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Ana Botella: la sombra de un marido

Al final, la alcaldesa de Madrid tiró la toalla tras meses de consultarlo con el expresidente José María Aznar

Ana Botella: la sombra de un marido ABC

CURRI VALENZUELA

Arrancaba la democracia en España cuando la recién casada funcionaria del Estado Ana Botella convenció a su marido, el inspector de Hacienda destinado en Logroño José María Aznar, de que acudiera a la sede de Alianza Popular en La Rioja para darse de alta como militante en el partido de Manuel Fraga. A partir de ahí la colaboración política y personal del matrimonio no ha flaqueado ni un momento.

Pocas decisiones adoptó él antes y después de ser presidente del Gobierno sin consultárselas a ella. Y tanta pasión por la política conservaba Botella cuando Aznar ya tenía decidido dejar La Moncloa que, antes de renunciar a presentarse para un tercer mandato, éste llamó al entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, para encomendarle que incluyera a Ana en lugar relevante de su lista de concejales. Tenía la vista puesta en el momento inevitable en que el regidor de la Villa ascendiera a más altos menesteres políticos y la vara de mando municipal quedara vacante para ser heredada por su ya mano derecha .

Así sucedió, efectivamente, cuando Gallardón consiguió ser ministro y dejó a Botella como alcaldesa no electa con tres años por delante para gestionar un déficit de 8.000 millones de euros, una merma brutal de impuestos por la explosión de la burbuja inmobiliaria y unos recortes inevitables para cumplir con unos objetivos de déficit impuestos desde Bruselas. Se encontró un equipo más que mediocre no seleccionado por ella, un PP madrileño convulsionado por la marcha a medias de Esperanza Aguirre como presidenta de la Comunidad, pero no del partido, y una imagen deteriorada no por sí misma, sino por el espejo en el que se reflejaba la imagen de su marido, enfrentado, por más señas, a su sucesor en la presidencia del PP y del Gobierno. Ana Botella Serrano, veterana militante popular, funcionaria del Estado con experiencia, conocedora de los vericuetos de la política con «p» pequeña y de los entresijos de la política de Estado podría haber llegado a ser una alcaldesa querida por los madrileños pese a sus errores.

Con la herencia a la que se enfrentó, lo tuvo casi imposible. Al final tiró la toalla, tras meses de consultarlo con su marido. No deja de ser una paradoja que quien la aupó para ser alcaldesa sea quien le aconsejara al final «Ana, déjalo».

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