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Puigdemont y el alma del artículo 155

Mientras Puigdemont insista en alargar su agonía, el 155 seguirá vigente

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, en la Generalitat en una imagen del pasado julio INÉS BAUCELLS
Salvador Sostres

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El niño mago Harry Potter vive la maldición de tener dentro un pedazo del alma de su enemigo Voldemort, de modo que cuando más crece y se fortalece, más fuerte se hace Voldemort, y más capacidad operativa posee.

Puigdemont es el alma del artículo 155 y de su aplicación en Cataluña, y mientras insista en alargar su agonía, el 155 seguirá vigente. Los antagonismos no solo se tocan, sino que se benefician. Puigdemont puede dedicarse tanto como quiera a trolear al Estado desde Bruselas, en ese plano ficcional en que el independentismo ha basado siempre su acción y su estrategia. Nunca los independentistas se han tomado la independencia en serio, como un objetivo político a conseguir, y ellos mismos han sido los que se han inventado excusas y pretextos para evitarla cuando más cerca parecían tenerla.

Fue Mas y no el presidente Rajoy quien vació de contenido político el simulacro del 9 de noviembre de 2014, y fue Esquerra, y no el Gobierno, quien, siendo perfectamente consciente de aquel monumental fraude a los propios independentistas, le dio cobertura porque tenía más complejo de inferioridad respecto de los convergentes que esperanza en su proyecto político secesionista. Fue Puigdemont y no el Tribunal Constitucional quien el 8 de octubre amagó con proclamar la independencia y la dejó en suspenso; y también Puigdemont, y no Soraya quien tenía pensado convocar elecciones autonómicas, y también él, y no el juez Llarena quien tras declarar una independencia de mentirijilla se fue de fin de semana en lugar de sostenerla, defenderla y aplicarla.

Bruselas

Hoy Puigdemont puede continuar haciendo la mona desde Bruselas con la inestimable colaboración de Esquerra, que por motivos más allá de cualquier comprensión, se presta a hacer de carne de cañón de los convergentes, pagando el precio de las gamberradas de sus hermanos mayores con humillantes derrotas electorales y hasta con la cárcel. Puigdemont es el alma del 155 y Esquerra sus vísceras.

Puigdemont y su entorno están comodísimos en el simulacro permanente, en el victimismo a distancia, en la épica sin tener que pagar el precio. Esquerra no está en absoluto satisfecha con el tristísimo papel de estraza que le ha tocado, pero está tan acomplejada y tiene tanto miedo de decirle la verdad a sus votantes -como los padres que no se atreven a regañar a sus hijos porque temen que dejen de quererlos- que acepta farfullando pero con resignación su rol demoledor: a veces parece que va a rebelarse, amaga con ello incluso con alguna declaración pública, pero al final se desdice y cede.

En este contexto es como mejor se entiende el aplazamiento de la investidura de Puigdemont que anunció ayer el presidente del Parlament, Roger Torrent: ganar tiempo dando las vueltas del perro antes de echarse a dormir; queremos soltar el lastre Puigdemont pero que no se nos note; siempre más complejo de inferioridad que voluntad; siempre más cobardía que política; y esa pirotecnia verbal de la democracia, la dignidad y los derechos cínicamente disparada contra España cuando la única guerra que realmente han librado Esquerra y Convergència desde la recuperación de la democracia es la que tienen entre ellos.

Pujol despreció siempre a los republicanos, el tripartito fue la vengaza a este desprecio, y entre Junqueras y Mas, y posteriormente entre Junqueras y Puigdemont, ha habido no más que recelos, juego sucio -sobre todo por parte de los convergentes- y las tragaderas enciclopédicas de ERC.

Continúa la partida estrictamente local, puramente tribal entre Esquerra y Convergència. No es el Constitucional, ni el reglamento, ni los letrados de esta camara o de aquella. Es el tam-tam del odio fratricida, es Puigdemont alimentando el artículo 155 y su aplicación indefinida para continuar con vida, y es Esquerra que no osa decir la verdad a sus votantes y permanece rehén de Convergència y de sus propias mentiras.

También el Estado se beneficia de todo ello. En primer lugar, en la defensa de los intereses de todos los catalanes: nunca la Generalitat había pagado tan al día como ahora que está intervenida, ni tampoco el dinero público se había usado para su verdadera finalidad tanto como hoy.

La convivencia es plena y tranquila en Cataluña, el 155 ha sido un bálsamo para las heridas, su aplicación ha sido tan discreta como efectiva, y hasta a los independentistas les ha mejorado la calidad de vida: de un lado tienen una administración que les funciona al día y del otro gasolina para su más fatuo, azucarado y -por lo visto- tan satisfactorio victimismo.

En segundo lugar, el presidente Rajoy y el Gobierno tienen el control efectivo de Cataluña, y cuando dejen de sobrerreaccionar por las tonterías de Puigdemont y sus muchachos, y por la verborrea federica, contra la que tendrían ya que estar curtidos, se darán cuenta de que al final de cualquier combate de boxeo hay uno que baila, que es el que ha ganado, y son ellos.

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