, como podemos deducir del famoso monólogo en que el héroe se compara a sí mismo con otros elementos de la Creación. Por otro lado, tenemos el dilema entre predestinación y libre albedrío, resuelto en favor de este último a través de la autonegación y el desengaño, es decir, la típica constatación barroca de que la vida es «sueño». Si recordamos el caballo desbocado con que comienza la obra, estamos ante el símbolo más perfecto de la concepción barroca de la vida: arrebatamiento y pasión iniciales que será preciso sofocar con todo cuidado. Hay una dicotomía violenta y dolorosa entre acción y contención que terminará en el autodominio y en la conciencia de la inutilidad de todo lo auténticamente vital. Recordemos una frase crucial de la obra: «acudamos a lo eterno», es decir, olvidemos falaces valores, renunciemos a todo, reconozcamos el fracaso del hombre en el mundo. Vamos, la expresión textual ideológica más clara de la ortodoxia contrarreformista. Por supuesto que Calderón no resuelve con La vida es sueño el enigma del universo, ni que esta obra represente la historia de la regeneración humana. Lo que en verdad Calderón nos muestra es la aceptación por parte del hombre barroco de un concepto del mundo totalmente irracional, idealista y negador de los valores humanos.
La propuesta que hemos visto en el teatro de Rojas, versión de Pablo Viar de La vida es sueño, es una visión muy personal, con una ubicación atemporal, una dramaturgia contrastante, una manera de interpretar en la que más parece una suma de monólogos que una interacción entre los personajes, una abundancia de silencios prolongados desasosegantes, una oscuridad lumínica como si fuera un símbolo de que la continuidad del sueño se resuelve siempre en pesadilla, unas músicas bonitas pero que te llevaban a un universo no reconocible en la realidad que se ve en escena, una estética escénica cinematográfica que me ha hecho pensar en Fresas salvajes, una manera de decir el texto con escaso dramatismo, con una entonación del verso muy de academia y con poca proyección de la voz. Todo esto deja claro que la obra es una concepción interiorizada del director, que es quien organiza y lidera un trabajo congruente de acuerdo a sus esquemas o a lo que él ha pensado, o soñado, sobre su propia «vida es sueño».
Por tanto, La vida es sueño de La Folía/Viar hay que verla no tanto como la obra barroca de Calderón sino como una creación actual utilizando como base los textos más significativos (pues la versión se presenta bien peinada) de la pieza clásica del Barroco español.
Hacer una Vida es sueño con tres actores y una actriz, aunque doblen papeles y se abuse de la voz en off para personajes en ausencia, tiene sus complicaciones, por más que el hilo de la historia quiera mantenerse comprensible. Es difícil que un espectador que desconozca el texto o no haya visto la obra en una puesta en escena más canónica saque claras conclusiones; desde luego a la ideología calderoniana a la que me he referido más arriba, dudo que llegue. Aún así, el teatro es teatro y hay que respetar la libertad para crearlo y para verlo. Y por supuesto hay que aplaudir siempre el arduo trabajo de los intérpretes que se esfuerzan por sacar adelante el trabajo que les encomiendan. Hay que decir que David Luque ha puesto todo su empeño en hacer un Segismundo creíble; Emilio Gavira ha estado más versátil en el papel de Clarín y más adusto en el de Clotaldo; Candela Serrat mejor en el movimiento escénico que en la dicción del texto, que a veces no se la entendía bien; y Tue de Stordeur, bien en lo musical y con mucha necesidad de escuela en lo teatral, realmente era un verdadero contraste en un contexto.
Respecto al ciclo del teatro de Rojas, que sigue denominándose «Clásico», vuelvo a decir lo que ya apunté con otras propuestas anteriores: una obra no es clásica porque el texto lo escribiera un autor del Siglo de Oro. Tiene que haber de todo y todo tiene cabida, pero la correcta información previa, que educa al espectador, siempre es de agradecer.
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