VOLCÁN LA PALMA
Con el volcán a 300 metros: «Se escuchaban como rocas partiéndose bajo la tierra»
Tres años después de la erupción del volcán de La Palma, Fernando le narra a El Valle de Aridane que ha sufrido mucho pero «ya está en paz con la naturaleza»
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Laura Bautista
Las Palmas de Gran Canaria
El Paraíso (La Palma) no se llamaba así por casualidad. En este refugio natural en la isla de La Palma y cuando el reloj de su casa marcaba las 15.12 horas, la tierra se abrió a apenas 300 metros de la vivienda ... de Fernando Hernández. «A las 6 de la mañana ya hubo temblores fuertes, sentíamos la tierra crujir debajo de nosotros, y algo dentro de mí me decía que algo estaba muy mal».
Como ha narrado a ElValledeAridane.com, iniciativa solidaria de Tierra Bonita y I Love the World, «se escuchaban como rocas partiéndose bajo la tierra, pero un representante del Ayuntamiento nos aseguró que no había peligro inminente y que por allí no iba a salir el volcán, aunque nos recomendó que tuviéramos algunas cosas preparadas». Poco después «el sonido de un avión gigantesco» les sorprendió en plena sobremesa. «Miraba hacia todos lados, pero lejos: a Jedey, a San Nicolás, a la Cumbre; no veía el volcán. Hasta que lo vi: ¡estaba justo al lado de nuestra casa!. Las piedras empezaron a caer ya por todas partes, amenazantes».
El día antes se había celebrado una reunión, a la que los vecinos de El Paraíso no fueron invitados, aunque él entró igualmente y escuchó decir que habría tiempo suficiente para evacuar. Con el paso de las horas, todo se fue agravando, «la naturaleza nos estaba dando señales» y salieron con lo puesto, sin evacuación preventiva para huir del volcán que mostraba su peor cara sobre sus cabezas.
«Nos subimos al coche mi madre, el perro y yo. Tuvimos que dejar a otros animales atrás, algo que me duele aún hoy. Recuerdo mirar a mi madre y pensar que tal vez no lograríamos salir de allí vivos. Las piedras que caían tenían el tamaño y la altura suficientes para matarnos si nos golpeaban. Pero mi madre, entonces con 81 años, me mostró una fortaleza increíble».
Asegura que tras tres años de «haber sufrido mucho» ya se siente «en paz con la naturaleza» y ha recuperado la sonrisa: «hay que seguir adelante«. En aquel momento, asegura al diario solidario que creyó que morirían, y por mucho tiempo se sintió incapaz de hablar de estas vivencias tan traumáticas. La tierra se abrió en Cabeza de Vaca, a unos 300 metros de su hogar, pero tal y como cree, si la erupción hubiera ocurrido de madrugada, el volcán se podría haber cobrado vidas.
En Tajuya «me paré para echar una última mirada a la casa» hogar de sus tatarabuelos, que fue engullida por la lava días después. «Las primeras veces no podía mirar al volcán; sentía un desgarro, no podía hablar con nadie, pero ahora soy más objetivo, y hay que sobrellevarlo; no me gusta ir a verlo, pero hoy puedo mirarlo sin dolor, como la huella que quedó de una situación pasada y hay que seguir adelante», revela este maestro.
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Laura Bautista
Hoy ya ha superado la tristeza y sonríe a pesar de todo. «El volcán pudo haber aniquilado la vida de muchas personas ese día, pero nos la dejó. Me ha costado llegar aquí, pero sin duda hoy tenemos una segunda oportunidad, porque la vida que no se llevó el volcán es para vivirla».
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