El poema «Toledo» de Gloria Fuertes
Para el público en general, Gloria Fuertes era, sobre todo, la festiva poeta que escribió muchos cuentos para niños, alcanzando una fama tal, aún la creadora viva, que tantísimas escuelas repartidas por toda la geografía nacional ostentan su nombre. Lo que la mayoría de la gente, sin embargo, ignora es que la campechana Gloria fue una autora que comenzó su andadura literaria asociándose a la estética que abanderaron ciertas revistas de poesía surgidas en mitad del periodo franquista, y que abogaron por la vanguardia, provenientes gran parte de ellas de las enseñanzas del movimiento postista. La secuela más notoria del Postismo se encarnó en la tendencia llamada «realismo mágico», que pusieron en marcha Gabino-Alejandro Carriedo y el manchego Ángel Crespo recién iniciada la década de los años 50 a través de las revistas El pájaro de paja y Deucalión, esta última editada por la Diputación de Ciudad Real, y que tuvo continuación en otras publicaciones, como Doña Endrina, Trilce , ambas de Guadalajara, y otras como Arquero de Poesía , que Gloria Fuertes dirigía en unión de otros promotores. Lo que se propuso el «realismo mágico» fue sumarse a la corriente realista, que a su vez sirvió de oposición al régimen, pero sin descuidar el factor imaginativo que el poema debía siempre atesorar para no ser mera copia o pedestre vocero del crudo entorno.
Unos años después, los mencionados Carriedo y Crespo fundaron en Madrid otra revista, llamada Poesía de España , que siguió proclamando un modo realista de poetizar bajo un carácter comprometido y social; sus creadores impusieron la misma directriz que en sus tentativas anteriores: presentar poemas de calidad artística y no mensajes panfletarios. Poesía de España tuvo tanta coherencia, una distinguida presentación y unos criterios tan encomiables, que el Partido Comunista quiso hacerse con la publicación ejerciendo, claro, un control ideológico total, a lo que Carriedo y Crespo se opusieron en aras de la independencia y siempre de la calidad literaria sin ataduras coyunturales. En el número 2 de la revista, aparecido en 1960, se dedicó una doble página a Gloria Fuertes, incluyendo siete poemas de la madrileña. Uno de ellos lleva el título de «Toledo», una pieza que posteriormente no ha sido recogida en las obras completas de la autora.
A través de este texto se puede atisbar el gran contraste entre el aspecto de la legendaria ciudad, a comienzos de los 60, y la flamante semblanza que posee ahora. Retengamos este grupo de versos: «Fijaos bien en lo que os digo: / quinientos curas y ochocientos mendigos / forman este pueblo que corte ha sido». Yo era muy niño cuando este poema salió a la luz, pero sí recuerdo que la facha de Toledo, aun visitándola como siempre el turismo, era la de, asiendo la expresión nerudiana, una vieja ciudadela calcinada, tejida en fachadas rancias y cochambrosas. Su sociología era de un arcaísmo inmovilizador. En la década siguiente, las cosas no habían cambiado mucho. A inicios de esa década de los 70 yo ya trabajaba como botones en el Servicio Nacional de Concentración Parcelaria y Ordenación Rural, sucesor del Instituto Nacional de Colonización republicano y antecesor del IRYDA, el Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario ya ofrecido, modernizadamente, con siglas. El ingeniero jefe era Don Ramón de la Azuela, un ecuánime, tímido y educado caballero mozárabe. Al poco de entrar yo a trabajar ahí se incorporó un tipo curioso, un vizconde arruinado, borrachín, cordial pero un tanto pendenciero, adscrito como simple calculista a uno de los equipos de trabajo integrados en esa oficina. Asistí, en el despacho del jefe, al que tal vez llevé su buen paquete de Ducados, a una propuesta del vizconde dirigida al ingeniero declarando, ante la expresión estupefacta del cumplidor Ramón de la Azuela, que él no veía por qué habría de asistir cada día a la oficina. Esta anécdota indica un completo anacronismo observado con la perspectiva de hoy, tan distante de esas denominaciones tan extensas de los organismos y de esa «profunda» mentalidad de una época que ya entonces empezaba a ser discordante.
Hoy el Toledo que se derrama desde su inmemorial casco histórico ya no comprende sólo la avenida de la Reconquista, el barrio de Corea, el arrabal de Santa Bárbara (el arrabal de las Covachelas está empotrado en el Toledo histórico desde hace mucho) y la incipiente zona del Polígono. Se han creado decenas de glorietas y grandes cinturones que esquivan la ciudad. Y la red de transportes ya no son esos cuatro «katangas» de antaño. En la zona vieja, las fachadas se iluminan con relucientes y vivificadores estucos y en unos años han proliferado los hoteles, cuando durante muchos lustros sólo existía como hotel «presentable» el Carlos V. Por las noches, los fines de semana, muchos turistas permanecen en la urbe, pintando de jolgorio y animación el ambiente. Hay centros atractivos que ofrecen con asiduidad espectáculos bien conjugados y atrevidos: léase El Pícaro, léase el Círculo de Arte, léase la vieja y reformada discoteca Garcilaso. En mis tiempos de adolescente se tuvo que esperar a que falleciera el cardenal primado Plá y Deniel para abrir la primera discoteca toledana, Sithons creo que se llamaba, hermosamente decorada por murales de Manuel Romero Carrión, y donde mucho mi pandilla y yo bailábamos media hora «suelto» y otra media «agarrao»; después se abrió la pequeña, entrañable y más viva discoteca Tifall. Con una visión sorpresiva frente al siempre perdurable Toledo conforma Gloria Fuertes su poema que ahora oportunamente rescatamos.
TOLEDO
C on la bufanda del río
Toledo se abriga del frío.
Con la campana mayor,
se quedó sordo un señor.
Con la tajada del tajo
un perro se vino abajo
y los árabes con destreza
convirtieron el agua en belleza.
Fijaos bien en lo que os digo:
quinientos curas y ochocientos mendigos
forman este pueblo que corte ha sido.
—Comprensión y pesetas a Usía pido,
que yo soy de los guías en mejor “guío”.
Comprensión y pesetas le pido a Usía,
yo soy de los turistas el mejor guía.
—¡Vean la Sinagoga y el Alcázar Real,
disfruten con el entierro del Conde Orgaz!
(En Zocodover hay un autocar,
y en el Tajo una viuda se ha echado a navegar.)
La ciudad está vieja
y no va más,
aún llegan al encanto de su agonizar,
vamos turistas, vamos allá,
¡antes de que caigan la noche y la Catedral!
GLORIA FUERTES
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