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«De mi vida de alunicero me he arrepentido muchas veces, la verdad, pero también la disfruté»

«El Congui» fue el conductor de su banda y estuvo cuatro años robando hasta que la policía lo detuvo

Cuando oye hablar de aluniceros como «el Goyito», le apena: «Que haya gente haciendo estas cosas, no me gusta»

Prisión Ocaña I Google Maps

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« Empecé con los alunizajes a los 20 año s. ¿El motivo? Dinero fácil y rápido. Me he arrepentido muchas veces de aquella etapa, la verdad, pero también la disfruté mucho». Así comienza su relato el Congui , que dio sus primeros palos cuando el Goyito , uno de los aluniceros actuales más conocidos , apenas tenía 8 primaveras.

El Congui, como lo conocían en su banda, estuvo cuatro años reventando negocios con coches robados. Y podría haber sido alguno más si la Policía no los hubiese detenido: él y sus compinches asaltaron una joyería y tuvieron un percance con el automóvil que el Congui conducía a toda velocidad.

Seis años en la cárcel de Ocaña I, dos más en un centro de desintoxicación de drogas y su primera hija le cambiaron la vida. Hoy, con 39 años, dice que lamenta aquella etapa de desenfreno, drogas y delincuencia. «Lo dejé porque decidí ganarme la vida trabajando y, a día de hoy, estoy contento por la decisión tomada», responde.

El Congui vive y trabaja en la provincia de Toledo. Desde pequeño le ha gustado conducir coches grandes y «buenos», y a los 12 años ya aprendió a pilotar gracias a los amigos. «A mí no me decían nada en casa. Por desgracia, me crié en la calle, la verdad» .

A los 20 conoció a un chico de Málaga, se fue de vacaciones allí y decidió quedarse sin dar explicaciones en su casa. Sus padres no sabían dónde estaba su hijo, que «de vez en cuando» les telefoneaba para dar señales de vida.

«No más de dos minutos»

En la provincia andaluza, él y tres veinteañeros más con mucho tiempo libre comenzaron a delinquir con pequeños robos. El Congui , sin carné de conducir pero con una gran destreza al volante, estaba entre ellos. «Son locuras que haces en la vida . Con el tiempo la cosa fue subiendo y haciendo trabajos mejores económicamente». Se especializaron en alunizajes. «Era sencillo: empotrar el coche y llevarnos todo lo que pudiéramos en muy poco tiempo; no más de dos minutos».

No improvisaban. Se tomaban su tiempo, entre 15 y 20 días, antes de dar el golpe. En ese periodo vigilaban el vehículo de alta gama que iban a robar: «Si en un chalé tenían dos coches, controlábamos los movimientos de la familia. Por ejemplo, aprovechábamos que iban al colegio a llevar a los niños para entrar en la vivienda, coger las llaves del otro coche y llevárnoslo».

Paralelamente, estudiaban el negocio elegido y su entorno: «Veíamos las salidas rápidas, lo que se tardaba en llegar a la autovía, cámaras de seguridad, el tiempo que los semáforos estaban en rojo y en verde; inspeccionábamos el interior de la tienda para saber dónde estaban las cosas que queríamos... Cuando teníamos todo, dábamos el palo ».

Por su pericia, el Congui era el conductor del coche y sus tres compinches se encargaban de bajar y asaltar el negocio. «Siempre con bolsas de deporte grandes y alguna maza, pero nunca con armas», asevera.

Un alquiler de 3.000 euros al mes

Este grupo organizado no tenía preferencias:«Robábamos de todo. Tiendas de marca, perfumerías, sitios donde sabíamos que había bastante dinero en efectivo... Otras veces lo hacíamos por encargo. Depende de lo que quisieran, nosotros poníamos un precio». Algunos coches los prendían fuego después de los robos y otros los vendían en el extranjero, cambiando las matrículas y los bastidores, además de falsificar la documentación. «No sabría decirle el número de robos -duda-, pero fueron los suficientes para vivir muy bien».

Residían en un chalé de una urbanización que contaba con seguridad privada. «Pagábamos el alquiler, 3.000 euros al mes, con el dinero de los alunizajes» ; unos saqueos que les permitían también pasar un mes de lujo sin necesidad de salir de la casa. «Vivíamos como queríamos, sinceramente». Se costeaban igualmente fiestas y viajes al extranjero, por ejemplo al Caribe, donde podían estar varias semanas a todo tren.

El Congui y sus compinches fueron detenidos como sospechosos varias veces. Sin embargo, después de pasar por los calabozos, «el juzgado nos ponía en libertad porque no había pruebas suficientes».

Todos sus planes salieron bien hasta que un golpe en una joyería fue el comienzo del fin. Se llevaron oro, relojes y otros efectos por un valor próximo a los 300.000 euros, según el Congui , que conducía el coche cuando los cuatro sufrieron un percance. El automóvil cayó a un agujero y «se quedó clavado». La policía, que iba detrás, los detuvo inmediatamente.

«Todo tiene un precio, que yo pagué» , sentencia el Congui , que pisó la cárcel después de cuatro años reventando negocios con coches robados. Luego pidió el traslado a un centro penitenciario de la provincia de Toledo, para estar cerca de la familia, e ingresó en la prisión Ocaña I. «La cárcel es como un colegio. Lo que no aprendes en la calle, te lo enseñan allí», atestigua.

«Mejor persona»

Salió del talego cuatro años después, pero al poco tiempo recibió una carta para que se presentara voluntariamente en una prisión. El Congui todavía tenía cuentas pendientes con la Administración de Justicia por sus alunizajes.

« Ya era padre de una niña de muy corta edad ; no quería estar en el parque con ella y que vinieran a detenerme. No era plan -asevera-. Así que una noche cogí el coche y me presenté en la puerta de la prisión». Dos años más en Ocaña I y otros dos en un centro de desintoxicación de drogas encauzaron definitivamente al alunicero contrito por un camino alejado de la criminalidad.

« El paso por la cárcel me sirvió para ser mejor persona y aprender de mis errores -admite-. Dejé la delincuencia porque decidí ganarme la vida trabajando y, a día de hoy, estoy contento por la decisión tomada».

¿Qué hizo con el dinero de los robos?

Me quedó bastante. Me ha gustado viajar, vivir bien y me lo fui puliendo todo.

Dice que, cuando oye hablar de aluniceros , le apena: «Que haya gente haciendo estas cosas, no me gusta, la verdad». Y de sus amigos de fechorías en Málaga no ha vuelto a saber nada. «He intentado hablar con ellos -asegura-, pero cambian de teléfono cada semana... Esta gente sigue igual que antes». El Congui, en cambio, dio un volantazo a su vida a tiempo.

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