La «cita del voley» que acabó en una tumba en un limonar
Juan Cuenca, exgerente del club de voleibol de Murcia y estafador, ideó y pagó el asesinato de la pareja holandesa
cruz morcillo
¿Cuándo me llevarán ante el juez? Yo cuando he estado detenido otras veces por las estafas iba siempre con mi abogado». Los investigadores miraron a los ojos a Juan Cuenca y no daban crédito. Era de noche, estaban en mitad de un limonar en ... Alquerías (Murcia) buscando dos cadáveres y a él solo le preocupaba pasar cuanto antes por el Juzgado.
«Parece que no te das cuenta del lío en el que te has metido», le respondió uno de los agentes. Los policías menos acostumbrados se sujetaban el estómago y se cubrían la boca . Las bolsas negras de basura con los troncos y las cabezas seccionadas de la jugadora de voleibol Ingrid Vissier y de su novio Lodewijk Severein ya habían sido encontrados. Cuenca los había llevado hasta ellos. Su abogado, Pablo Ruiz Palacios, se movía incómodo por el limonar mientras tecleaba sin parar desde su teléfono y confesaba a los investigadores que nunca había visto algo así.
Juan Cuenca, el domingo 26 de mayo, sabía dónde estaban las víctimas (desaparecidas desde el 13) porque él las había trasladado hasta allí en el maletero de su coche blanco. Le habían ayudado los rumanos Constantin Stan y Valentin Ion, dos sicarios mal pagados para perpetrar la carnicería. Cuenca, de 36 años, había sido detenido el día anterior en su casa de Valencia , una vez que los investigadores de Homicidios de Murcia, los de la Central y la Policía Científica, tuvieron claro que en «La Casa Colorá», un hospedaje rural en la pedanía de El Fenazar (Molina de Segura), a poco más de 20 kilómetros del limonar, se había cometido un brutal crimen. Al día siguiente, la Policía arrestaba también en Valencia a los dos rumanos, de 47 y 60 años, que habían llamado al móvil de Cuenca con insistencia seguramente porque les faltaba por cobrar una parte de lo acordado.
El lunes 27 los tres autores del doble asesinato estaban en manos de la Policía. Nada apunta a que participaran otras personas, pero el considerado ideólogo del crimen, el exgerente del Club Atlético de Voleibol de Murcia, Juan Cuenca, se ha negado a detallar cómo sucedieron los hechos y por qué ese ensañamiento, más allá de reconocer que tenía una deuda con Ingrid de unos 80.000 euros desde 2011, la última temporada en que la fichó el club , que le había abonado ya un diez por ciento y que además compartía una sociedad en Gibraltar al 50 por ciento con el novio de la jugadora.
La investigación patrimonial y de sociedades no ha hecho más que empezar y los agentes tienen aún trabajo por delante. Están casi seguros de que existen más negocios comunes y esperan información de sus colegas holandeses sobre la situación económica y empresarial de la pareja asesinada.
Cronología
Los holandeses llegaron a Murcia el 13 de mayo . A la mañana siguiente tenían una cita en una clínica de fertilidad y el 15 pensaban regresar a Holanda. Se alojaron en el hotel Churra, almorzaron, descansaron un rato y salieron en un Fiat Panda alquilado hacia su cita, sin imaginar la trampa mortal que les aguardaba. A las 20.00 horas una cámara de seguridad los grabó en la céntrica Avenida Juan Carlos I de la ciudad, a unos metros de donde el día 22 aparecería el vehículo alquilado. Allí una mujer, cuya identidad los investigadores quieren preservar, los recogió en su coche. Juan Cuesta le había pedido que condujera a «unos inversores holandeses interesados en un negocio» hasta «La Casa Colorá». Ella, la intermediaria, no dudó sobre las intenciones de su amigo al que ayudaba en algunas de sus actividades de compra-venta de coches y otros chanchullos con los que últimamente se ganaba la vida.
«Es un pirulero, un tipo acostumbrado a sacar dinero de debajo de las piedras y al que nunca le pasa nada», describe uno de los investigadores al referirse al antiguo gerente del club de voleibol. Tiene antecedentes por estafa. La semana próxima hay un juicio por una transferencia falsa que hizo para comprar billetes de avión a Argentina cuando aún estaba al frente del club. La amiga de Cuenca, una especie de secretaria, había alquilado la Casa Colorá el viernes anterior. El lunes 13 ella volvió a ese lugar, dejó a la pareja en la puerta de la vivienda aislada (solo hay otras dos casas y una está abandonada), saludó a Juan que esperaba en la entrada solo y volvió a Murcia. Fue la última persona, aparte de los asesinos, que vio con vida a Visser y a Severein. A buen seguro, los sicarios esperaban dentro.
El día 17 se denuncia la desaparición de la pareja . No habían acudido a su cita en la clínica (Ingrid estaba embarazada de seis semanas). La maquinaria policial se pone en marcha. La jugadora había dejado su móvil en el hotel. Hubo un detalle que sembró la confusión e hizo perder tiempo. Varios empleados del Churra aseguraron quela pareja había comido el día 14 en el hotel. Estaban seguros de haberlos visto, pero era un error.
Cuenca estuvo en el punto de mira de los investigadores desde el principio. Ya en esa segunda semana de búsqueda le tomaron declaración y a los policías no les gustó. Cayó en alguna contradicción, divagó sobre sus negocios y negó saber algo de la pareja. Probablemente la entrevista con Cuenca se concertó desde otro teléfono o vía correo electrónico. Los holandeses le conocían de la época del club y se habían visto con él en varias ocasiones posteriores, según algún testigo.
Desenlace
«Yo no tenía que haber ido ahí, Juan. Me la has jugado. Me quieres arruinar la vida». Cuando estas palabras nerviosas llegaron el viernes 24 de mayo a oídos de los investigadores , intuyeron que estaban a punto de desvelar el misterio. La amiga de Cuenca le pedía explicaciones. Estas palabras podían encerrar la clave. Esa misma noche, se plantan en La Casa Colorá los funcionarios de Homicidios y de Científica. La vivienda ya había sido alquilada para el fin de semana así que tuvieron que invitar a marcharse a los nuevos huéspedes. Los rumanos la habían limpiado a conciencia, pero empezó a relucir en cuanto aplicaron Luminol. Era el lugar del crimen.
A la mañana siguiente, mientras Cuenca era vigilado en Valencia se aplicó Luminol a sus coches. El maletero de uno de ellos también «habló»: en él había trasladado los cuerpos. Una hora después estaba detenido. No se derrumbó ni parecía alarmado. Se le trasladó a Murcia y tras varias horas llevó a los agentes al limonar, aunque aseguró que él no había matado a la pareja. Dio el nombre de uno de los rumanos. Cuando las bolsas negras empezaron a aparecer, los agentes entendieron el mensaje que le había transmitido Cuenca a su amiga: «Cómprame una sierra radial, sosa caústica y sacos de basura negros». Ella le dijo que no tenía ni idea de dónde adquirir una radial.
Muerte a golpes
Ingrid y Lodewijk no fueron torturados, según confirman las autopsias: no había signos de que los hubieran maniatado ni otro tipo de marcas. Murieron a golpes, les destrozaron los cráneos aunque no ha aparecido el objeto que emplearon. «Tuvieron mucho tiempo y lugar de sobra para esconderlo». Luego les cortaron los miembros con una radial de forma chapucera. Es lo que han contado los cadáveres al forense. Cuenca se ha negado a entrar en detalles. La culpa, solo de los rumanos..
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