Crónicas de Pegoland

Cuando abran los bares

Las calles no son calles. Son un páramo fantasmal que recuperaremos seguro

La calle Cruz Conde, desierta durante el confinamiento Álvaro Carmona

Si el confinamiento es duro —que lo es y mucho— para los que tenemos la calle como ecosistema de vida, que somos todos los vecinos del Mediodía peninsular, la experiencia de las calles silenciosas , bien entrada la noche, directamente acojona. Desde aquí ... lo digo de primera mano porque puedo enseñar el certificado que me han hecho en ABC para que pueda mostrarlo como salvoconducto si por lo que sea así me lo reclama la autoridad competente. Del periódico a casa, la tundra. Como Miguel Strogoff atravesando Siberia con los planes de la traición para el hermano del zar en el zurrón, pero hasta El Realejo y mirando el móvil, que en estos días ni es Realejo ni es nada.

Los que tenemos jornada partida le podemos contar cómo es la calle, ese animal mitológico , cuando ustedes ya están enchufados a la serie de Netflix . No huele, no emite sonidos, presenta la extraña sensación de los decorados yermos en un teatro cerrado cuando acaba la función. Si acaso hay un cruce furtivo con algún desconocido, se aprieta el paso porque el miedo ya no es a que te dejen sin cartera sino a acabar con los mocos chungos . Si es con un vecino, incluso con un amigo (y su perro, porque ahora todo el mundo tiene perro), la cosa se limita a un hola y adiós, me saludas a la parienta. El niño bien, gracias.

Las calles dejan de ser calles y se convierten en páramos , desdibujados sus referentes habituales. Ya no queda nadie en las Tendillas aprovechando las últimas horas del Campero o como se llame ahora lo de los bocadillos. Los turistas no se agolpan en el Gran Bar pidiendo arroz con bogavante a partir de las seis de la tarde. Los niños ya no quieren ser princesas y a las niñas ya no les da por perseguir el mar dentro de un vaso de ginebra camino del Góngora, La Comuna o el Long Rock. O donde vayan ahora los chavales.

Los habituales del Musa ya no ejercen de modernos ni los de siempre del Mundano somos ya los mismos. Ni en el Clandestino ni en el Último Tango se puede pasar al salón a deshoras. Los del Palquillo no velan armas hasta el Domingo de Ramos porque esta vez no habrá palmas, ni chavales con el vaquero de estreno. No es posible visitar a los del Bendita, taberna electrocofrade por antonomasia, o alargar los pasos a la Fuenseca , a que Jesús se ponga flamenco. No hay posibilidad de la última en La Contentura, que es la Espiga pero en plan nuevo, o el Jazz Café. El Santi no vigila el barrio , como un veinticuatro horas que lo mismo te pone jeringos que te receta unas cañas con la fauna habitual de lo que fue Taberna Castillo .

Volverán las cosas a su ser cuando abran las barras y nos veamos en los bares dando abrazos , como siempre, sin el miedo en el fondo de la retina. Será el día en el que habrá llegado el momento, como escribió Celaya, de pasearnos a cuerpo. De decir que somos quienes somos, golpe a golpe y muerto a muerto. De celebrar que hemos vivido y que anunciamos algo nuevo .

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