Los orígenes del misterio
Encontrar una treintena de esqueletos humanos en un mismo lugar no es fácil, salvo que se trate de un cementerio. Y los cementerios con muchos muertos son muy raros en la prehistoria, porque los
Encontrar una treintena de esqueletos humanos en un mismo lugar no es fácil, salvo que se trate de un cementerio. Y los cementerios con muchos muertos son muy raros en la prehistoria, porque los humanos vivían en pequeños grupos que se movían todo el tiempo ... por un territorio enorme a la procura de animales o de vegetales con los que alimentarse. Solo al final, cuando llegó la revolución neolítica, y con ella la agricultura y la ganadería, los seres humanos se hicieron sedentarios y numerosos y empezaron a enterrar a sus difuntos en lugares sagrados, en «campos santos».
Y hace falta, además, otra cosa para que alguien entierre un cadáver: que tenga una «mente humana», una cabeza como la nuestra. Es decir, una mente simbólica, para la que ese acto represente algo, tenga un significado, sea un rito, esté relacionado con mitos y tradiciones. Porque los funerales no son comportamientos solitarios, individuales; muy al contrario, son colectivos, de grupo, en los que participa toda la comunidad, que comparte, además de sentimientos (el dolor de la pérdida, el amor al deudo), valores y creencias. Los que presencian un entierro se enfrentan juntos, graves y sobrecogidos, al Misterio. Sólo los seres humanos tienen, en la biosfera actual, esa dimensión de lo misterioso: lo que está más allá de donde alcanzan los sentidos, lo que no se ve, la otra orilla.
Pero, aparte de nuestra especie, ha habido en el pasado otra que ha dado tierra a sus muertos y los ha honrado. Otros humanos, con rasgos distintos, han depositado en silencio un cuerpo sin vida en una fosa recién abierta y lo han cubierto de tierra. Se trata de los neandertales, que aparecieron en la evolución al mismo tiempo que el Homo sapiens, con quienes compartían, como se ha dicho, un antepasado común de hace algo más de medio millón de años. Los enterramientos de los neandertales también fueron acontecimientos colectivos y seguramente representaban algo más que una despedida para siempre de un compañero. No podemos saber si los neandertales creían en magias y poderes sobrenaturales, pero es difícil negarles toda forma de vida espiritual.
Y si los neandertales inhumaban a sus muertos como los cromañones a los suyos, ¿desarrollaron esos comportamientos funerarios cada uno por separado, o heredaron una semilla, un germen de conciencia de su antepasado común?
En la Sima de los Huesos de Atapuerca están siendo excavados desde hace años, con todo cuidado, los esqueletos de por lo menos 28 individuos. Pero sus huesos están completamente mezclados, no se distribuyen por el yacimiento separados por individuos. No hubo enterramientos, no se cavaron 28 (o más) fosas, pero de alguna forma se acumularon en un pequeño espacio, al pie de un pozo natural de 13 metros de caída todos esos cuerpos, los 28 (o más) cadáveres.
Entre los huesos humanos, y sobre todo encima de ellos, hay muchos fósiles de oso pertenecientes a unos 170 individuos. Los osos entraban a hibernar (pasar el invierno dormidos) a la gran sala donde está la Sima (ocupando uno de sus extremos); algún animal caería de vez en cuando en la trampa natural. El lugar debía de ser oscuro y la entrada a la cueva pequeña. Los humanos no se precipitaron por accidente porque nunca usaban esa cueva: no hay utensilios de piedra, ni fósiles de herbívoros comidos por ellos. Otros humanos tuvieron que dejar caer los cuerpos por la sima. Y junto con la treintena de esqueletos se encontró un bifaz, una hacha de mano. La única herramienta del yacimiento es, curiosamente, del tipo que hoy a nosotros, los tecnológicos Homo sapiens, más nos impresiona. El más simétrico, el más cuidadosamente trabajado y también el que menos veces se encuentra en Atapuerca.
No hay otras simas como la de Atapuerca, por lo que no existen precedentes de los que echar mano para interpretar el yacimiento. Un rito funerario es la explicación más simple y la que mejor encaja con los datos; nadie dudaría de ella si no fuera porque los hechos se produjeron hace medio millón de años. A pesar de las dudas, nosotros, los que trabajamos en el yacimiento, estamos convencidos de que lo hacemos en el santuario más antiguo conocido.
La mayor parte de los osos cayeron después de que lo hicieran los cuerpos humanos. Suponemos que los carnívoros se precipitaban vivos y los hombres muertos. La especie de oso de la Sima (Ursus deningeri) es la antepasada de los gigantescos osos de las cavernas (Ursus spelaeus), que debían de parecerles montañas a los hombres prehistóricos que los conocieron, los neandertales y los cromañones. Pero los osos de las cavernas no llegaron a perecer en la Sima, porque la entrada por donde accedían a la cueva sus antepasados, seguramente un simple boquete, se cegó antes de que aparecieran ellos.
La generalidad de los 28 (mínimo) humanos de la Sima son preadolescentes, adolescentes o adultos jóvenes. Faltan niños y viejos. Hay un individuo de cuatro o cinco años y solo tres pasaban de los 35 años, entre ellos el cráneo número 5. Pero incluso estos tres no serían muy mayores. La edad de muerte de los adultos se ha establecido por el desgaste de los dientes, que es extraordinariamente intenso en esta población, aunque no sabemos muy bien por qué: la comida, basada en productos animales y vegetales que no han sido preparados como los de nuestra dieta (es decir, limpiados a fondo y cocinados), gasta mucho los dientes, desde luego, y, además, tal vez usaran la boca para estezar pieles o con otros propósitos, o sea, como una herramienta.
En el transcurso de los años 1934 a 1936 se estudiaron los dientes de los esquimales de la región de Anmassalik, en el este de Groenlandia. Entonces los ammassalimiut llevaban un estilo de vida tradicional y prácticamente no consumían productos de origen vegetal, porque no los hay en su medio y ellos no los cultivaban, ni tampoco los obtenían de los europeos. El desgaste que se observó, auténtica abrasión dental, era muy intenso y desde una edad realmente temprana. Pese a que el destete no se completaba hasta los dos años y medio o tres años (como en otros pueblos), los dientes de leche mostraban un extremo desgaste hacia los cinco o seis años. En la dentición anterior de los adultos era donde la abrasión se apreciaba más claramente. Los incisivos perdían enseguida su borde cortante y antes de cumplir los cincuenta años podían haber llegado al nivel de las encías. La rápida desaparición de las coronas se atribuyó a que los esquimales utilizaban la boca como una tercera mano, un poco para todo. El curtido de pieles, actividad esencialmente femenina, no era la única labor en la que se rebajaban las coronas dentales, porque en los varones el desgaste era igual de fuerte. Cuando se repitió el estudio en 1950, ya los ammassalimiut habían cambiado, por influencia europea, sus hábitos de vida y su alimentación en gran medida, y no se observó un desgaste dental especialmente marcado (pero, a cambio, ya había hecho su aparición la caries).
Los humanos de la Sima de los Huesos también se quedarían sin coronas pronto, lo que puede hacer pensar que tendrían problemas para alimentarse; sin embargo, los esquimales vivían (algunos por lo menos) hasta los 70 años a pesar del desgaste tan brutal de sus dientes (supongo que simplemente dejarían de usarlos en tareas no alimenticias a partir de los cincuenta años). Además, el caso es que los más viejos de la Sima, como el cráneo número 5, todavía conservan las coronas de todos los dientes, de delante y de detrás, y no puede ser esa la causa de su muerte (por otro lado, en el yacimiento de Dmanisi ha aparecido un cráneo que sobrevivió, hace casi 1.800.000 años, hasta después de perder el último de sus dientes).
En otras palabras, se encuentran en el yacimiento de la Sima las épocas de la vida con menores probabilidades de muerte, no solo en los humanos, sino en todas las especies de mamíferos (18 de los 28 individuos murieron entre los nueve y los 20 años). ¿Dónde están los niños de menos de cinco años (entre los chimpancés la mitad de los nacidos no pasan de esa edad)? ¿Dónde los de más de 35 años?
El comienzo de la decadencia física, la cuesta abajo, la vejez, no se anuncia por ningún signo concreto y llamativo, pero se puede situar en el punto de la gráfica donde la probabilidad de muerte empieza a aumentar rápidamente después de los años de la preadolescencia, adolescencia y juventud, en los que la mortalidad es muy baja. Ese punto de inflexión se sitúa en los chimpancés allá por los 25 años, y en los cazadores y recolectores modernos se retrasa hasta los 40 años. Podemos pensar que en la época de la Sima, y en la especie Homo heidelbergensis, estaría entre los 30-35 años. A partir de entonces, los humanos irían físicamente a menos, pero algunas personas aún vivirían muchos años.
La escasez de adultos mayores es general en el registro fósil de la época, y también se da en los neandertales (e incluso en los australopitecos). Sin embargo, no ocurre tanto con los cromañones. Se ha dicho que los viejos morirían durante los viajes y que por lo tanto no llegarían a las cuevas donde se encuentran los enterramientos; estos pertenecerían a los que estaban acampados en sus bocas de entrada, con predominio de jóvenes, adolescentes y niños. Pero la Sima no es un lugar de hábitat humano, y también faltan los críos pequeños.
Así que los paleoantropólogos tenemos un grave problema que resolver. Sabemos que el cerebro fue creciendo a lo largo de la evolución y que alcanzó su máximo tamaño en los neandertales y en el Homo sapiens. ¿Fueron también prolongándose poco a poco los tiempos de la vida y del desarrollo, y con ellos aparecieron gradualmente la adolescencia y la menopausia? ¿O son estas unas peculiaridades que solo se han dado en nuestra especie, una novedad de la evolución? Y si no es así: ¿dónde están los abuelos?
En este viaje por la evolución humana nuestro primer contacto con el Misterio empieza con un enigma.
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