El monstruo ante el abismo

Todo arrancó la semana pasada con la declaración de la propia acusada. Durante casi tres horas contestó a las preguntas de la fiscal respecto al caso, y a las de su abogado defensor sobre su vida en Burgos . Su testimonio fue muy certero en detalles inocuos pero confuso e impreciso en los importantes. Recordaba con total nitidez los «macarrones con bonito» que comieron aquel día, pero su voz se volvía entrecortada y sollozante cuando la pregunta era más incómoda. Dejó titulares increíbles, como que abandonó la camiseta de Gabriel para que la descubrieran . Tan sorprendentes revelaciones solo podían ser, como se demostró, una más de sus múltiples mentiras.

Dos semanas de juicio dieron para mucho. Decenas de testigos pasaron por la sala de la Audiencia Provincial de Almería para relatar todo lo que vieron o descubrieron. Familiares, guardias civiles y peritos científicos pusieron contra las cuerdas a una Ana Julia imperturbable. Solo pareció mostrar sentimientos reales cuando su hija Judith declaró por videoconferencia. La acusada estaba bajo el enorme monitor de la sala, casi rozando la pantalla. Una hija que no quería ver a su madre, pero cuya imagen surgió a su lado.

Cada día se repitió un mismo ritual al acabar la jornada. Cuando la juez Dodero daba por terminada cada sesión, Ana Julia se incorporaba de su silla tapizada en rojo y mostraba las manos a los agentes que la custodiaban. Entonces, sobre el murmullo del público que vaciaba la sala se oía con nitidez el crujir de unas esposas aferrando sus muñecas. Duraba un pestañeo, apenas era perceptible, pero al mismo tiempo le vaticinaba un futuro que no es tan distinto a su presente . Un infierno que se ha construido ella misma piedra a piedra, mentira a mentira.

El jurado bebió de las fuentes de la Fiscalía a la hora de emitir su veredicto. La función de Elena Fernández en este caso ha sido irreprochable, con una gran profusión de datos, detalles e intencionalidad en cada una de sus preguntas a testigos y acusada. Un trabajo casi artesanal, realizado con pocos medios, sin hacer ruido, pero más completo que algunas tesis doctorales.

Ana Julia escuchó el largo veredicto del jurado como si aquello no fuera con ella. Como en cada sesión, estaba con la espalda recta, los brazos relajados y los párpados cansados. Quizá lo esperaba, o tal vez no quería mirar al público.

Los padres de Gabriel estuvieron presentes durante la lectura del veredicto. Si buscaban algo que les indicara que Ana Julia sentía algo más que fatiga, no lo encontraron . Quezada no se giró. A la salida Patricia y Ángel dijeron unas palabras a los medios. «Hemos ganado», podría resumirse. Una victoria triste sobre algo que jamás debería haber sucedido.

Al mismo tiempo, Ana Julia salía de vuelta a la prisión de El Acebuche. El furgón que la llevaba puso las sirenas y se saltó todos los límites de velocidad mientras motos de la policía cortaban calles y rotondas. Tenían prisa por acabar con todo y dejar a la asesina en una celda los próximos veinticinco años.

Ana Julia ha terminado el juicio igual que lo comenzó, siendo un enigma envuelto en hielo. Nadie entiende por qué actuó como lo hizo, ni lo que esperaba conseguir . Solo la fiscal Fernández en su alegato final hizo un ejercicio de empatía poniéndose en la mente de la acusada. «Si mato al niño elimino el vínculo afectivo entre padre e hijo y también el de los padres en conjunto hacia el niño, y así puedo reiniciar mi relación», dijo con la voz tensa. Incluso si esa es la razón de toda esta pesadilla, si alguien es capaz de llegar hasta esos extremos por puro egoísmo, escapa a toda comprensión.