Fin de fiesta en Silicon Valley
Después de años de euforia, crecimiento perenne, inversión a raudales y salarios descomunales, el sector tecnológico cierra el año agitado con oleadas de despidos. Es un ajuste que amenaza con poner fin a una era de vino y rosas y coloca una sombra de duda sobre la bahía de San Francisco y su clase tecnológica.
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Iniciar sesiónDiego Besprosvan, un veterano ingeniero informático de Silicon Valley, acostumbra a juntarse a comer los fines de semana con sus amigos en alguna de sus casas en la bahía de San Francisco. «La mitad son de Facebook (la compañía ahora rebautizada como Meta); la ... otra mitad, de Google. Yo soy el raro», dice este argentino, con décadas de experiencia en el sector tecnológico, desde Israel a Silicon Valley. Su última experiencia ha sido en RingCentral, una empresa de comunicación en la nube.
«No ha sido fácil», dice sobre esos encuentros en los últimos meses. Después de años de vino y rosas, Silicon Valley se ha convertido de repente en un matadero. Las oleadas de despidos no han esquivado a su grupo de amigos. Ni a él mismo, que perdió su trabajo. «Han sido semanas de mucha incertidumbre para todos».
Despidos en 'startups' tecnológicas
en el área de San Francisco
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Fuente: Layoffs.fyi / Mapa: Map Tiler / ABC
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Fuente: Layoffs.fyi / Mapa: Map Tiler / ABC
'La fiesta no podía durar para siempre' es una frase que se ha escuchado mucho en Silicon Valley en los últimos meses. El sector tecnológico ha disfrutado de un crecimiento que parecía interminable desde la crisis 'puntocom' de los años 2000-2001; la crisis financiera de 2008-2009 no afectó como al resto de la economía.
Durante este tiempo, Silicon Valley ha sido una borrachera de inversión, de crecimiento, de alumbramiento de 'startups'; una camada inagotable de 'unicornios', alimentados con el dinero fresco de unos tipos de interés muy bajos; y por encima de todo ello, las 'big tech', las grandes compañías como Facebook, Google, Apple o Amazon, consolidadas, con ingresos descomunales y con la capacidad de apostar con recursos ilimitados a ideas y prototipos.
Silicon Valley ha contratado durante estos años con fiereza y ha regado a sus empleados con beneficios laborales –bajas por maternidad y paternidad, cafeterías lujosas, comida gratis a todas horas, gimnasios, guarderías–, porque perder talento era mucho peor que quemar millones.
Con la pandemia, la borrachera no paró: Silicon Valley no solo mantuvo el bar abierto –con el confinamiento, todo el entorno online, la conectividad, los aparatos y la inversión en el futuro cripto ganó todavía más fortaleza–, sino que se hartó a tequilas. Empujado por tipos muy bajos, creció más y con más fuerza.
La fiesta se acabó este año, con una mezcla de factores: las turbulencias económicas provocadas por la guerra de Ucrania, el impacto en el mercado energético, el descalabro de monedas y negocios cripto, la inflación disparada y el consiguiente recorte drástico en los tipos de interés. Con un panorama de incertidumbre y con menos abundancia de dinero, Silicon Valley ha empezado a sentir el dolor de la resaca: menos inversión y reducción de costes.
Entre julio y septiembre de este año, las 'start-up' de todo el mundo recaudaron 81.000 millones de dólares, un 53% que en el mismo periodo del año anterior, según Crunchbase. Y las malas noticias empezaron a sacudir a la bahía de San Francisco: desde el verano, se han repetido las oleadas de despidos de mil o más empleados de empresas jóvenes pero exitosas como Coinbase, Stripe o Doordash y de gigantes como Meta, Cisco o Twitter. En lo que va de año, el sector tecnológico suma casi 150.000 despidos en todo el mundo, según el seguimiento la web Layoffs.fyi. De ellos, más de 47.000 son en empresas radicadas en Silicon Valley.
Nadie compara ahora esta situación con el pinchazo de la 'burbuja puntocom', que provocó un socavón en la industria en el cambio de siglo. Pero sí que ha colocado una sombra sobre Silicon Valley y ha acabado con la euforia de los últimos años.
«Los despidos cambiaron el clima que se vive aquí, y de manera muy abrupta», asegura Martin, que trabaja en el negocio publicitario en la sede de Google en San Francisco (es un nombre ficticio; como la mayoría de las personas entrevistadas por este periódico, prefiere mantenerse en anonimato por las cláusulas de confidencialidad que firman los trabajadores). «En los grupos de WhatsApp hablábamos todo el tiempo de esto, poniendo velas para los amigos que estaban en Meta o en Twitter», recuerda.
Martin recaló en Silicon Valley, después de muchos años trabajando en una gran consulta en Nueva York, por la misma razón que muchos otros: le pagaban «tres veces más en salario y diez veces más en acciones que en otros sectores».
También como muchos otros, cree que se está produciendo un «ajuste necesario»: después de años de vacas gordas, toca centrarse en los aspectos centrales de cada compañía. «La batalla entre ingenieros y financieros, con los primeros consumiendo recursos para en un futuro conseguir algo increíble, se va a inclinar hacia los segundos», pronostica. «Vienen ajustes muy grandes».
Muchos hablan de 'maduración' para explicar lo que está ocurriendo en Silicon Valley. «Hubo valuaciones exageradas de las empresas, los gastos eran desequilibrados», concuerda Beprosvan. Pero hacerse mayor a veces es traumático.
«El ambiente es lúgubre», reconoce Peter (nombre ficticio), despedido el mes pasado de Meta, en una ronda que acabó con el 13% de la plantilla. «No hay pánico» en Silicon Valley, sostiene, pero sí incertidumbre entre gente como él, a pesar de que puedan ser privilegiados, con varios meses de salario como compensación y después de haber disfrutado de años de salarios muy altos. El año que viene habrá un grueso de gente despedida en pelea por los mismos puestos de trabajo y sin saber si la industria seguirá apretando o no el cinturón.
Otros, como Armand (también nombre ficticio), son más optimistas. Cayó en los despidos masivos decretados el mes pasado en Twitter por Elon Musk, que fulminó a la mitad de la plantilla de un día para otro. «La sensación era de que se hacía lo posible por destruir la compañía», dice de aquellos días. «Tiene sentido lo que ha ocurrido en otras compañías, no en Twitter».
A pesar de todo, confía en que «habrá rebote» y que los profesionales como él se reinsertarán en el sector con cierta facilidad: «No soy pesimista».
No es una sensación que se comparte de forma generalizada en la bahía de San Francisco. Annie Wright lo sabe de primera mano: dirige Evergreen Counseling, un centro de terapia en Berkeley, en frente de San Francisco. Cerca de la mitad de sus pacientes trabajan en compañías de Silicon Valley o en algunos de los muchos centros de investigación de la zona. «A través de mi trabajo, he podido conocer historias sobre la expansión rápida de esta industria», ha contado recientemente a 'Business Insider'. «He escuchado y visto de primera mano como estas compañías se hinchaban con inversiones, contrataban sin parar y regalaban beneficios como chucherías en una fiesta». Se estableció la idea de que Silicon Valley «era intocable», algo que ahora se ha demostrado erróneo: «El clima se transformado de manera generalizada en uno de miedo, ansiedad e inseguridad. Es el día y la noche con la prosperidad desenfrenada de los últimos años».
Una encuesta publicada a comienzos de octubre, cuando la mayoría de los grandes despidos de este año no habían sucedido todavía, mostraba que el 64% de los residentes de Silicon Valley creen que la región va por mal camino y el 56% aseguraba que probablemente optarían por marcharse a otro lugar «en los próximos años».
«El problema es que es demasiado caro vivir aquí», explica a este periódico Russell Hancock, presidente del Instituto de Estudios Regionales de Silicon Valley, el organismo que ha elaborado la encuesta.
El dinero a espuertas que ha habido en la bahía de San Francisco ha empeorado un problema estructural de la zona: los precios inmobiliarios, entre los más altos del país. El precio de alquiler medio de una casa con tres habitaciones en Palo Alto, uno de los lugares donde reside esta clase tecnológica, es de 5.250 dólares al mes.
«En Silicon Valley no hay pánico, siempre ha habido ciclos de subida y bajada», defiende Hancock, que explica que muchos de los que se quieren marchar son la gente que trabaja en servicios, restauración, sanidad o construcción, que no tienen los salarios jugosos de Google o Apple. Pero con el ajuste que sufre Silicon Valley, la clase tecnológica también se plantea probar en otros ciudades con cierto empuje tecnológico, como Austin (Texas) o Miami (Florida). O aprovechar la dinámica de trabajo remoto surgida en la pandemia para disfrutar de las ventajas de Silicon Valley sin pagar sus precios.
«Si tu gran motivación es ganar más dinero que en otros sitios, quizá ahora te plantees marcharte», reconoce Besprosvan. Él no piensa hacerlo: «Aquí es donde conoces a un socio para una 'start up' en la cola de una cafetería o donde hablas de tendencias e ideas tecnológicas con el que se siente a tu lado en el partido de fútbol de tu hija. Este es el lugar en el que hay que estar, para soñar, para investigar», dice. «El ecosistema no es replicable». Ese ecosistema debe demostrar en 2023 su fortaleza, ahora que los vientos van en contra.
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