Depende...
Legislación ordinaria y nueva normalidad
El estado de alarma se ha convertido en un instrumento al servicio del gobierno
Pedro Sánchez conversa con el ministro de Sanidad, Salvador Illa, en el jornada del viernes
Aunque a estas alturas nadie, ni el socialista más recalcitrante , duda de que el estado de alarma se ha convertido en un instrumento al servicio del gobierno, y que al menos una parte de este tiene una agenda profundamente antidemocrática , ... es difícil aventurar una alternativa a tan radical situación.
Ciudadanos es un partido roto y en descomposición. Necesita como agua de mayo tomar decisiones que le permitan simular una existencia independiente. Es, sin embargo, muy dudoso que aceptar el enésimo engaño de Sánchez y apoyar de modo entusiasta la prórroga del estado de alarma haya sido una buena elección, visto el descrédito adquirido por este gobierno en la gestión de la pandemia, el escandaloso y permanente abuso de la excepcionalidad derivada del estado de alarma y la compañía de la ultra izquierda que, con su indisimulado entusiasmo por la paralización económica del país y sus propuestas fiscales, resulta hiriente para cualquier votante centrista: nada que objetar a las huestes podemitas, que desde primera hora exhibieron su pretensión colonizadora de la justicia y los medios, su voluntad de derribar la monarquía parlamentaria, sus intenciones de asfixia al emprendedor y a todo disidente y su apoyo a los planes de agresión a la unidad de la nación. No han engañado a nadie. Pero, ¿son una compañía aceptable?
Tampoco la abstención del PP pareció excesivamente bien fundamentada: alejándose del estruendo demagógico y poco constructivo de Vox , hizo lo correcto -evitar un abrupto tránsito desde la excepcionalidad a la todavía improbable normalidad- de modo errático, tras anunciar urbi et orbe un no imposible y después de pronunciar Casado un vibrante discurso de oposición que causó, visto el sentido del voto, evidente desconcierto a parte de su electorado. El plan B propuesto , además, no acaba de resultar convincente en algunos de sus aspectos jurídicos: ¿qué justifica el prolongado apoyo el estado de alarma si las medidas más graves podían, según se dice, ser adoptadas con la legislación ordinaria?; ¿de verdad se va a aceptar una interpretación que entrega poderes tan extraordinarios como la limitación de la libertad de movimientos a todos los ciudadanos con la simple aplicación de esa legislación ordinaria? Ciertas interpretaciones, sin duda bienintencionadas, esconden peligros insospechados en manos de gobernantes con tentaciones totalitarias como los que soportamos en España. El estado de alarma, cuanto menos, obliga a una periódica rendición de cuentas.
Aceptar que, sin mayores requisitos y con la ley vigente, Pablo Iglesias o cualquier comunista encaramado al Consejo de Ministros puede prohibir nuestros movimientos, restringir nuestra libertad ambulatoria o, simplemente, confinarnos en esa inquietante «nueva normalidad» causa pavor. Ciertas interpretaciones merecen una reflexión sosegada y éstas parecen un tanto improvisadas.
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