«Nuestra misión es hacer que el público entre en el juego desde el primer minuto», afirman. Para lograrlo, no escatiman en recursos: investigan a cada tenista, buscan apodos, preparan presentaciones casi poéticas y, sobre todo, tratan de que cada entrada en pista tenga la emoción de un combate. «Nos motiva más cuando los jugadores son desconocidos; hay que hacerlos grandes», explican.
Una pieza clave en su engranaje es Jorge, el supervisor que les da el toque final: «Es el que nos salva del miedo y las dudas del primer día». También lamentan que los jugadores no puedan elegir canciones como ocurre en el boxeo, donde una simple melodía identifica al luchador. «Eso fideliza al público», aseguran.
Conscientes de que el público del tenis es diferente, confían en que esta nueva energía cale. «El 'feedback' de los jóvenes ha sido muy positivo. Muchos vienen de seguir boxeo o MMA y lo agradecen», cuentan. Para ellos, la mezcla ha funcionado: «Son deportes parecidos. Uno contra uno, fortaleza mental… Y cuando alguien remonta, el público resucita. Eso es maravilloso».
Entre bromas, cansancio acumulado y gargantas al límite, los presentadores cierran con una idea clara: «Queremos que el tenis se sienta, se viva. Como una gran pelea donde nadie sale indiferente».
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