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Con un embudo en la cabeza

La Cataluña post-Puigdemont no resiste un minuto más de poder tuiteado, de banalización del futuro, y de negociaciones basura con un tipo fugado en un maletero

Carles Puigdemont ABC
Manuel Marín

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En el mismo instante en que el nuevo fiscal jefe de Cataluña condenaba ayer «la quiebra de la legalidad democrática» como una práctica que solo conduce al abuso político y al desprecio a la convivencia, Carles Puigdemont escupía su odio de casta sobre los «orgullosos ... carceleros de la democracia». El primero hablaba en su toma de posesión, a cara y pecho descubierto y en defensa del constitucionalismo, como garante de las libertades en la Cataluña que trata de superar el golpismo. El segundo lo hacía desde su refugio de huido de lujo y a través de una red social como garante de su soberbia y su impunidad.

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