Cinco lecciones de un conflicto
La crisis de Perejil ha mostrado hasta dónde llega la solidaridad de la Unión Europea y a partir de qué momento cada Estado debe resolver sus problemas más sensibles por sí mismo y con cuidado de que algún socio no intente aprovechar los momentos duros para pescar en río revuelto. Un cursillo acelerado para aprender para qué sirve la Unión en tiempos de dificultad.
BRUSELAS. Las lecciones de la crisis ocasionada por Marruecos con su invasión de la isla de Perejil, frente a las costas de ese país y a apenas diez kilómetros de Ceuta, han sido una esclarecedora fotografía del estado en que se encuentra la Política Exterior ... y de Seguridad Común cuando el conflicto no ocurre en escenarios más o menos distantes, sino en las fronteras de la Unión Europea y en el corazón de los intereses más profundos de un socio. He aquí algunas de las enseñanzas de este elocuente conflicto.
La seguridad está en la OTAN. España organizó el desalojo de las tropas marroquíes como una operación sorpresa. No avisó ni a la OTAN ni a la Unión Europea. En la OTAN se comprendió que así se hiciera y se evitó hacer un drama de lo que no podía haber sido de otra manera. En el Comité Político y de Seguridad de la Unión Europea, en cambio, Francia se rasgó las vestiduras. Claro que si España hubiese consultado, los Quince aún estarían polemizando -meses, años tal vez- sobre si lo que conviene es enviar a la isla de Perejil a la Guardia Civil o a un batallón de enfermeras suecas con ayuda humanitaria.
En la OTAN, donde la voz cantante la lleva Estados Unidos, nuestro país ha contado con mucha más confianza política que en la Unión Europea, donde Francia tiene una influencia bastante mayor que la que puede esgrimir en la Alianza Atlántica.
La influencia está en la UE. Las primeras muestras de solidaridad de la Unión Europea con España enseñaron que nuestro país se encuentra en una situación muy distinta a la que tenía cuando Marruecos organizó la Marcha Verde en los últimos trances de la agonía de Franco. De hecho, el Gobierno de Rabat no se sintió sorprendido por la reacción de España, sino por la de la UE. Su pifia no iba contra un país periférico, sino contra un continente. Los Quince, sin embargo, son especialistas en romper filas en cuanto hay que sacar provecho práctico de ese potencial.
La UE es incapaz de dar un puñetazo sobre la mesa. Es la grandeza de la Unión en tiempos de bonanza y su miseria en tiempos de dificultad. Es la conclusión reiterada de todas las crisis de seguridad sufridas por Europa. Cuando la OTAN bombardeaba Kosovo, la UE aún seguía sin tener claro si debía sancionar o no a Serbia. Si por la UE hubiese sido, aún estaríamos contando las hazañas de Milosevic y su catálogo de muertos. Cuando la Comisión Europea advertía en público que, si no se retiraba de la isla de Perejil, Marruecos corría el peligro de ver dañadas sus relaciones con la Unión Europea, en privado sus representantes confesaban que en la Unión nunca ha habido ni habrá sanciones.
Si éste hubiese sido el camino elegido por España para presionar a Marruecos, la discusión trataría -durante meses, tal vez años- sobre el subcomité que habría que convocar para estudiar la posibilidad de reconvocar el comité encargado de advertir que algún día la Unión puede perder del todo la paciencia.
La solidaridad se acaba pronto. En el caso de España, la solidaridad europea se acabó en cuanto dejó de verse en una situación de debilidad y se puso en condición más airosa. En ese momento, los intereses nacionales -celos, clientelismo, suspicacias- se sobrepusieron a todos los demás.
Una amenaza sobre el euro es percibida con la misma intensidad por todos los países que comparten la moneda única. Una amenaza sobre la seguridad sólo es percibida por el país amenazado.
A la hora de la verdad, Europa aquí no cuenta. Y la OTAN sólo está para los grandes -a menudo teóricos- conflictos estratégicos. Cada Estado debe sacar sus propias castañas del fuego. Los Quince son incapaces de pronunciarse, o de redactar una mera declaración común, sobre el Perejil, un conflicto a las puertas de casa.
El negocio es lo que se impone. Cuando España desalojó a las tropas marroquíes, la prioridad de la UE no fue cerrar la crisis con la garantía de que ésta nunca se reabra. La prioridad fue la preservación del negocio con Marruecos con la garantía de que éste nunca acabe.
Mientras España pide formalidad para tratar de cerrar el conflicto, el ministro de Exteriores marroquí, Mohamed Benaissa, se prepara para ser recibido con mil amores por la Comisión Europea, que es la guardiana del gran negocio.
Es también la grandeza y miseria de la Unión Europea. A España le interesan unas buenas relaciones con el régimen de Mohamed VI y, claro, el mantenimiento del buen negocio. Pero si aparece un problema de otro orden, todo socio ha de saber que el club no está para el problema, sino evidentemente para la buena salud del bolsillo.
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