La cocina del infierno

El carácter retroactivo de ese formidable embuste daña tanto la imagen de marca del PP que a Casado no le va a quedar más remedio que mandar el retrato de su antecesor al cuarto oscuro

El presidente del PP, Pablo Casado, esta semana en el Congreso Maya Balanya

Tres horas después de la derrota gubernamental durante la votación del decreto del remanente de los Ayuntamientos, los servicios de prensa del PP anunciaron que Pablo Casado iba a dar un «canutazo» en el patio de la entrada principal del Congreso de los Diputados. El ... líder del PP avizoró la oportunidad de barrenar en la herida infligida a Sánchez. La ministra de Hacienda no podía disimular un cabreo cósmico por el fiasco y llevaba toda la mañana acusando al principal partido de la Oposición de haber liderado la rebelión parlamentaria con el único propósito de desgastar al Gobierno.

Por primera vez en mucho tiempo, el protagonismo del patrón de la derecha adquiría visibilidad en una acción mancomunada con el resto de los grupos opositores de la Cámara. La conjunción astral parecía propicia para sacar provecho de la circunstancia: había quedado retratada la soledad de la coalición que calienta el banco azul, el PP había llegado a acuerdos transversales con los habitantes de la cara oculta del hemiciclo y, por añadidura, se presentaba la oportunidad de introducir en el torrente informativo de la actualidad política un elemento nuevo que permitiera desviar la atención de la escandalera periodística que se estaba organizando en torno a la Operación Kitchen .

Para desesperación de Casado, sin embargo, los cronistas parlamentarios no mostraron demasiado interés en hablar del revolcón al Gobierno y comenzaron a preguntarle por el tufo pestilente que desprendía la cocina del infierno. El líder popular dijo que no contestaría a preguntas sobre ese asunto y colocó, mal que bien, los mensajes que le interesaban acerca de la debilidad y la incompetencia de Sánchez. Fue un esfuerzo baldío. Sus palabras apenas merecieron titulares de menor cuantía en parajes casi clandestinos de los medios de comunicación.

La canallesca tenía el hueso de la venganza de Francisco Martínez contra Jorge Fernández, Cospedal y Rajoy entre los dientes y no estaba dispuesta a aflojar la mandíbula. Con la comisión de investigación a las puertas, respaldada por Ciudadanos y PNV, no hay cortina de humo capaz de velar el interés de ese foco informativo. La finta de Casado para quitarse de en medio («yo solo era un diputado por Ávila cuando sucedieron los hechos») es inútil. No hay cirineo capaz de aliviarle el peso de esa cruz, que cae sobre sus hombros como una maldición insoslayable.

El primero en entenderlo así ha sido Martínez Almeida. El alcalde portavoz, actuando en calidad de lo segundo, declaró el viernes en esRadio: «el partido no puede no asumir lo que pudo ser una parte de su trayectoria. Que salga todo lo que tenga que salir. El PP siempre va a dar la cara». Almeida tiene razón. A la fuerza ahorcan. Cuando el peso de mangancias anteriores amenazaba con hundir la maltrecha techumbre del PP, Rajoy no paraba de repetir que su Gobierno había presentado el mayor paquete legislativo contra la corrupción. «Estas cosas no se volverán a producir jamás en el futuro —decía—, y si se producen actuaremos con contundencia».

Ahora sabemos que mientras se vanagloriaba de actuar con tanta energía, su ministro del Interior estaba financiando con fondos reservados una operación policial, urdida en las cloacas de Villarejo, para impedir que las pruebas que guardaba Luis Bárcenas en su casa sobre la caja B del partido llegara a manos de la Justicia. En enero de 2016, mientras los hechos presuntamente delictivos estaban en pleno apogeo, Rajoy aún presumía de dejar actuar con libertad a las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado y a los jueces.

El carácter retroactivo de ese formidable embuste daña tanto la imagen de marca del PP que a Casado no le va a quedar más remedio que mandar el retrato de su antecesor al cuarto oscuro, por mucho que se encocoren los cancerberos de la vieja guardia. Pincho de tortilla y caña a que sorayistas y cospedalistas, juntos por fin frente al enemigo común, tratarán de hacerle pagar su ruptura con el pasado. «Si optas a la presidencia del PP —susurran—, optas a todo el PP, y esto es parte de la herencia. Casado asumió esta mochila». O aguanta o revienta. No hay peor enemigo que un compañero de partido.

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