Alejandro Macarrón: «No hay forma de paliar la soledad que habrá en un mundo sin niños»
Retos para un nuevo mundo
«No sólo de pan vive el hombre», dice el coordinador del observatorio demográfico del CEU al recordar que la inmigración puede compensar la caída de la fecundidad desde el punto de vista económico, pero no desde el punto de vista de la desaparición de los lazos familiares
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Ingeniero de Telecomunicaciones, Alejandro Macarrón Larumbe (Avilés, 1960) comenzó a interesarse por casualidad en las cuestiones demográficas. Cuando se dio cuenta de la gravedad de la situación a la que estamos abocados y del desinterés oficial creó la Fundación Renacimiento Demográfico. Hoy encabeza ... el Observatorio del CEU sobre la materia. La suya, sin embargo, sigue siendo una voz minoritaria que clama en el desierto.
—La demografía no era su área profesional. ¿Por qué es importante?
—Porque va mal. La demografía es como la salud, no te acuerdas de ella hasta que va mal.
—¿Por qué va mal?
— Porque muere más gente que la que nace y cuando eso pasa la sociedad envejece en el sentido de que va habiendo pocos jóvenes y niños en proporción a los viejos. Y luego tenemos un elemento nuevo que son los fenómenos migratorios donde pesa un interrogante: si la inmigración se integra es estupendo, pero si te vienen masas de personas de una cultura muy distinta y no logramos integrarlas, pues entonces podemos tener un Kosovo o un Líbano, o lo que pasa en el barrio belga de Moellenbeck o en Francia el verano pasado.
— Las nuevas generaciones son menos numerosas y no son capaces de sustituir a la del 'baby boom' que se está jubilando. Eso tiene un impacto directo en la economía.
—Claro, porque se jubila más gente de la que ingresa en el mercado laboral y además la fuerza laboral envejece. El ser humano hasta ahora funcionó en sociedades con muchos jóvenes así que tendremos que adaptarnos a un nuevo modelo de sociedad, con impactos en la productividad, en el consumo y otros efectos.
— ¿Por qué dejamos de tener hijos?
— ¡Esa es la pregunta del millón! Las sociedades europeas y EE.UU. empezaron a tener menos hijos hace 100 o 150 años, lo que pasa es que se reducía más la mortalidad infantil y juvenil que la natalidad. En lenguaje coloquial, aunque teníamos menos niños nos cundían más. De hecho no solo no se notaba la caída de la natalidad sino que se produjeron crecimientos en la segunda mitad del siglo XIX y el XX. Pero ha seguido cayendo la natalidad y al final llega un momento en el cual no hay reemplazo ni relevo generacional.
—Y sus consecuencias económicas…
— Pero no sólo de pan vive el hombre. El problema no es solamente de economía y de sociedad, sino también de soledad, de falta de cariño. Hasta ahora, la inmensa mayoría de los seres humanos han tenido hijos, esos hijos prolongan sus vidas, les dan cariño, forman una red familiar. Incluso el que no tenía hijos, tenía muchos sobrinos. Pero ahora las cosas van a cambiar, la soledad va a ser cada vez mayor. No es solamente un tema de economía. El problema de la soledad no puede ser paliado con inmigrantes, bueno, paliado sí, pero no resuelto.
— Ha descrito cómo hemos dejado de tener hijos, pero ¿seguimos sin saber por qué no los tenemos?
— Cabe apuntar a muchas causas. Para mí la fundamental es un cambio de valores, se desvaloriza el tener hijos y la familia por una serie de razones de todo tipo. Por ejemplo, todas las especies vivas ajustan su número de crías o descendencia a cuántas de ellas mueren antes de llegar a adultos. Los peces ponen infinidad de huevas porque la inmensa mayoría muere, en cambio el oso típicamente tiene una o dos crías por camada. Es natural que ajustemos la natalidad si cae la mortalidad infantil y juvenil. Hemos dejado de vivir mayoritariamente en entornos rurales donde los hijos se percibían como mano de obra.
— La percepción de los hijos ha cambiado radicalmente: de ser la prole, una parte del patrimonio físico familiar, a ser vistos como 'un accesorio'...
— Y, muy importante, el báculo de la vejez. Las pensiones modernas de jubilación, que inventa Bismarck, las crea en Alemania pensando en los hombres que envejecían sin haber tenido hijos. Eran una bolsa de pobreza importante porque, claro, no tenían quien les cuidara o les diera sustento. Una de las razones por las que teníamos hijos es porque mucha gente pensaba que los necesitaría para que los cuidaran de mayores. Ahora el Estado los ha sustituido. Y luego hay más más causas: hay todo tipo de prioridades nuevas. Vivimos en una sociedad en la cual ya la mitad de la gente no se casa nunca y de los que se casan la mitad se divorcian. Eso tiene un gran impacto en que tengamos menos niños. La incorporación masiva de la mujer al mundo laboral también contribuye, aunque como ahora no se muere prácticamente ningún niño y antes se morían más de la mitad, podemos tener menos niños y eso permite esa compatibilización entre el mundo laboral y la actividad de cuidados que antes no era tan sencilla. Influyen los anticonceptivos fáciles y masivos. El aborto, como derecho general, influye. No es lo mismo que haya mil abortos al año a que haya 100.000. Hay muchas razones, pero creo que la principal es una desvalorización. Antes era una sociedad muy religiosa, profundamente creyente, y ahora ya no lo es.
— ¿Vamos a un escenario de sobrepoblación cuando hay más de 130 países del mundo que ya no superan la tasa de sustitución?
— Malthus hasta ahora ha fracasado siempre. Y, luego, en lo que es cantidad, la población mundial está creciendo en términos relativos mucho más lentamente. Tal y como van las cosas llegaremos en 20-30 años al máximo de población mundial.
—¿Llegaremos a 10.000 millones?
— Nos vamos a aproximar a 10.000 millones por inercia. Ahora nace menos gente pero se sigue alargando la esperanza de vida en África, Hispanoamérica y Asia. Eso hace que la población crezca incluso aunque el número de nacimientos sea constante. No es que la longevidad haya aumentado porque no vivimos más de 130 años, pero cada vez hay más personas centenarias y eso también genera crecimientos de población.
—¿Qué pasará al llegar al máximo?
— Puede pasar que nos mantengamos ahí, que decrezcamos lentamente o que caigamos. Yo soy asturiano de nacimiento. En Asturias se ha perdido un sexto de la población autóctona y va a perder la mitad de su población en 40 o 50 años.
— ¿La inmigración es la solución?
— Es una solución parcial en la parte económica. Pero decíamos que el envejecimiento sin niños también crea problemas afectivos, familiares, de soledad y en esa parte la inmigración es un paliativo, pero no soluciona nada. Me resulta patético pensar que si nosotros no hemos tenido niños otros nos van a solucionar el problema. Se lo solucionarán para ellos y mientras los intereses coincidan, bien, pero cuando dejen de coincidir y ya no quieran venir, si nos hemos acostumbrado a no tener niños estamos acabados. Y luego están los problemas de integración. Lo que ha pasado en Francia este verano es un aviso a navegantes en toda regla. Las personas no somos fichas intercambiables. El mezclar comunidades humanas toda la vida de Dios ha tenido sus problemas.
—¿Qué se sabe del papel de la mujer en los cambios de la tasa de fecundidad?
—Es muy curioso. En España la tasa de fecundidad cayó muchísimo ya antes de que la mujer empezase a trabajar o hubiese tanto feminismo como ahora. La mentalidad ya había cambiado. Hemos tocado dos veces el mínimo de fecundidad. Uno fue al principio de la época de Aznar, entre los años 1996 y 1997. Entonces había menos mujeres trabajando y se hablaba menos de feminismo y en fecundidad ya estábamos como ahora. De cara al futuro, si el feminismo moderno, que no es el original que planteaba la igualdad entre hombres y mujeres en dignidad y derechos, al cual me adhiero, sino que es un feminismo que es antinatalista, antihombre y contrario a una familia estable, pues ese feminismo no ayudará a recuperar la población. ¿Cuánto daño hace? No lo sé porque ya antes teníamos muy pocos niños, pero desde luego no ayuda.
— ¿Y esa es la clave fundamental?
—Seguramente no. Hay otros temas, por ejemplo, la evolución del divorcio. Si una pareja se divorcia a los 40 años de casarse, ha tenido todos los hijos que podía tener y los ha criado, es distinto que cuando se divorcia antes de tener el primer hijo. Hoy, más del 10% de los bebés españoles cuando nacen ya no está su papá en casa porque se ha ido o no hay padre porque ha sido un niño de fecundación in vitro o de otro tipo. Ya veremos si esas personas se vuelven a emparejar y tienen ganas de tener hijos o no.
— ¿Acaso no hemos forjado una sociedad en la que tenía premio el individuo que no tenía hijos y las mujeres no han hecho más que imitarlos para competir en ella?
— Sí, es así y además se desvaloriza lo bueno que es tener hijos. Es una sociedad demasiado materialista que dice que si tienes hijos vas a tener menos dinero. A los hombres generalmente no les penaliza en cuanto a salario, pero los hijos cuestan dinero. A cambio te retribuyen con un valor sentimental y espiritual que es lo que está desvalorizado. Pero quisiera romper una lanza en contra de que toda la responsabilidad se haga recaer en las mujeres. De hecho, en la mitad o más de los casos es el hombre el que no quiere tener un hijo o un siguiente hijo. La gente también populariza estos mitos de que 'se hace lo que la mujer quiere'. Pues no. La mayoría de los hijos se siguen teniendo en pareja. En Arabia Saudí, por ejemplo, un país supermachista, la tasa de fecundidad ha caído de seis o siete hijos por mujer a dos o menos en 40 años y sigue siendo el hombre el que manda.
La natalidad en Israel
«Es el único ejemplo de Occidente con una tasa de fecundidad que es sana»
— ¿Y los gobiernos han hecho algo al respecto?
— Desde las autoridades se ha propiciado todo lo que iba en contra de la natalidad y de la estructuración familiar. En España pasamos de la ley de divorcio de UCD al divorcio exprés de Zapatero. ¿Qué pasó al ocurrir eso? Pues que había una figura intermedia antes del divorcio que era la separación y que permitía más fácilmente una marcha atrás. Con el divorcio exprés desaparecen las separaciones y pasan directamente a divorcios. Con el aborto, lo mismo. Las dos regiones de España donde más se aborta en proporción a los embarazos son Asturias y Canarias, que son las dos regiones de España –y de toda Europa– con menos hijos por mujer.
— ¿Y cuál es la comunidad que está mejor?
— La que está mejor es Murcia y también Andalucía, que han mantenido un poquito más los valores tradicionales. En el caso de Murcia, la fecundidad se debe tanto a los murcianos españoles como al hecho de que tienen mucha población musulmana. Eso de que los inmigrantes tienen muchos niños sólo es cierto en el caso de los musulmanes.
—¿Y los hispanoamericanos?
—Igual que los españoles o menos, para mi asombro. Yo sabía que convergían, pero con datos 2022, bien calculado, te sale que quitando los que sean musulmanes todos los demás tienen incluso menos tasa de fecundidad que los españoles. No todos, pero esencialmente es así.
—¿Y las nuevas formas de familia?
— Bueno, hoy, una de las cosas que las leyes están promocionando es la monoparentalidad. Es un hecho que las familias monoparentales tienen menos niños que las formadas por una pareja de hecho y todavía menos que por una pareja casada al modo tradicional. El matrimonio parece una cosa mal vista, anticuada. En España le han quitado la fiscalidad más favorable cosa que en Francia, por ejemplo, hay unas ayudas muy potentes vía matrimonio.
—¿Hay algún país que haya conseguido revertir la baja natalidad?
— Revertir de verdad, no. Ha mejorado Hungría, algo Francia. El único país occidental o desarrollado que tiene una natalidad verdaderamente sana, pero es especialísimo, único e irrepetible, es Israel. Israel tiene tres hijos por mujer de media. Es verdad que sin lo que aportan los ultraortodoxos y los ortodoxos no llegaría, pero sigue siendo una cosa positiva. Los ultraortodoxos, están en seis y pico hijos por mujer, los ortodoxos a secas en cuatro y pico, los creyentes en 2,7 y los laicos o ateos un 2-1,9, menos que los demás israelíes, pero todavía más que nosotros. En Israel se ve clarísimamente lo que todos intuimos aquí cuando decimos que la gente del Opus Dei tiene más hijos. Pues claro, ¡es que la gente más religiosa tiene más hijos!
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