La historia del fin de ETA la quiere escribir Urkullu
El batacazo de PSOE y PP el 25-M ha rearmado al PNV y a Bildu que intentan rentabilizar la ausencia de atentados
La historia del fin de ETA la quiere escribir Urkullu
Ayer se cumplieron 17 años del asesinato a manos de ETA de Miguel Ángel Blanco. De nuevo, el PNV no compareció; de nuevo, la estrategia de pactar en Madrid y mirar hacia otro lado en el País Vasco, que tanto hiere a las víctimas ... y a populares y socialistas que han sacrificado mucho por el fin de la banda. El lendakari Urkullu ha hablado tres veces con Rajoy esta legislatura. La última: el 30 de mayo de 2014, recién achicado el agua tras el tsunami de las europeas. Ahora, quiere volver a Moncloa antes de irse de vacaciones, como Artur Mas. Para clavetear en el mismo sitio gestionar el fin de ETA. Y cuando dice gestionar, el líder del PNV quiere decir, según apuntan en el PP, «sacar partido electoral y político a la derrota de los terroristas que curiosamente se gestó cuando los nacionalistas no estaban en el poder». Porque, aunque parezca mentira, en el País Vasco el relato del fin del terrorismo sigue escribiéndolo, con letra de amanuense, el nacionalismo ; si no el separatismo. Es el clamor de muchos militantes de base populares y socialistas en el País Vasco. La aritmética parlamentaria y el deseo del presidente Rajoy, de no cerrar la puerta al otro gran partido nacionalista, firmado el divorcio con el soberanismo de CiU, ha permitido al jefe del Ejecutivo vasco convertirse en un interlocutor privilegiado en Moncloa. Leyes como la reforma local han sido apoyadas en el Congreso con el concurso del PNV. La rúbrica de Urkullu, pues, sirve. Y él lo sabe y lo pone en valor.
Su perfil más conciliador
Por eso, viajó el pasado 30 de junio a Madrid para explicar en los cursos de verano de la Universidad Complutense cómo cree que tiene que ser el fin del terrorismo y «aconsejar» a Rajoy que se inspire en la trayectoria de Mandela. De hecho, el responsable vasco muestra siempre que habla del Gobierno su perfil más conciliador, enfatizando que la prioridad de su Ejecutivo es «apelar, urgir y contribuir a un final ordenado» de la violencia. Lo que no cuenta, según un exalto cargo del Gobierno vasco de Patxi López, es que «se ha agarrado del brazo de Bildu para administrar la nueva situación, como si aquí no hubiera habido casi mil muertos y el nacionalismo no hubiera mirado hacia otro lado». Parecida opinión tiene la presidenta del PP, Arantza Quiroga: el PNV quiere estar ahora «en primera fila liderando el fin de ETA », pero « si fuera por ellos y su pacto de Lizarra», la banda terrorista «seguiría matando».
Desde luego, parece claro que los restos del naufragio los quiere repartir precisamente, según un diputado popular, «con quienes apoyaron políticamente los métodos etarras». Se refiere el parlamentario a Bildu , el brazo proetarra que jamás había acumulado tanto poder en las instituciones: preside una Diputación Foral, gobierna la capital donostiarra, tiene 1.138 concejales y respalda a 123 alcaldes. ABC ha testado la sensación de desaliento que recorre las bases de los dos partidos –PP y PSOE– que más víctimas han puesto en el lapidario de la sanguinaria ETA, que en 53 años ha matado a 858 personas, 326 de los cuales permanecen en la impunidad. Gracias al silencio. O a la complicidad de muchos de los que hoy quieren patrimonializar el logro de todos los españoles. Por no hablar del malestar de las víctimas. La presidenta de la AVT, Ángeles Pedraza, ha recalcado que teme que «ese final no sea un final con vencedores y vencidos claros, sino una suerte de empate macabro en el que las víctimas tengamos que aceptar un grado de impunidad histórica, política y penal a cambio de la paz». Es decir, según se empieza a interiorizar en parte del electorado del País Vasco, en palabras de un alcalde socialista, el fin de ETA no lo ha propiciado la sociedad española, y dentro de ella la vasca, ni las Fuerzas de Seguridad del Estado, ni la unión de PP y PSOE, ni la firmeza de la justicia... El fin del terrorismo se debe a los nacionalistas. «Esa sensación –según esa fuente– no se debe a la fuerza de los argumentos de Urkullu y Bildu, sino a nuestra incomparecencia, al desistimiento de PP y PSOE».
Falta discurso político
En el PP vasco también lo denuncian: falta discurso político, falta reivindicar que los asesinos son derrotados por la sociedad, no por los separatistas. Esa ausencia de pedagogía política, que algunos equiparan a lo ocurrido en Cataluña –donde el nacionalismo no ha encontrado contrapesos a su letanía de que «España nos roba»– está en el origen (junto a la hipoteca por el descrédito de sus siglas) de la pérdida de fuerza de los partidos constitucionales, consagrada el pasado 25 de mayo. En las europeas, la alianza de PNV con Bildu, embrión de un gran acuerdo para las municipales de 2015, subrayó que el separatismo sigue armándose de votos. Mientras tanto, el PP perdió 40.000 apoyos y el PSOE casi 100.000, obligando a Patxi López a poner fecha a su muerte política: el próximo septiembre.
Tanto Quiroga como López han sufrido en sus créditos políticos las «especiales relaciones» que siempre tiene el PNV con el Gobierno de la nación, hoy popular, ayer socialista. Tanto es así, que durante la etapa de López en Ajuria Enea los desplantes que Urkullu le hizo al entonces lendakari fueron varios, anteponiendo su interlocución con Zapatero a las negociaciones públicas con su «alter ego» vasco. A finales de 2010, los nacionalista intercambiaron su apoyo a los presupuestos del debilitado expresidente Zapatero a cambio de las políticas activas de empleo. Aquel trueque le propinó a López una bajada de un punto en la valoración ciudadana. Los nacionalistas habían conseguido sacar tajada en imagen, como partido «conseguidor» del maléfico Gobierno central, mientras asestaba un buen mordisco electoral al único presidente vasco no nacionalista. Ahora le toca el turno a la líder popular. Las visitas del actual lendakari a Moncloa se suceden. De hecho, Urkullu se ha propuesto «un fin ordenado de ETA» pactado con Rajoy en una suerte de mano tendida para intentar la obtención de contrapartidas. Otra cosa es lo que hace y dice en el Parlamento de Vitoria. En casi todas sus intervenciones no pierde la oportunidad de criticar al PP y asaetearle con el «derecho a decidir» y la denuncia del estrangulamiento político de la sociedad vasca por parte del Ejecutivo español. Una de cal y otra de arena. El propio alcalde de Bilbao, Ibon Areso, lo ha dicho en ABC: no está entre las prioridades de su partido reclamar la separación de España. Sin embargo, sus compañeros no paran de reclamarlo.
En Génova reconocen la dificultad que los populares vascos tienen para abrirse un espacio político en la vida pública vasca. «Si no quieren convertirse en una mera delegación del Gobierno con un apoyo residual, necesitan apoyo y que se visualice que son la gran alternativa del vasquismo que se siente bien dentro de España y no quiere confrontación con el resto de comunidades ni con el Gobierno central». Entre los populares hay preocupación por el futuro del partido tanto en el País Vasco como en Cataluña, donde los nacionalismos amenazan con reducir a la mínima expresión electoral a las fuerzas constitucionales. Lo que supondría una tragedia para España.
Además, la pretensión del PP de que en los ayuntamientos gobierne la lista más votada puede afectar a las bazas de PP y PSOE para pactar y desplazar a Bildu de las instituciones. Los militantes de ambas fuerzas parecen necesitar más apoyo desde Madrid. Hay un dirigente popular que recuerda cómo el acuerdo de Aznar y Zapatero en el año 2000 para firmar conjuntamente el Pacto Antiterrorista, vector del fin de los asesinatos, demostró que cuando se quiere, la historia la pueden escribir «los buenos».
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