Cultura
Cincuenta años de la Librería Pipo en Lucena: «En la pandemia repartíamos por las casas y los niños nos recibían como a los Reyes Magos»
El establecimiento, de nombre oficial Juan de Mairena, resiste con la receta de la conversación y la sugerencia
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Lucena
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Iniciar sesiónLa Librería Juan de Mairena —que siempre ha sido y será conocida en Lucena como Pipo— cumple cincuenta años. Abrió en 1975, en plena Transición, con pocos medios y «un número muy reducido de libros», como recuerda hoy quien la conoce ... desde dentro.
Medio siglo después, permanece en el mismo local, con la persiana subiendo a diario y con una función que va más allá de vender ejemplares: ser un lugar donde la ciudad se encuentra con los libros.
Al frente están ahora María Araceli Bergillos y Carmen Rivas. Entre las dos suman medio siglo de mostrado. Su vínculo con la librería no nace de un traspaso frío, sino casi de familia. Antes de trabajar allí, una cuñada de María Araceli ya estaba en el negocio, y aquellas visitas «a ver cómo iba» acabaron convirtiéndose en rutina y, después, en oficio. Primero, junto a Carmen, como empleadas junto a Pipo; después, como responsables del negocio cuando su fundador, José Trapiello, se jubiló.
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La fecha del relevo no pudo ser más delicada: febrero de 2020. Una semana más tarde, España se confinaba. «Pensamos que se acababa todo», reconoce Bergillos. Ella vivía a las afueras de la ciudad, sin posibilidad de moverse; y Carmen bajaba cada día para atender pedidos por teléfono y repartir libros por las casas.
«Los niños la veían llegar y era como si vieran a los Reyes Magos», recuerda. Al mismo tiempo, las ferias del libro que organizaban en los institutos también se adaptaron sobre la marcha: encargos y recogida en los propios centros.
Fue una logística improvisada que permitió mantener cierta normalidad lectora en plena pandemia y que, en cierto modo, «recuerdo con nostalgia porque el libro se convirtió en un refugio para muchos».
Identidad
En cincuenta años, el número de ejemplares disponibles ha crecido considerablemente pero siempre ha mantenido su identidad: «Esto es, ante todo, una librería», subraya. Además de lectura, desde sus inicios el negocio también se orientó a libros de texto de todas las reformas educativas que fueron llegando: EGB, BUP y COU primero; después LOGSE, ESO, Bachillerato y las sucesivas actualizaciones curriculares.
Y, junto a ello, una zona dedicada a papelería adaptada siempre a alguna nueva moda: «Si este año los niños quieren bolígrafos con una mariquita arriba, pues se piden bolígrafos con mariquita». Adaptarse sin perder el centro de gravedad: los libros.
En cinco décadas han pasado crisis económicas, el auge del libro electrónico, plataformas de venta online y todo un ecosistema digital que ha alterado la forma de comprar. «Lo digital ha hecho daño», admite Bergillos, «pero quien es amante del libro en papel lo sigue siendo, le gusta cogerlo, abrirlo, olerlo, pasar las páginas».
Lo que sí ha cambiado es el camino de llegada: muchos lectores jóvenes entran buscando el título que algún 'influencer' le ha recomendado en TikTok o en Instagram. El algoritmo ha sustituido, en parte, a las reseñas de antaño. Aun así, resiste otro perfil de cliente: el que entra sin objetivo claro, recorre las estanterías y decide allí, en silencio, qué llevarse. «Eso sigue pasando y no se debería perder», insiste.
El oficio de librero conserva una parte esencial: la recomendación. Todavía hay quien entra y pregunta directamente «¿qué me leo ahora?». A veces la respuesta viene de lo que ha leído la propia librera; otras, del boca a boca de los clientes. «Es imposible que Carmen y yo podamos leerlo todo. Muchas veces te fías de lo que te cuentan los clientes que ya conoces: 'este me ha encantado', y sabes que funciona».
El número de referencias que manejan es inabarcable. Trabajan con miles de títulos y con un sistema de depósitos editoriales que permite tener muchas novedades sin asumir todo el riesgo: las editoriales dejan los libros, cada cierto tiempo se devuelven los que no se han vendido y solo se abonan los que salen. Hay días en los que pueden entrar cien o doscientos libros nuevos. La librería se mueve constantemente aunque, desde fuera, parezca quieta.
Regalos
En el día a día, las ventas tienen su propia estacionalidad. En una buena mañana se pueden vender hasta 60 ejemplares que, sumando la tarde, alcanzan fácilmente los 80 o 100 libros al día, sobre todo en épocas como la campaña de Navidad.
«El libro sigue siendo uno de los regalos estrella», confirma. En esas fechas se repite una escena conocida: clientes que llegan pidiendo «el Premio Planeta y el finalista» sin preguntar siquiera por el autor.
Pipo también está presente en la vida cultural de Lucena. En la Feria del Libro, junto al resto de librerías, participan en la distribución de vales de descuento que llegan a colegios e institutos. La idea es sencilla: que los niños entren en las librerías, hojeen y elijan. «No es lo mismo ver un libro en una pantalla. Aquí pueden tocarlo y decidir», subraya.
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Hay además una dimensión familiar que solo se entiende con el paso del tiempo. «Tenemos clientas cuya bisabuela venía aquí. La abuela empezó comprando libros para los niños, luego la madre y ahora ella para sus propios hijos», cuenta Bergillos. Son varias generaciones pasando por el mismo mostrador, manteniendo una costumbre que, de otra forma, se habría diluido.
En cuanto a gustos, también hay ciclos. Ahora mismo la novela negra y de intriga está viviendo un buen momento, empujada tanto por las redes como por algunos títulos muy populares. A su lado, conviven los libros infantiles, que siguen siendo una apuesta fuerte en fechas señaladas, sin olvidar los grandes premios literarios que se convierten en regalo recurrente.
El 50 aniversario se acaba de celebrar con cuentacuentos y actividades durante toda la tarde, cita a la que acudió también su fundador. «Fue espectacular», resume.
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Una jornada sencilla, pero con mucho peso simbólico: clientes, amigos, familias y varias generaciones pasando, de nuevo, por la librería. De cara al futuro, la idea de Bergillos y Rivas es clara: seguir al frente hasta su propia jubilación y, si es posible, dejar la librería en manos de quien quiera continuarla. «Ojalá tenga otros cincuenta años por delante», dicen.
Pipo llega a esta cifra redonda con el mismo modelo que la hizo reconocible: un local pequeño, estanterías llenas y atención directa. En un tiempo en el que muchas compras se resuelven con un clic, la librería sigue ofreciendo algo que no se puede descargar: una conversación, una recomendación, la posibilidad de entrar sin saber qué se busca y salir con un libro bajo el brazo. Y quizá sea precisamente eso lo que ha permitido que, medio siglo después, permanezca donde empezó.
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