CRÓNICAS DE PEGOLAND
Los muertos
La cultura del velatorio, la casa tomada, la memoria de todo aquello
Nichos en el cementerio de la Salud
Intento evitar los hospitales y los tanatorios . No es miedo, ni respeto. Es esa sensación que se queda tras ver «Joker» : desasosiego. Que lo de estar muerto no es lo mío aunque tengo clarinete que no me voy a quedar de ... muestra. Si alguna vez lo tuve, he perdido ese apego cultural que aquí tenemos por los finados. Las personas se convierten en recuerdos cuando llega el final el camino. Y ello, pese a haber crecido en esta sociedad nuestra donde el velatorio se hacía en las casas , como Dios manda, con un montón de gente en torno a la cama del familiar que ya no podía decir esta boca es mía, con el traje de amortajar y el crucifijo. Obligado a pasarlo malamente, a la vista de todos, en un dolor social que tenía algo de enfermizo. Si hubiera tenido fuerzas, le hubiera dado una paliza a esos familiares bienintencionados que, de niño, animaban a despedirse con un besito del último caído en el combate de la vida. El olor a muerte se queda prendado en las fosas nasales . Años después, sigue ese aroma dulzón a cadáver que no se quita, el muy cabrón, de la memoria.
He sido testigo de cómo una dama de carácter largó del velatorio de su señora madre , realizado a la antigua usanza, a todo el personal cuando le preguntaron por dónde estaba la televisión para ver el partido del Madrid que tenía partido de la Copa de Europa. «A tomar por saco todo el mundo», dispuso con toda la razón mientras echaba a familiares, amigos, conocidos y anexos a la noche de la calle. Quizá desde aquel día, prefiero que no mareen el día en que me falle la patata . Lo quiero rápido, barato y con pocas lágrimas. El que pida ver al Real Madrid que le den una buena tunda en mi nombre, por imbécil, aunque si juega el Barça que dejen la tele puesta no vaya a ser que Messi haga un control orientado con el muslo . Renuncio desde aquí a cualquier panteón, nicho o fosa. He estado presente en alguna exhumación y tienen menos glamour que la de Franco. Apenas huesos y polvo que se amontonan al final del espacio disponible. Que pase el siguiente . Como si mis deudos tienen a bien hacer mojama, darle de comer a los peces del río, regalarme a la Facultad de Veterinaria o hacerme arder en una pira con dos monedas para el barquero en las cuencas de los ojos.
Morirse es una puñeta gorda como lo es que se mueran los tuyos. Los niños muertos son las cosas que no viviremos, las expectativas que se derrumban estruendosamente. Los mayores, la experiencia de una vida que se va a ese lugar de donde salen los guiones de las películas. Los que se quedan a medias, el trauma vivo del hijo, el azaroso levantar del viudo. Y cuando la muerte es accidental, violenta y estúpida, como que joroba más. Como salir con la moto de buena mañana y darse de bruces con un autobús cuyo conductor ha sido arrestado por consumo reciente -ya se verá cuánto- de cocaína. Esas cosas que no se entienden y ante ellas solo cabe acompañar discretamente en el sentimiento a la familia.
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