«Somos del PP, pero no tontos»

Tres mil barcos y todos los habitantes de Arosa, la ría marisquera más rica del mundo, aguardan con tensión la llegada de la tercera marea negra con toda la infraestructura para combatirla preparada por ellos mismos. Hay manos de sobra, pero siguen faltando medios (carecen de las necesarias barreras de contención) y los alcaldes, incluidos los populares, no dejan títere con cabeza

Cientos de guardias civiles trabajan en las playas de Carnota, asoladas por el fuel

ISLA DE AROSA/CARNOTA. Cinco mil pares de ojos interrogan al mar desde el miércoles en la Isla de Arosa. Las caras dejan entrever la tensión acumulada, el acecho del enemigo, la anunciada, pronosticada y replegada, de momento, tercera marea negra. La que todos confabulan ... para que no entre en la Ría marisquera más rica del mundo «y nos mande a todos al manicomio o a la tumba». «Con los redaños de esta gente sólo el demonio puede hacer que llegue el chapapote, porque ellos no lo esperan, salen cada día a buscarlo». Lo dice alguien que no es de la isla y además trabaja para la Administración como técnico de Medio Ambiente. Asegura que jamás vio un espíritu de trabajo en equipo tan «especial y tan eficaz».

Arosa es otra de las centenares de lecciones de dignidad y superación que han nacido en Galicia, el todos a una como en Fuenteovejuna, llevado al límite. El inventariado del material que se apila en la lonja superaría al de cualquier empresa; los directores de los colegios y la guardería se ofrecieron para cuidar a los niños las 24 horas mientras sus padres estaban en la mar, buscando fuel, y sus madres recogiéndolo o colaborando en tareas de tierra; los bares preparan comida; los supermercados regalan vituallas; los abuelos cortan sacos y preparan capachos; los pequeños acarrean de un sitio a otro agua y tentempiés y dan ideas para luchar contra el chicle negro. «Cuando llegas en el barco y ves a todo el pueblo trabajando en el muelle, lloras de emoción y de rabia. Es una guerra psicológica que nos pasará factura», relata Nito Dios, uno de los marineros que cada alborada se echa a la mar más allá de la bocana de la Ría «porque no nos fiamos de los informes. Nos han engañado tanto que sólo creemos en nuestro ojos».

Marineros, no inventores

En la Ría de Arosa 28.000 familias viven directamente del marisco y en la isla es la única fuente de ingresos. Los albañiles, los carpinteros, el zapatero todos dejan su trabajo cuando la campana suena o atrona la megafonía de Protección Civil pidiendo ayuda. Esta semana descargaron y acondicionaron casi 4.000 sacos para recoger fuel en menos de dos horas. A una llamada se presentaron 600 mujeres y todos los jubilados para trabajar. Si algo queda claro al visitar la isla es que ni la tercera, ni la cuarta ni todas las mareas negras del mundo podrán romper la tenacidad de estas gentes, pese a que el cansancio empieza a hacer mella. No sobran las manos, pero se reparten bien. En cuanto a los medios es otro cantar. «No tenemos barreras para contener las manchas que es lo más necesario, porque de noche no hay nadie. Hemos tejido una red de cerco artesanal de medio kilómetro, conscientes de que no basta y sólo hay tres «skimmer» (bombas de succión). No nos dan más y quieren que improvisemos. Pero es que no se dan cuenta de que somos marineros, no inventores», cuentan con amargura Nito y José, miembros de la Plataforma por la Defensa de la Ría. Explican que durante los primeros días negros tuvieron que rescatar varias barcas, a punto de irse a pique por la sobrecarga del fuel. Reclaman barcos de la Armada que carguen en mitad de las aguas, que la Administración haga una piña. «Aznar sólo nos trajo mentiras y cinco millones cambiados de manos. Si no queremos ayudas, queremos trabajar», masculla otro marinero. No quiere que escribamos su nombre: «Ya me sobra con el miedo al chapapote».

La situación de la isla se reproduce en toda la Ría de Arosa y, por extensión en las Rías Bajas al completo. Espera tensa e incierta, vigilada por tres mil barcos, muchos de ellos amarrados forzosos debido al temporal, otro enemigo que sumar a la lista. En Villagarcía de Arosa la calma chicha marca el domingo, sin un alma en las calles, con el reloj sustraído al tiempo. Eso sí, ese cronómetro detenido echa a andar en cuanto uno se acerca a las lonjas o la cofradías de pescadores, donde los marineros montan guardia sin descanso, tras volver de vigilar la bocana de la ría (hacia dentro el maldito vertido no consiguió entrar). Se olvidaron los horarios de las comidas, las familias, cualquier obligación secundaria.

Carnota, enlodada

«Ya tuvimos bastantes pronósticos, es preferible ponerse en lo peor y trabajar sin descanso». En el muelle de Villanueva de Arosa los marineros, que ya han regresado -«hoy no tocó, a ver mañana»-, intercambian pareceres con el alcalde, Gonzalo Bueno. Sólo se diferencia del resto porque no lleva el uniforme «antichapapote», pero habla igual que los demás. «Somos del PP, pero no tontos», nos espeta este edil popular que valora la visita de Aznar con una salida gallega: «Breve», dice, aunque comparte que el presidente no acudiera a las playas «sólo hubiera servido para crispar más los ánimos». A su crítica no escapa ni su partido ni el contrario. «Sólo se dedicaron a pelearse en el Parlamento y no a darnos soluciones y eso pasará factura», dice. En los primeros días de amenaza, el Ayuntamiento tuvo que retirar los contenedores de basura de las calles para almacenar chapapote. A su lado un marinero, lloroso «es que me emociono porque es nuestra vida», asiente. «Esto durará años, por favor que saquen el barco».

El pueblo roto, crispado, sin ilusión sigue en la brecha, mientras la joya que es el parque natural de Corrubedo está desierto y tintado de brea, escoltada la laguna de agua dulce por sacos terreros que no parecen servir de mucho. Y Carnota, mirando a Finisterre, asolada, tomada por el vertido que enloda más de medio metro de altura. Una marea de guardias civiles de la Academia de Baeza y algunos voluntarios trabajan este fin de semana para barrerlo, pero a vista de pájaro parece misión imposible. Un vecino se acerca a la playa y se vuelve como un resorte: «Cuenten que nos han matado».

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