La pasión por Cataluña
Pérez-Llorca difícilmente podría resistir la envidia que le rodeaba
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Iniciar sesiónEncontré a José Pedro Pérez-Llorca por primera vez en otoño de 1959, en el breve jardín que mediaba entre las facultades de Derecho y Filosofía, ciudad universitaria de Madrid. Teníamos la misma edad. Él venía de Cádiz. Compartimos clases de don Ursicino Álvarez, ... don Juan Iglesias, don Alfonso García Gallo... Después, en segundo curso, llegaría el temido don Federico de Castro, con su Derecho Civil de color rojo.
En Derecho, años después, José Pedro ganaría el premio extraordinario de fin de carrera, y después la oposición diplomática y la de letrado de las Cortes. Todo esto es sabido. Lo que se conoce peor es la calidad del hombre inteligente, ultrarrápido, astuto, buena persona y, sobre todo, culto, culto, culto . Un gaditano de 1812.
Fueron años de político, estadístico, investigador impenitente. Mucho después, diputado desde 1977, a los 37 años, Pérez-Llorca difícilmente podría resistir la envidia que le rodeaba. Salió unos meses –¿o años?– del trabajo jurídico pero estaba impaciente por volver a él. Adolfo Suárez le tomó pronto la medida y le transformó en colaborador necesario… Hay personas que aportaron a España una riqueza distinta, no solo preparación y voluntad, sino singularidad: arrasador de tratados, estudios y análisis. Hombre en verdad irrepetible en la España de los años 1960, 70… Por encima de su cualidad de investigador habría que hacer un canto a lo que la amistad significó para él y para nosotros. Es frase cierta: la familia no se elige, los amigos, sí.
No tiene sentido hablar de nuestro amigo sin hablar de su mujer, Carmen: para hacerle llegar, ante todo, nuestro reconocimiento y agradecimiento, que no son la misma cosa. Porque es imposible recordar a JP sin pensar en Carmen a su lado: otras veces, José Pedro era quien estaba al lado de Carmen. Quien los recuerde los recordará así.
La Constitución fue su gran aportación, y la OTAN . El mejor empujón recibido, por España. Algunos sabemos lo que fue desde la batalla tremenda, no solo frente a la izquierda. Pero pasemos.
Por encima de todo, José Pedro Pérez-Llorca fue un defensor incesante contra todo asomo de repetición de la Guerra Civil. La labor primera de España consistía en huir, huir, huir de toda amenaza de enfrentamiento civil. «No nos unió el amor sino el espanto». No era amor lo que impulsaba el miedo al choque entre iguales: era el pánico, el horror. Ya comprendemos que es imposible entenderlo sin la raíz profundísima que ocultaba aquel pánico. La Guerra Civil y el profundo conocimiento de la cuestión catalana –le atormentaban, digamos, desde 2015– llegó a ensombrecer los años más alegres de su vida. Cataluña, madre de España, hija de España… Alguien que había vivido tanto en tierras catalanas no podía siquiera imaginar esta tragedia, insostenible para los españoles, sobre todo para los catalanes… El día en que Pérez-Llorca deja a algunos vivos aquí, nosotros, mientras él se va, ¿cómo no recordar, analizar, reflexionar sobre su obsesión por Cataluña? ¿Cómo no entender que a un español de su calibre le aprisionara su pasión por Cataluña?
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