PASAR EL RATO
Elogio de la vulgaridad
Los que son buenos en algo no se empeñan en demostrarlo
Ciudadanos en el Centro de Córdoba
El mundo es obra de los hombres vulgares, pero ellos no lo saben. Pero nosotros no lo sabemos, uno se incluye en la categoría a la que pertenece por naturaleza y por destino. Sin lectores no hay escritores. Sin pueblo no hay gobernantes. La Transición ... fue mérito del sufrido pueblo español, y no de unos cuantos políticos engreídos y sustituibles. Si al sufrido pueblo español se le hinchan un día los derechos fundamentales, la mar se quedará chica para acoger a tantos cretinos importantes que pueblan la hispana tierra. Sin público no hay arte, ni política, ni religión. El mismo Dios creó al hombre para justificar su existencia, de manera que el hombre es el público de Dios.
Los más grandes no pueden pasarse sin los más pequeños. Yo puedo no ir al gran concierto o a la película de moda. O no leer el libro del año. Pero el escritor, el director de la orquesta y el de la película han trabajado pensando en mí. Soy yo, el hombre vulgar, quien justifica su obra con mi atención. En última instancia, no han creado por un acto de generosidad, no importa cuánta sea su grandeza, sino de egoísmo. Para que yo los admire, los elogie, los recuerde, los envidie. Para que los más insignificantes aprendamos, cambiemos, nos hagamos a imagen y semejanza de nuestros acreedores. «Debéisme cuanto he escrito». Ese es un desliz poco ejemplar de don Antonio Machado, disculpable porque era tanta su grandeza. No existen creadores anónimos. Todos han tenido la precaución de firmar al pie. Cuentan más los apellidos que las obras.
Cada día aumenta en España el número de tontos importantes. Lo distinguido, hoy, es la vulgaridad, esa aristocracia del común, un título de rareza. Un tonto importante es una desafortunada consecuencia de la publicidad. La publicidad es una prótesis para alargar personalidades encogidas de origen. Gente sin otro mérito que la alabanza injustificada de sí se apoya en la publicidad, trepa hasta la rama más alta del árbol de la estupidez y enseña desde ella el culo a la historia. Que en eso consiste la fama, en enseñar el culo a la historia.
La cabeza es muy pudorosa y no se exhibe, hay que descubrirla. La gloria es más exigente que la fama y no necesita público, le basta con su propia grandeza. Los que son buenos en algo no pierden el tiempo empeñándose en demostrarlo. Están demasiado ocupados haciendo bien su trabajo. Saben que lo que queda, al final, es la obra bien hecha, y no la campaña de publicidad sobre el autor. La búsqueda de aplauso quita espontaneidad, supone vivir por persona interpuesta. Con esa neurosis se pierde calidad de vida y calidad de obra. La vanidad es una fuerza pequeña que mueve un mundo pequeño. El egoísmo es su sombra y la acompaña en los pequeños recorridos alrededor de su ombligo. La gente que ocupa los últimos lugares en el escalafón de una sociedad de triunfadores es la que mejor calla. Y eso exige una inteligencia muy refinada. Sin ellos, el mundo sería un lugar triste y sin atractivo. Este artículo no ha tratado hoy de las cosas que pasan en Córdoba. O sí.
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