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ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

El inolvidable no-tropiezo manchego de Marino Gómez-Santos

Una historia que se remonta al sábado 17 de diciembre de 2005, cuando el Ayuntamiento de Tomelloso organizó la presentación de un libro editado con motivo del IV Centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote por Miguel de Cervantes

Marino Gómez-Santos (a la derecha) entregándole a Chaplin la carta de Edgar Neville en Le Corsier en febrero de 1964, fotografiados por Campúa

Por Fernando de Castro Soubriet

Quiero contar una historia anterior a la pandemia de Covid-19. De hecho, es una historia que arranca también antes de la estafa financiera que trastocó tanto nuestras vidas ya antes que el virus SARS-CoV-2. Porque voy a remontarme al sábado 17 de diciembre de 2005, cuando el Ayuntamiento de Tomelloso organizó la presentación de un librito maravillosamente editado con motivo del IV Centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote por Miguel de Cervantes. Esa pequeña joya literaria lo es por varios motivos. El primero y principal, porque recoge un excelente texto inédito del escritor manchego por antonomasia, Francisco García Pavón, titulado «La Mancha que vio Cervantes» y que, casi medio siglo antes, leyó en su entrada como miembro del Instituto de Estudios Manchegos. Para esta edición de 2005, la muñidora habitual e incansable del cotarro cultural en este rincón de La Mancha desde hace ya varias décadas, Rocío Torres Márquez , pidió a mi padre, el también escritor Fernando-Guillermo de Castro, un prólogo: amigos desde jóvenes en Madrid, con los años, mi padre se refería a García Pavón como Paquito, «mi casisuegro», pues ambos estaban casados con dos de las cuatro hermanas Soubriet López . Y este texto que preparó para la ocasión Fernando-Guillermo de Castro («Fue en el Café Gijón »), es, probablemente, lo mejor que se ha escrito nunca sobre Francisco García Pavón, como escritor y como persona, y, a mi modesto entender, de las cosas que más me han gustado de las escritas por mi padre junto a otro texto («Unas soñadas mocedades de Alonso Quijano») que forma parte del volumen publicado por el madrileño Café Gijón con ocasión del centenario de El Quijote . Finalmente, le edición se ilustró con excelentes dibujos de dos grandes pintores tomelloseros, Andrés Moya y Fermín García Sevilla. El libro puede considerarse, pues, un poliédrico homenaje del denominado Manantial del Vino a la figura que universalizó La Mancha para siempre, ya que la única excepción entre quienes contribuyeron al libro es la de mi padre, gato (gatísimo, a su pesar) por los cuatro costados, aunque tomellosero consorte y que tanto disfrutó allí. Así que, hasta allí que nos embarcamos toda la familia (en ese momento, mi madre, mi padre y yo) conmigo al volante: la cita era a las siete y media de una tarde fría y bastante gris. Mi prima Sonia García Soubriet, la hija escritora de García Pavón, junto a sus hermanos, fueron por su cuenta.

Junto a Sonia, la estrella de la presentación era Marino Gómez-Santos, conocido escritor y periodista ovetense afincado en Madrid en aquellos años en que trabaron amistad Francisco García Pavón y Fernando-Guillermo de Castro , amigo de ambos, cronista del Café Gijón y biógrafo de tantos personajes importantes de la Historia de la España del siglo XX, algunos trascendentes para el mundo entero como el bioquímico Severo Ochoa , uno de los padres del código genético, por lo que obtuvo el P remio Nobel en Fisiología o Medicina el año 1959. A fuer de inteligentes entrevistas y biografías, Marino Gómez-Santos había devenido una especie de memoria viva de España y accedió encantado a la invitación tramitada por el alcalde Cotillas, quien puso un coche con chófer para que Marino y su mujer, Angelines, viniesen aquella tarde a Tomelloso. Gómez-Santos no había estado nunca antes en este solar de la provincia de Ciudad Real y disfrutó desde que puso el primer pie en la plaza: Marino y mi padre habían reasumido con brío su amistad de tantos años, sazonándola con una buena dosis de algo que tanto une como es la condición de… supervivientes…; además, en casa, Marino había coincidido muchísimas tardes con las hijas de García Pavón, Las Pupis , como gustaba llamarlas, mientras mi padre adoptó el premiado título pavoniano para referirse a ellas como Las Hermanas Coloradas . Aquellas tertulias en la casa de la acera del sol de la madrileña calle José Ortega y Gasset se alargaban durante horas y serán, por siempre, memorables para quienes, de una u otra forma, las disfrutamos.

Al llegar al Auditorio Antonio López Torres y tomar sitio en la mesa presidencial, junto a mi prima Sonia, Marino escrutó detenidamente a la nutrida concurrencia, con su azul mirada astur tan avezada en calar personajes de toda guisa, mientras esbozaba esa sonrisa suya en la que mostraba los dientes superiores, otro rasgo compartido con Francisco García Pavón. Tras las presentaciones, Marino fue directo cuando dijo algo que no puedo olvidar y que me gustaría que nadie olvidase, ya nunca:

-Agradezco mucho esta invitación, porque Paco García Pavón y yo éramos muy amigos pero… después de leer el prólogo que ha escrito Fernando-Guillermo de Castro, la verdad es que no puedo añadir nada, no ya mejor, sino que se le acerque: Fernando –dijo, girándose hacia mi padre-, has esculpido, más que escrito, lo mejor que se ha escrito y se puede escribir sobre Paco… No se puede añadir nada… Pero, además, he de decir que has escrito el prólogo que cualquiera querría que hubieses escrito sobre un libro suyo, un prólogo que ya me hubiese gustado que hubieses escrito sobre mí y en un libro mío. Pero… algo tendré que decir, que para eso me han invitado tan amablemente, así que, ahí va…

Y Marino Gómez-Santos llenó el auditorio con su oratoria bizarra de mil batallas y nos encandiló a todos, incluso a los que más le conocíamos y a quien podría haber sorprendido menos. Los manchegos, siempre agradecidos y sentidos, aplaudieron para que también el tío Paco pudiese escucharlo bien.

Al terminar el acto y tras arrancar, literalmente, a Marino y a Sonia de tantos corrillos que generaban a su paso, una buena comitiva oficial, de amigos y familia apeonamos a celebrarlo al restaurante Epílogo , entonces sito en una casa manchega típica de la calle de la Feria. Tras un aperitivo acodados en la barra, que es donde todo debe dar comienzo, subimos las escaleras para cenar en uno de los comedores. Marino llevaba un bastoncito que utilizaba con discreción pero sin abusar de él y, del otro brazo, mi prima Pupi, que iban abriendo la comitiva más allegada. Pupi señaló el saliente de madera que enmarcaba la puerta del comedor también a ras de suelo, como ocurría con las puertas en las casas de siempre para, fundamentalmente, estorbar algo más a ese frío estepario cuando se torna inmisericorde:

-Cuidado, Marino-, dijo Pupi, señalando el suelo.

-Sí, sí… hay que tener cuidado con eso y… ¡cuidado con todo…!-, tronó Marino. Todos reímos.

Recuerdo que caí junto al dibujante Andrés Moya, con quien departí mucha parte de la noche, aunque no nos conocíamos de antes: si alguna expresión artística me apasiona especialmente, es el Dibujo. La cena fue, también, inolvidable y a los postres, mi prima Rocío Torres obsequió a Marino y a mi padre con diversos regalos, muy significativamente un bastón de caminante del que pende una quijotesca bacinilla de metal; el bastón, hecho de madera nudosa tiene dos inscripciones grabadas a fuego: a la altura de la bacinilla, «Quixote IV Centenario» y, a lo largo del bastón, el nombre del homenajeado (en el que conservamos en casa, los usuarios del C.R.P.G.L. de Tomelloso grabaron «Fernando G de Castro«). Los dos amigos escritores disfrutaron como niños con ese regalo tan original, blandieron de inmediato sus bastones hermanos (Marino cedió el que llevaba a Angelines) y lo celebraron por muchos años. También hubo ejemplares del librito que se había presentado para todos, generosamente. Los dos empuñaban sus nuevos bastones hermanos

Aunque Marino se retiró con Angelines en su coche oficial al Hotel Ramomar , donde el Ayuntamiento les alojaba, el resto, de casta le viene al galgo, encaminamos nuestros pasos hacia El Patio , a continuar la celebración con unas copas. Unas horas después, menos avezado en el disfrute alcohólico que los demás, cansado de haber conducido desde Salamanca a Madrid y desde aquí a La Mancha y encargado de ir, relativamente temprano, a desayunar con Marino y Angelines (ahí como único anfitrión…), opté por desafiar a la concurrencia para retirarme a nuestro pisito de la calle de La Feria. Vencidas las resistencias de mi padre y mis primos, nocherniegos incansables si varados en la barra de un bar y copa en mano, me arrebujé la divina capa española azul marino que me regalaron mis padres y que uso en contadas ocasiones… cuando empezaron a lloverme libritos de unos y de otros para descargarles la farra. Así que, con nada menos que veintitrés ejemplares, contados, de «La Mancha que vio Cervantes» en mis brazos, como portan las grandes jarras de cerveza en un biergarten de la mayor tradición bávara, encaminé mis pasos hacia casa en una noche brumosa, sorteando grupos de jóvenes bullangueros y juerguistas en general que reían y se volvían a mi paso… porque «una buena capa todo lo tapa» y no podían imaginar qué cargaba yo, figura que espero que no tildarían de triste, ojalá lo hiciesen de caballero y sin duda pensaron que era, cuando menos, extraña…

Al día siguiente, durante varias horas, sólo estuve yo para los Gómez-Santos y, poco antes de marcharse, Marino se sentó en el sillón de terciopelo verde de mi abuelo Anchel, en casa, junto a mi padre, y mirando por el ventanal los incomparables rosas y violetas del temprano poniente castellano de invierno, le dijo:

-Chico, ¡menudo sitio tranquilo para escribir…! Y… ¡qué vistas…!

* * *

El pasado 9 de diciembre de 2020, Marino Gómez-Santos falleció en Madrid a consecuencia de una embolia. Pocos días antes había tropezado en casa y en la caída se astilló el fémur. Esos días hospitalizado en la Fundación Jiménez Díaz no dejé de acordarme del no-tropiezo de Marino aquel 17 de diciembre de quince años atrás y lo que para quienes lo escuchamos ha quedado, ya, como un lema imborrable:

-¡… cuidado con todo…!

Fernando de Castro Soubriet

Madrid, 11 de febrero de 2021

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