El Greco y la mística (II)
«En la ciudad que terminará por asentar su vida el candiota se ve inmerso en un ámbito en el que lo clerical goza de una incontestable preeminencia»
El Greco y la mística (II)
Buena parte de la vida del Greco coincide con los tiempos de la Reforma Católica o Contrarreforma (que no es, en estricto sentido, una respuesta que se origina, como se tiende a creer, frente a la reforma protestante de Martín Lutero, aunque haya relaciones de ... causa efecto y diversas concomitancias que no se pueden obviar). En todo caso, para basar nuestros argumentos debemos tener en cuenta que es sobradamente conocido el frenesí iconoclasta con que se dio cauce a la actitud purista del reformismo protestante. Todo lo que guardaba relación con las imágenes concentró sobre sí el repudio de la degeneración de una religiosidad demasiado ocupada en el boato, en el mercantilismo, en el revestimiento superficial que postergaba el recogimiento de una fe vivida y que había despertado ya las críticas de Erasmo o un primer afán esencialista y reformador de Cisneros.
Por razones pragmáticas y metodológicas, surge un nuevo modelo pictórico licitado y prescrito por Trento, y, si bien no se debe hablar de un «arte contrarreformista» como resonancia plástica de los preceptos postconciliares, sí puede aludirse a un tipo de manifestación artística, con especial interés en la pintura, que florece en el campo abonado que es la posición opuesta a la repugnancia de la imagen que sintieron los protestantes, posición recogida en la Sesión XXV, de diciembre de 1563, con la que el Concilio de Trento llegaba a su fase final, y en la que se hace constar que con la «(…) pintura (…) se instruye y confirma al pueblo recordándole los artículos de fe (…)». Y se añade que «(…) se exponen a los ojos de los fieles los saludables ejemplos de los santos y los milagros que Dios ha obrado por ellos (…)». De estas palabras, se sigue que la Iglesia católica hace una encendida apología de la pintura como medio para avivar la fe, como vía visual para el aprendizaje de lo sacro en un tiempo en que son muchos los fieles que no saben leer, y como expresión analógica de los modelos de conducta. Se legitima, así, el arte de la pintura, de la que se exceptúa lo «desordenado», lo «profano», lo «deshonesto» y las imágenes «desusadas y nuevas».
Esta preceptiva, sobrevenida de Trento, es con la que El Greco se topa al ser rechazado como artista de la corte, episodio que propiciaría su traslado a Toledo. En la ciudad que terminará por asentar su vida el candiota se ve inmerso en un ámbito en que lo clerical goza de una incontestable preeminencia, como cabe deducir de los números registrados en el censo de 1591, donde el conjunto de eclesiásticos representa casi el cinco por ciento de la población total de la ciudad, (739 clérigos seculares y 1942 clérigos regulares), en consonancia con las cifras que Luis Hurtado de Toledo había dado de la Toledo de 1576, donde se computan más de cien casas religiosas (incluidos veintiséis templos parroquiales, treinta y seis conventos y monasterios, dieciocho ermitas…). Indiscutiblemente Toledo ostenta la capitalidad eclesiástica del imperio más poderoso de la Tierra. Se puede afirmar que la ciudad está muy alejada del humanismo secularizante del Renacimiento italiano, y ya casi ajena a haber sido lugar de encuentro de tres culturas, se hallaba absorta ahora en el teocentrismo. Este extraordinario emporio eclesiástico es, en definitiva, plaza fuerte de la Contrarreforma, con muchos mecenazgos potenciales, con muchos encargos posibles para alguien que ve en la pintura una profesión liberal y un lenguaje en que cabe, por igual, la observancia de la norma y la expresión individual de quien se sabe artista. Y, a la cabeza de tal emporio, el arzobispo primado de España, cargo ocupado, durante la estancia de El Greco en Toledo, por Gaspar de Quiroga, García Loaysa y Girón y Bernardo de Sandoval y Rojas. En estas mismas páginas de ABC ya vinculamos, siquiera de manera indirecta, a Sandoval y Rojas con El Greco a causa de su común interés por las humanidades; conocemos también el hecho de que Sandoval y Rojas contó con el pintor y con su hijo, Jorge Manuel, como miembros de un consejo asesor que le permitiera decidir las obras que debían o no ser exhibidas en sede eclesiástica, lo que revela que, en esta etapa, El Greco gozaba de prestigio entre el estamento clerical. Ahora bien, si evocamos los episodios del desprecio que Felipe II hizo del Martirio de San Mauricio , destinado, en principio, a ser exhibido en El Escorial y el de la controversia mantenida por El Greco con García Loaysa a cuenta de El Expolio , es lógico preguntarse cómo pudo hacer carrera nuestro pintor tras caer en el disfavor de los dos protectores de las artes más importantes de España. La respuesta a esta pregunta da pábulo por igual a quienes apelan al misticismo de El Greco y a quienes ven en él a un artista muy respetado por los eruditos de los cenáculos toledanos, entorno que él sintió siempre como su círculo natural. Lo cierto es que la línea que une el grupo de Fulvio Orsini, en el palacio del cardenal Farnesio, con los simposios humanísticos y eclesiásticos de Toledo es, como ya señalamos en su momento, Luis de Castilla, quien no solo intercedería en el ya citado episodio de El Expolio, sino también en el de los retablos de Santo Domingo el Antiguo, mucho más satisfactorios para sus primeros receptores y, consecuentemente, aval para otros muchos proyectos.
Temática sacra
La temática sacra cuadra con las raíces bizantinas del pintor de iconos, además de con sus sentido de la espiritualidad y se enmarca en el ambiente contrarreformista que inspiró un aserie de modelos iconográficos que se repiten con la finalidad de instruir al pueblo en las verdades proclamadas por la Iglesia y defender la verdadera religión contra la herejía. El Greco incorpora un repertorio de motivos claramente enmarcados en la doctrina tridentina: los asuntos relacionados con la Pasión de Cristo; la representación de santos, figuras de intercesión entre el hombre y Dios, muy especialmente en actitud penitencial (San Pedro, María Magdalena, San Francisco); de especial estimación son los temas marianos, que situaban al mundo católico como oposición irreconciliable con el dogma protestante, que negaba la divinidad de María (numerosas versiones de la Sagrada Familia , la Anunciación , la Inmaculada Concepción ); temas como la Expulsión de los mercaderes del Templo , del que hizo varias versiones, pasaron a adquiriré la nueva simbología de la Contrarreforma: la nueva Iglesia que se purifica de todas las falsas doctrinas.
En consecuencia, sin sacrificar en absoluto su propio ideal estético, El Greco pasaba a ser un artista de la Contrarreforma, mostrando, una vez más, su extraordinaria maleabilidad, su capacidad singular para aclimatarse al signo iconográfico de su tiempo y para conquistar la cobertura de sus mecenazgos. Su indómita personalidad y su sólida voluntad de estilo -que frecuentemente cifró en valores económicos superiores a las tasaciones arbitrales- impidieron que su figura adquiriera el protagonismo artístico que ansió, pero su talento no pasó inadvertido para sus coetáneos, pintores forjados en la sensibilidad contrarreformista, que fueron incorporando, paulatinamente, a sus composiciones, retazos estilísticos del cretense, lo que revela la veneración que motivó. Es cierto que los más atractivos proyectos -desde el punto de vista económico- son atesorados, en Toledo, por pintores como Luis de Velasco, pintor de la catedral desde 1571, acompañado en tal menester por Blas de Prado desde 1576, y que Luis de Carvajal oficiará como pintor en El Escorial, ocupando plaza que hubiera sido del interés del cretense, pero no es menos cierto que todos ellos se plegarían a las trazas de su estilo, innovador y genial, y que no pocos vestigios que refrendan su influjo se irían incorporando a estos pintores que se encuadran en la más pura ortodoxia de la Contrarreforma.
El empaparse de espiritualidad lo percibimos en las pinturas de tema evangélico e incluso en los retratos. Lo esencial del hombre, para El Greco y su tiempo, es el espíritu; pero esto lo escribiremos en la siguiente entrega.
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