Unas cucharillas holandesas del siglo XIX llegan a Granada tras subsistir al Holocausto y vivir una azarosa historia
Los objetos de plata, que un orfebre judío cedió a un amigo para no caer en manos de los nazis, se exponen tras una larga cadena de peripecias en el Museo Sefardí
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Granada
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Iniciar sesiónTanto como decir que tienen vida es exagerado, pero muchos objetos sí que guardan detrás una historia, y las cucharillas que protagonizan este artículo sin duda están en esa categoría. Son, por resumirlo en una frase corta, historia contemporánea en plata. Y están en ... Granada, que es el sitio donde, como todo el mundo sabe, todo es posible.
La historia, en realidad, ya está escrita en un texto llegó junto a las cucharillas al Museo Sefardí que hay en el barrio granadino del Realejo. Se llama 'The silver spoons: A story of Heritage, Art and Endurance' ('Las cucharas de plata: una historia de herencia, arte y resistencia') y dice casi textualmente lo siguiente: antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial, un judío sefardí vivía en Holanda, donde era propietario de una tienda de antigüedades de plata. Al acercarse la amenaza de ocupación alemana, percibió el peligro y actuó con previsión. Confió todos los papeles y escrituras de su tienda a un amigo, no judío, y le pidió que los guardara con la promesa de que, después de la contienda, él o sus hijos los reclamarían.
Trágicamente, la mayoría de su familia, tras pasar por un campo de concentración, murió durante el Holocausto. Sólo una hija sobrevivió: Rita, que logró escapar y vivía en Ámsterdam. Fiel a su palabra, el amigo la encontró después de la guerra y le entregó la escritura de la tienda y sus contenidos restantes. Con el tiempo, él y Rita se enamoraron y se casaron, «uniendo sus vidas en un vínculo que surgió de la pérdida y la confianza».
Rita era amiga de un hombre llamado John que había ganado bastante fama escribiendo comedias para la BBC. Él y su mujer, Gina, vivían en Inglaterra, pero en los años setenta se trasladaron a La Herradura, en la Costa Tropical, dentro de la provincia de Granada. Allí, John y Rita siguieron manteniendo contacto y tanta confianza llegaron a tener que ella decidió regalarle la herencia familiar.
En la Costa Tropical
John ya falleció, pero Gina aún vive y es paciente de un acupuntor llamado Yair, que había vivido en Jerusalén y que, ante la inestabilidad política de la zona, decidió mudarse hace ya unos años a Salobreña, también en la costa granadina. Recientemente, Gina le regaló las cucharillas porque entendía que, al ser hebreo, sabría qué hacer con ellas.
A su vez, Yair las ha donado recientemente al Museo Sefardí, que ahora las expone. «Tienen un gran linaje histórico y han llegado hasta mis manos, cosa que jamás pensé que iba a ocurrir. Es un tesoro maravilloso con una historia detrás muy bonita y muy sensible», resume Josef Ben Abraham Romero, que lleva adelante el museo junto a su mujer, Batsheba Chevalier Sola.
Su valor histórico supera al de mercado. Son de plata fundida en alto relieve, probablemente creadas entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Representan un estilo distintivo popular en los Países Bajos de la época: altamente decorativo y narrativo en su forma, pensado más para exhibición que para uso práctico.
Los mangos, en algunos casos, representan figuras que recuerdan a personajes folclóricos, marionetas o bufones de carnaval. Uno presenta un molino de viento holandés, con probabilidad el símbolo nacional. En cuanto a las cazoletas, cada una está C grabada en relieve con escenas inspiradas en la pintura de género de la Edad de Oro holandesa, influidas por artistas como Jan Steen (tabernas festivas, vida doméstica), Adriaen van Ostade (músicos, campesinos) o Frans Hals (personajes expresivos y humorísticos).
Las escenas representadas incluyen escenas costumbristas: un hombre alegre con una copa, posiblemente simbolizando la celebración; un violinista en una taberna; una escena doméstica rústica con adultos y un niño; un hombre fumando en pipa; una campesina o lechera con cubos en el campo; un grupo de figuras disfrazadas: posiblemente un desfile o algún tipo de celebración.
«Estas cucharas no solo reflejan la identidad cultural holandesa, sino también un estilo artístico narrativo vibrante que convierte escenas cotidianas en impresiones duraderas. En una época en la que tanto se perdió, estos objetos perduraron, contando historias no solo de la vida holandesa, sino de la resiliencia de una familia, un pueblo y un legado transmitido de mano en mano».
«Lo que comenzó como simples cucharas souvenir se ha convertido en artefactos de memoria y supervivencia. A través de la guerra, el exilio, el amor y la migración, han viajado llevando consigo el alma de una tienda que una vez existió en Holanda», explica el texto que explica la agridulce y movida historia de unos utensilios que ya son, oficialmente, obras de arte.
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